SEGUNDA SECCIÓN
        LOS SIETE SACRAMENTOS DE LA IGLESIA
        1210 Los sacramentos de la Nueva Ley fueron
        instituidos por Cristo y son siete, a saber, Bautismo, Confirmación,
        Eucaristía, Penitencia, Unción de los enfermos, Orden sacerdotal y
        Matrimonio. Los siete sacramentos corresponden a todas las etapas y
        todos los momentos importantes de la vida del cristiano: dan nacimiento
        y crecimiento, curación y misión a la vida de fe de los cristianos.
        Hay aquí una cierta semejanza entre las etapas de la vida natural y las
        etapas de la vida espiritual (cf S. Tomás de A.,s.th. 3, 65,1).
        1211 Siguiendo esta analogía se explicarán en
        primer lugar los tres sacramentos de la iniciación cristiana (capítulo
        primero), luego los sacramentos de la curación (capítulo segundo),
        finalmente, los sacramentos que están al servicio de la comunión y
        misión de los fieles (capítulo tercero). Ciertamente este orden no es
        el único posible, pero permite ver que los sacramentos forman un
        organismo en el cual cada sacramento particular tiene su lugar vital. En
        este organismo, la Eucaristía ocupa un lugar único, en cuanto
        "sacramento de los sacramentos": "todos los otros
        sacramentos están ordenados a éste como a su fin" (S. Tomás de
        A., s.th. 3, 65,3).
        CAPÍTULO PRIMERO
        LOS SACRAMENTOS DE LA INICIACIÓN CRISTIANA
        1212 Mediante los sacramentos de la iniciación
        cristiana, el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía, se ponen los
        fundamentos de toda vida cristiana. "La participación en la
        naturaleza divina que los hombres reciben como don mediante la gracia de
        Cristo, tiene cierta analogía con el origen, el crecimiento y el
        sustento de la vida natural. En efecto, los fieles renacidos en el
        Bautismo se fortalecen con el sacramento de la Confirmación y
        finalmente, son alimentados en la Eucaristía con el manjar de la vida
        eterna, y, así por medio de estos sacramentos de la iniciación
        cristiana, reciben cada vez con más abundancia los tesoros de la vida
        divina y avanzan hacia la perfección de la caridad" (Pablo VI,
        Const. apost. "Divinae consortium naturae"; cf OICA, praen.
        1-2).
        
        
        
        ARTÍCULO 1
        EL SACRAMENTO DEL BAUTISMO        
        
        1213 El santo Bautismo es el fundamento de toda
        la vida cristiana, el pórtico de la vida en el espíritu ("vitae
        spiritualis ianua") y la puerta que abre el acceso a los otros
        sacramentos. Por el Bautismo somos liberados del pecado y regenerados
        como hijos de Dios, llegamos a ser miembros de Cristo y somos
        incorporados a la Iglesia y hechos partícipes de su misión (cf Cc. de
        Florencia: DS 1314; CIC, can 204,1; 849; CCEO 675,1): "Baptismus
        est sacramentum regenerationis per aquam in verbo" ("El
        bautismo es el sacramento del nuevo nacimiento por el agua y la
        palabra", Cath. R. 2,2,5).
        
        
        I El nombre de este sacramento        
        
        1214 Este sacramento recibe el nombre de Bautismo
        en razón del carácter del rito central mediante el que se celebra:
        bautizar (baptizein en griego) significa "sumergir",
        "introducir dentro del agua"; la "inmersión" en el
        agua simboliza el acto de sepultar al catecúmeno en la muerte de Cristo
        de donde sale por la resurrección con El (cf Rm 6,3-4; Col 2,12) como
        "nueva criatura" (2 Co 5,17; Ga 6,15).
        1215 Este sacramento es llamado también “baño
        de regeneración y de renovación del Espíritu Santo” (Tt 3,5),
        porque significa y realiza ese nacimiento del agua y del Espíritu sin
        el cual "nadie puede entrar en el Reino de Dios" (Jn 3,5).
        1216 "Este baño es llamado iluminación
        porque quienes reciben esta enseñanza (catequética) su espíritu es
        iluminado..." (S. Justino, Apol. 1,61,12). Habiendo recibido en el
        Bautismo al Verbo, "la luz verdadera que ilumina a todo
        hombre" (Jn 1,9), el bautizado, "tras haber sido
        iluminado" (Hb 10,32), se convierte en "hijo de la luz"
        (1 Ts 5,5), y en "luz" él mismo (Ef 5,8):
        
          
        
        El Bautismo es el más bello y magnífico de los dones
          de Dios...lo llamamos don, gracia, unción, iluminación, vestidura de
          incorruptibilidad, baño de regeneración, sello y todo lo más
          precioso que hay. Don, porque es conferido a los que no aportan
          nada; gracia, porque, es dado incluso a culpables; bautismo,
          porque el pecado es sepultado en el agua; unción, porque es
          sagrado y real (tales son los que son ungidos); iluminación,
          porque es luz resplandeciente; vestidura, porque cubre nuestra
          vergüenza; baño, porque lava; sello, porque nos guarda
          y es el signo de la soberanía de Dios (S. Gregorio Nacianceno, Or.
          40,3-4).        
          
        
        
        
        II El Bautismo en la economía de la salvación        
        
        
        
        Las prefiguraciones del Bautismo en la Antigua
        Alianza        
        
        1217 En la Liturgia de la Noche Pascual, cuando se
        bendice el agua bautismal, la Iglesia hace solemnemente memoria de
        los grandes acontecimientos de la historia de la salvación que
        prefiguraban ya el misterio del Bautismo:
        
          
        
        ¡Oh Dios!, que realizas en tus sacramentos obras
          admirables con tu poder invisible, y de diversos modos te has servido
          de tu criatura el agua para significar la gracia del bautismo (MR,
          Vigilia Pascual, bendición del agua bautismal, 42).        
          
        
        1218 Desde el origen del mundo, el agua, criatura
        humilde y admirable, es la fuente de la vida y de la fecundidad. La
        Sagrada Escritura dice que el Espíritu de Dios "se cernía"
        sobre ella (cf. Gn 1,2):
        
          
        
        ¡Oh Dios!, cuyo espíritu, en los orígenes del
          mundo, se cernía sobre las aguas, para que ya desde entonces
          concibieran el poder de santificar (MR, ibid.).        
          
        
        1219 La Iglesia ha visto en el Arca de Noé una
        prefiguración de la salvación por el bautismo. En efecto, por medio de
        ella "unos pocos, es decir, ocho personas, fueron salvados a través
        del agua" (1 P 3,20):
        
          
        
        ¡Oh Dios!, que incluso en las aguas torrenciales del
          diluvio prefiguraste el nacimiento de la nueva humanidad, de modo que
          una misma agua pusiera fin al pecado y diera origen a la santidad (MR,
          ibid.).        
          
        
        1220 Si el agua de manantial simboliza la vida,
        el agua del mar es un símbolo de la muerte. Por lo cual, pudo ser símbolo
        del misterio de la Cruz. Por este simbolismo el bautismo significa la
        comunión con la muerte de Cristo.
        1221 Sobre todo el paso del Mar Rojo, verdadera
        liberación de Israel de la esclavitud de Egipto, es el que anuncia la
        liberación obrada por el bautismo:
        
          
        
        ¡Oh Dios!, que hiciste pasar a pie enjuto por el mar
          Rojo s los hijos de Abraham, para que el pueblo liberado de la
          esclavitud del faraón fuera imagen de la familia de los bautizados
          (MR, ibid.).        
          
        
        1222 Finalmente, el Bautismo es prefigurado en el
        paso del Jordán, por el que el pueblo de Dios recibe el don de la
        tierra prometida a la descendencia de Abraham, imagen de la vida eterna.
        La promesa de esta herencia bienaventurada se cumple en la nueva
        Alianza.
        
        
        El Bautismo de Cristo        
        
        1223 Todas las prefiguraciones de la Antigua
        Alianza culminan en Cristo Jesús. Comienza su vida pública después de
        hacerse bautizar por S. Juan el Bautista en el Jordán (cf. Mt 3,13 ),
        y, después de su Resurrección, confiere esta misión a sus Apóstoles:
        "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en
        el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a
        guardar todo lo que yo os he mandado" (Mt 28,19-20; cf Mc
        16,15-16).
        1224 Nuestro Señor se sometió voluntariamente
        al Bautismo de S. Juan, destinado a los pecadores, para "cumplir
        toda justicia" (Mt 3,15). Este gesto de Jesús es una manifestación
        de su "anonadamiento" (Flp 2,7). El Espíritu que se cernía
        sobre las aguas de la primera creación desciende entonces sobre Cristo,
        como preludio de la nueva creación, y el Padre manifiesta a Jesús como
        su "Hijo amado" (Mt 3,16-17).
        1225 En su Pascua, Cristo abrió a todos los
        hombres las fuentes del Bautismo. En efecto, había hablado ya de su
        pasión que iba a sufrir en Jerusalén como de un "Bautismo"
        con que debía ser bautizado (Mc 10,38; cf Lc 12,50). La sangre y el
        agua que brotaron del costado traspasado de Jesús crucificado (cf. Jn
        19,34) son figuras del Bautismo y de la Eucaristía, sacramentos de la
        vida nueva (cf 1 Jn 5,6-8): desde entonces, es posible "nacer del
        agua y del Espíritu" para entrar en el Reino de Dios (Jn 3,5).
        Considera donde eres bautizado, de donde viene el Bautismo: de la cruz
        de Cristo, de la muerte de Cristo. Ahí está todo el misterio: El
        padeció por ti. En él eres rescatado, en él eres salvado. (S.
        Ambrosio, sacr. 2,6).
        
        
        El bautismo en la Iglesia        
        
        1226 Desde el día de Pentecostés la Iglesia ha
        celebrado y administrado el santo Bautismo. En efecto, S. Pedro declara
        a la multitud conmovida por su predicación: "Convertíos y que
        cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para
        remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu
        Santo" (Hch 2,38). Los Apóstoles y sus colaboradores ofrecen el
        bautismo a quien crea en Jesús: judíos, hombres temerosos de Dios,
        paganos (Hch 2,41; 8,12-13; 10,48; 16,15). El Bautismo aparece siempre
        ligado a la fe: "Ten fe en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu
        casa", declara S. Pablo a su carcelero en Filipos. El relato continúa:
        "el carcelero inmediatamente recibió el bautismo, él y todos los
        suyos" (Hch 16,31-33).
        1227 Según el apóstol S. Pablo, por el Bautismo
        el creyente participa en la muerte de Cristo; es sepultado y resucita
        con él: ¿O es que ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo
        Jesús, fuimos bautizados en su muerte? Fuimos, pues, con él sepultados
        por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue
        resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así
        también nosotros vivamos una vida nueva (Rm 6,3-4; cf Col 2,12). Los
        bautizados se han "revestido de Cristo" (Ga 3,27). Por el Espíritu
        Santo, el Bautismo es un baño que purifica, santifica y justifica (cf 1
        Co 6,11; 12,13).
        1228 El Bautismo es, pues, un baño de agua en el
        que la "semilla incorruptible" de la Palabra de Dios produce
        su efecto vivificador (cf. 1 P 1,23; Ef 5,26). S. Agustín dirá del
        Bautismo: "Accedit verbum ad elementum, et fit sacramentum"
        ("Se une la palabra a la materia, y se hace el sacramento",
        ev. Io. 80,3).
        
        
        III La celebración del sacramento del Bautismo        
        
        
        
        La iniciación cristiana        
        
        1229 Desde los tiempos apostólicos, para llegar
        a ser cristiano se sigue un camino y una iniciación que consta de
        varias etapas. Este camino puede ser recorrido rápida o lentamente. Y
        comprende siempre algunos elementos esenciales: el anuncio de la
        Palabra, la acogida del Evangelio que lleva a la conversión, la profesión
        de fe, el Bautismo, la efusión del Espíritu Santo, el acceso a la
        comunión eucarística.
        1230 Esta iniciación ha variado mucho a lo largo
        de los siglos y según las circunstancias. En los primeros siglos de la
        Iglesia, la iniciación cristiana conoció un gran desarrollo, con un
        largo periodo de catecumenado, y una serie de ritos preparatorios
        que jalonaban litúrgicamente el camino de la preparación catecumenal y
        que desembocaban en la celebración de los sacramentos de la iniciación
        cristiana.
        1231 Desde que el bautismo de los niños vino a
        ser la forma habitual de celebración de este sacramento, ésta se ha
        convertido en un acto único que integra de manera muy abreviada las
        etapas previas a la iniciación cristiana. Por su naturaleza misma, el
        Bautismo de niños exige un catecumenado postbautismal. No se
        trata sólo de la necesidad de una instrucción posterior al Bautismo,
        sino del desarrollo necesario de la gracia bautismal en el crecimiento
        de la persona. Es el momento propio de la catequesis.
        1232 El Concilio Vaticano II ha restaurado para
        la Iglesia latina, "el catecumenado de adultos, dividido en
        diversos grados" (SC 64). Sus ritos se encuentran en el Ordo
        initiationis christianae adultorum (1972). Por otra parte, el
        Concilio ha permitido que "en tierras de misión, además de los
        elementos de iniciación contenidos en la tradición cristiana, pueden
        admitirse también aquellos que se encuentran en uso en cada pueblo
        siempre que puedan acomodarse al rito cristiano" (SC 65; cf. SC
        37-40).
        1233 Hoy, pues, en todos los ritos latinos y
        orientales la iniciación cristiana de adultos comienza con su entrada
        en el catecumenado, para alcanzar su punto culminante en una sola
        celebración de los tres sacramentos del Bautismo, de la Confirmación y
        de la Eucaristía (cf. AG 14; CIC can.851.865.866). En los ritos
        orientales la iniciación cristiana de los niños comienza con el
        Bautismo, seguido inmediatamente por la Confirmación y la Eucaristía,
        mientras que en el rito romano se continúa durante unos años de
        catequesis, para acabar más tarde con la Confirmación y la Eucaristía,
        cima de su iniciación cristiana (cf. CIC can.851, 2º; 868).
        
        
        La mistagogia de la celebración        
        
        1234 El sentido y la gracia del sacramento del
        Bautismo aparece claramente en los ritos de su celebración. Cuando se
        participa atentamente en los gestos y las palabras de esta celebración,
        los fieles se inician en las riquezas que este sacramento significa y
        realiza en cada nuevo bautizado.
        1235 La señal de la cruz, al comienzo de
        la celebración, señala la impronta de Cristo sobre el que le va a
        pertenecer y significa la gracia de la redención que Cristo nos ha
        adquirido por su cruz.
        1236 El anuncio de la Palabra de Dios
        ilumina con la verdad revelada a los candidatos y a la asamblea y
        suscita la respuesta de la fe, inseparable del Bautismo. En efecto, el
        Bautismo es de un modo particular "el sacramento de la fe" por
        ser la entrada sacramental en la vida de fe.
        1237 Puesto que el Bautismo significa la liberación
        del pecado y de su instigador, el diablo, se pronuncian uno o varios exorcismos
        sobre el candidato. Este es ungido con el óleo de los catecúmenos o
        bien el celebrante le impone la mano y el candidato renuncia explícitamente
        a Satanás. Así preparado, puede confesar la fe de la Iglesia, a
        la cual será "confiado" por el Bautismo (cf Rm 6,17).
        1238 El agua bautismal es entonces
        consagrada mediante una oración de epíclesis (en el momento mismo o en
        la noche pascual). La Iglesia pide a Dios que, por medio de su Hijo, el
        poder del Espíritu Santo descienda sobre esta agua, a fin de que los
        que sean bautizados con ella "nazcan del agua y del Espíritu"
        (Jn 3,5).
        1239 Sigue entonces el rito esencial del
        sacramento: el Bautismo propiamente dicho, que significa y
        realiza la muerte al pecado y la entrada en la vida de la Santísima
        Trinidad a través de la configuración con el Misterio pascual de
        Cristo. El Bautismo es realizado de la manera más significativa
        mediante la triple inmersión en el agua bautismal. Pero desde la antigüedad
        puede ser también conferido derramando tres veces agua sobre la cabeza
        del candidato.
        1240 En la Iglesia latina, esta triple infusión
        va acompañada de las palabras del ministro: "N, Yo te bautizo en
        el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo". En las
        liturgias orientales, estando el catecúmeno vuelto hacia el Oriente, el
        sacerdote dice: "El siervo de Dios, N., es bautizado en el nombre
        del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo". Y mientras invoca a
        cada persona de la Santísima Trinidad, lo sumerge en el agua y lo saca
        de ella.
        1241 La unción con el santo crisma, óleo
        perfumado y consagrado por el obispo, significa el don del Espíritu
        Santo al nuevo bautizado. Ha llegado a ser un cristiano, es decir,
        "ungido" por el Espíritu Santo, incorporado a Cristo, que es
        ungido sacerdote, profeta y rey (cf OBP nº 62).
        1242 En la liturgia de las Iglesias de Oriente,
        la unción postbautismal es el sacramento de la Crismación (Confirmación).
        En la liturgia romana, dicha unción anuncia una segunda unción del
        santo crisma que dará el obispo: el sacramento de la Confirmación que,
        por así decirlo, "confirma" y da plenitud a la unción
        bautismal.
        1243 La vestidura blanca simboliza que el
        bautizado se ha "revestido de Cristo" (Ga 3,27): ha resucitado
        con Cristo. El cirio que se enciende en el cirio pascual, significa que
        Cristo ha iluminado al neófito. En Cristo, los bautizados son "la
        luz del mundo" (Mt 5,14; cf Flp 2,15).
        
        
        El nuevo bautizado es ahora hijo de Dios en el Hijo
        Unico. Puede ya decir la oración de los hijos de Dios: el Padre
        Nuestro.        
        
        1244 La primera comunión eucarística.
        Hecho hijo de Dios, revestido de la túnica nupcial, el neófito es
        admitido "al festín de las bodas del Cordero" y recibe el
        alimento de la vida nueva, el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Las Iglesias
        orientales conservan una conciencia viva de la unidad de la iniciación
        cristiana por lo que dan la sagrada comunión a todos los nuevos
        bautizados y confirmados, incluso a los niños pequeños, recordando las
        palabras del Señor: "Dejad que los niños vengan a mí, no se lo
        impidáis" (Mc 10,14). La Iglesia latina, que reserva el acceso a
        la Sagrada Comunión a los que han alcanzado el uso de razón, expresa cómo
        el Bautismo introduce a la Eucaristía acercando al altar al niño recién
        bautizado para la oración del Padre Nuestro.
        1245 La bendición solemne cierra la
        celebración del Bautismo. En el Bautismo de recién nacidos, la bendición
        de la madre ocupa un lugar especial.
        
        
        IV Quién puede recibir el Bautismo        
        
        1246 "Es capaz de recibir el bautismo todo
        ser humano, aún no bautizado, y solo él" (CIC, can. 864: CCEO,
        can. 679).
        
        
        El Bautismo de adultos        
        
        1247 En los orígenes de la Iglesia, cuando el
        anuncio del evangelio está aún en sus primeros tiempos, el Bautismo de
        adultos es la práctica más común. El catecumenado (preparación para
        el Bautismo) ocupa entonces un lugar importante. Iniciación a la fe y a
        la vida cristiana, el catecumenado debe disponer a recibir el don de
        Dios en el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía.
        1248 El catecumenado, o formación de los catecúmenos,
        tiene por finalidad permitir a estos últimos, en respuesta a la
        iniciativa divina y en unión con una comunidad eclesial, llevar a
        madurez su conversión y su fe. Se trata de una "formación y
        noviciado debidamente prolongado de la vida cristiana, en que los discípulos
        se unen con Cristo, su Maestro. Por lo tanto, hay que iniciar
        adecuadamente a los catecúmenos en el misterio de la salvación, en la
        práctica de las costumbres evangélicas y en los ritos sagrados que
        deben celebrarse en los tiempos sucesivos, e introducirlos en la vida de
        fe, la liturgia y la caridad del Pueblo de Dios" (AG 14; cf OICA 19
        y 98).
        1249 Los catecúmenos "están ya unidos a la
        Iglesia, pertenecen ya a la casa de Cristo y muchas veces llevan ya una
        una vida de fe, esperanza y caridad" (AG 14). "La madre
        Iglesia los abraza ya con amor tomándolos a sus cargo" (LG 14; cf
        CIC can. 206; 788,3).
        
        
        El Bautismo de niños        
        
        1250 Puesto que nacen con una naturaleza humana
        caída y manchada por el pecado original, los niños necesitan también
        el nuevo nacimiento en el Bautismo (cf DS 1514) para ser librados del
        poder de las tinieblas y ser trasladados al dominio de la libertad de
        los hijos de Dios (cf Col 1,12-14), a la que todos los hombres están
        llamados. La pura gratuidad de la gracia de la salvación se manifiesta
        particularmente en el bautismo de niños. Por tanto, la Iglesia y los
        padres privarían al niño de la gracia inestimable de ser hijo de Dios
        si no le administraran el Bautismo poco después de su nacimiento (cf
        CIC can. 867; CCEO, can. 681; 686,1).
        1251 Los padres cristianos deben reconocer que
        esta práctica corresponde también a su misión de alimentar la vida
        que Dios les ha confiado (cf LG 11; 41; GS 48; CIC can. 868).
        1252 La práctica de bautizar a los niños pequeños
        es una tradición inmemorial de la Iglesia. Está atestiguada explícitamente
        desde el siglo II. Sin embargo, es muy posible que, desde el comienzo de
        la predicación apostólica, cuando "casas" enteras recibieron
        el Bautismo (cf Hch 16,15.33; 18,8; 1 Co 1,16), se haya bautizado también
        a los niños (cf CDF, instr. "Pastoralis actio": AAS 72 [1980]
        1137-56).
        
        
        Fe y Bautismo        
        
        1253 El Bautismo es el sacramento de la fe (cf Mc
        16,16). Pero la fe tiene necesidad de la comunidad de creyentes. Sólo
        en la fe de la Iglesia puede creer cada uno de los fieles. La fe que se
        requiere para el Bautismo no es una fe perfecta y madura, sino un
        comienzo que está llamado a desarrollarse. Al catecúmeno o a su
        padrino se le pregunta: "¿Qué pides a la Iglesia de Dios?" y
        él responde: "¡La fe!".
        1254 En todos los bautizados, niños o adultos,
        la fe debe crecer después del Bautismo. Por eso, la Iglesia
        celebra cada año en la noche pascual la renovación de las promesas del
        Bautismo. La preparación al Bautismo sólo conduce al umbral de la vida
        nueva. El Bautismo es la fuente de la vida nueva en Cristo, de la cual
        brota toda la vida cristiana.
        1255 Para que la gracia bautismal pueda
        desarrollarse es importante la ayuda de los padres. Ese es también el
        papel del padrino o de la madrina, que deben ser creyentes
        sólidos, capaces y prestos a ayudar al nuevo bautizado, niño o adulto,
        en su camino de la vida cristiana (cf CIC can. 872-874). Su tarea es una
        verdadera función eclesial (officium; cf SC 67). Toda la
        comunidad eclesial participa de la responsabilidad de desarrollar y
        guardar la gracia recibida en el Bautismo.
        
        
        V Quién puede bautizar        
        
        1256 Son ministros ordinarios del Bautismo el
        obispo y el presbítero y, en la Iglesia latina, también el diácono
        (cf CIC, can. 861,1; CCEO, can. 677,1). En caso de necesidad, cualquier
        persona, incluso no bautizada, puede bautizar (Cf CIC can. 861, § 2) si
        tiene la intención requerida y utiliza la fórmula bautismal
        trinitaria. La intención requerida consiste en querer hacer lo que hace
        la Iglesia al bautizar. La Iglesia ve la razón de esta posibilidad en
        la voluntad salvífica universal de Dios (cf 1 Tm 2,4) y en la necesidad
        del Bautismo para la salvación (cf Mc 16,16).
        
        
        VI La necesidad del Bautismo        
        
        1257 El Señor mismo afirma que el Bautismo es
        necesario para la salvación (cf Jn 3,5). Por ello mandó a sus discípulos
        a anunciar el Evangelio y bautizar a todas las naciones (cf Mt 28,
        19-20; cf DS 1618; LG 14; AG 5). El Bautismo es necesario para la
        salvación en aquellos a los que el Evangelio ha sido anunciado y han
        tenido la posibilidad de pedir este sacramento (cf Mc 16,16). La Iglesia
        no conoce otro medio que el Bautismo para asegurar la entrada en la
        bienaventuranza eterna; por eso está obligada a no descuidar la misión
        que ha recibido del Señor de hacer "renacer del agua y del espíritu"
        a todos los que pueden ser bautizados. Dios ha vinculado la salvación
        al sacramento del Bautismo, pero su intervención salvífica no queda
        reducida a los sacramentos.
        1258 Desde siempre, la Iglesia posee la firme
        convicción de que quienes padecen la muerte por razón de la fe, sin
        haber recibido el Bautismo, son bautizados por su muerte con Cristo y
        por Cristo. Este Bautismo de sangre como el deseo del Bautismo,
        produce los frutos del Bautismo sin ser sacramento.
        1259 A los catecúmenos que mueren antes
        de su Bautismo, el deseo explícito de recibir el bautismo unido al
        arrepentimiento de sus pecados y a la caridad, les asegura la salvación
        que no han podido recibir por el sacramento.
        1260 "Cristo murió por todos y la vocación
        última del hombre en realmente una sola, es decir, la vocación divina.
        En consecuencia, debemos mantener que el Espíritu Santo ofrece a todos
        la posibilidad de que, de un modo conocido sólo por Dios, se asocien a
        este mis terio pascual" (GS 22; cf LG 16; AG 7). Todo hombre que,
        ignorando el evangelio de Cristo y su Iglesia, busca la verdad y hace la
        voluntad de Dios según él la conoce, puede ser salvado. Se puede
        suponer que semejantes personas habrían deseado explícitamente el
        Bautismo si hubiesen conocido su necesidad.
        1261 En cuanto a los niños muertos sin
        Bautismo, la Iglesia sólo puede confiarlos a la misericordia
        divina, como hace en el rito de las exequias por ellos. En efecto, la
        gran misericordia de Dios, que quiere que todos los hombres se salven
        (cf 1 Tm 2,4) y la ternura de Jesús con los niños, que le hizo decir:
        "Dejad que los niños se acerquen a mí, no se lo impidáis"
        (Mc 10,14), nos permiten confiar en que haya un camino de salvación
        para los niños que mueren sin Bautismo. Por esto es más apremiante aún
        la llamada de la Iglesia a no impedir que los niños pequeños vengan a
        Cristo por el don del santo bautismo.
        
        
        VII La gracia del Bautismo        
        
        1262 Los distintos efectos del Bautismo son
        significados por los elementos sensibles del rito sacramental. La
        inmersión en el agua evoca los simbolismos de la muerte y de la
        purificación, pero también los de la regeneración y de la renovación.
        Los dos efectos principales, por tanto, son la purificación de los
        pecados y el nuevo nacimiento en el Espíritu Santo (cf Hch 2,38; Jn
        3,5).
        
        
        Para la remisión de los pecados...        
        
        1263 Por el Bautismo, todos los pecados
        son perdonados, el pecado original y todos los pecados personales así
        como todas las penas del pecado (cf DS 1316). En efecto, en los que han
        sido regenerados no permanece nada que les impida entrar en el Reino de
        Dios, ni el pecado de Adán, ni el pecado personal, ni las consecuencias
        del pecado, la más grave de las cuales es la separación de Dios.
        1264 No obstante, en el bautizado permanecen
        ciertas consecuencias temporales del pecado, como los sufrimientos, la
        enfermedad, la muerte o las fragilidades inherentes a la vida como las
        debilidades de carácter, etc., así como una inclinación al pecado que
        la Tradición llama concupiscencia, o "fomes peccati":
        "La concupiscencia, dejada para el combate, no puede dañar a los
        que no la consienten y la resisten con coraje por la gracia de
        Jesucristo. Antes bien `el que legítimamente luchare, será coronado'(2
        Tm 2,5)" (Cc de Trento: DS 1515).
        
        
        “Una criatura nueva”        
        
        1265  El Bautismo no solamente purifica de todos
        los pecados, hace también del neófito "una nueva creación"
        (2 Co 5,17), un hijo adoptivo de Dios (cf Ga 4,5-7) que ha sido hecho
        "partícipe de la naturaleza divina" ( 2 P 1,4), miembro de
        Cristo (cf 1 Co 6,15; 12,27), coheredero con él (Rm 8,17) y templo del
        Espíritu Santo (cf 1 Co 6,19).
        1266 La Santísima Trinidad da al bautizado la
        gracia santificante, la gracia de la justificación que :
        
        
        – le hace capaz de creer en Dios, de esperar en él y
        de amarlo mediante las virtudes teologales;        
        
        
        
        – le concede poder vivir y obrar bajo la moción del
        Espíritu Santo mediante los dones del Espíritu Santo;        
        
        
        
        – le permite crecer en el bien mediante las virtudes
        morales.        
        
        
        
        Así todo el organismo de la vida sobrenatural del
        cristiano tiene su raíz en el santo Bautismo.        
        
        
        
        Incorporados a la Iglesia, Cuerpo de Cristo        
        
        1267 El Bautismo hace de nosotros miembros del
        Cuerpo de Cristo. "Por tanto...somos miembros los unos de los
        otros" (Ef 4,25). El Bautismo incorpora a la Iglesia. De las
        fuentes bautismales nace el único pueblo de Dios de la Nueva Alianza
        que trasciende todos los límites naturales o humanos de las naciones,
        las culturas, las razas y los sexos: "Porque en un solo Espíritu
        hemos sido todos bautizados, para no formar más que un cuerpo" (1
        Co 12,13).
        1268 Los bautizados vienen a ser "piedras
        vivas" para "edificación de un edificio espiritual, para un
        sacerdocio santo" (1 P 2,5). Por el Bautismo participan del
        sacerdocio de Cristo, de su misión profética y real, son "linaje
        elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido, para anunciar
        las alabanzas de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su admirable
        luz" (1 P 2,9). El Bautismo hace participar en el sacerdocio común
        de los fieles.
        1269 Hecho miembro de la Iglesia, el bautizado ya
        no se pertenece a sí mismo (1 Co 6,19), sino al que murió y resucitó
        por nosotros (cf 2 Co 5,15). Por tanto, está llamado a someterse a los
        demás (Ef 5,21; 1 Co 16,15-16), a servirles (cf Jn 13,12-15) en la
        comunión de la Iglesia, y a ser "obediente y dócil" a los
        pastores de la Iglesia (Hb 13,17) y a considerarlos con respeto y afecto
        (cf 1 Ts 5,12-13). Del mismo modo que el Bautismo es la fuente de
        responsabilidades y deberes, el bautizado goza también de derechos en
        el seno de la Iglesia: recibir los sacramentos, ser alimentado con la
        palabra de Dios y ser sostenido por los otros auxilios espirituales de
        la Iglesia (cf LG 37; CIC can. 208-223; CCEO, can. 675,2).
        1270 Los bautizados "por su nuevo nacimiento
        como hijos de Dios están obligados a confesar delante de los hombres la
        fe que recibieron de Dios por medio de la Iglesia" (LG 11) y de
        participar en la actividad apostólica y misionera del Pueblo de Dios
        (cf LG 17; AG 7,23).
        
        
        El vínculo sacramental de la unidad de los
        cristianos        
        
        1271 El Bautismo constituye el fundamento de la
        comunión entre todos los cristianos, e incluso con los que todavía no
        están en plena comunión con la Iglesia católica: "Los que creen
        en Cristo y han recibido ritualmente el bautismo están en una cierta
        comunión, aunque no perfecta, con la Iglesia católica... justificados
        por la fe en el bautismo, se han incorporado a Cristo; por tanto, con
        todo derecho se honran con el nombre de cristianos y son reconocidos con
        razón por los hijos de la Iglesia Católica como hermanos del Señor"
        (UR 3). "Por consiguiente, el bautismo constituye un vínculo
        sacramental de unidad, vigente entre los que han sido regenerados
        por él" (UR 22).
        
        
        Un sello espiritual indeleble...        
        
        1272 Incorporado a Cristo por el Bautismo, el
        bautizado es configurado con Cristo (cf Rm 8,29). El Bautismo imprime en
        el cristiano un sello espiritual indeleble (character) de su
        pertenencia a Cristo. Este sello no es borrado por ningún pecado,
        aunque el pecado impida al Bautismo dar frutos de salvación (cf DS
        1609-1619). Dado una vez por todas, el Bautismo no puede ser reiterado.
        1273 Incorporados a la Iglesia por el Bautismo,
        los fieles han recibido el carácter sacramental que los consagra para
        el culto religioso cristiano (cf LG 11). El sello bautismal capacita y
        compromete a los cristianos a servir a Dios mediante una participación
        viva en la santa Liturgia de la Iglesia y a ejercer su sacerdocio
        bautismal por el testimonio de una vida santa y de una caridad eficaz
        (cf LG 10).
        1274 El "sello del Señor"
        (Dominicus character: S. Agustín, Ep. 98,5), es el sello con que el Espíritu
        Santo nos ha marcado "para el día de la redención" (Ef 4,30;
        cf Ef 1,13-14; 2 Co 1,21-22). "El Bautismo, en efecto, es el sello
        de la vida eterna" (S. Ireneo, Dem.,3). El fiel que "guarde el
        sello" hasta el fin, es decir, que permanezca fiel a las exigencias
        de su Bautismo, podrá morir marcado con "el signo de la fe"
        (MR, Canon romano, 97), con la fe de su Bautismo, en la espera de la
        visión bienaventurada de Dios –consumación de la fe– y en la
        esperanza de la resurrección.
        
        
        Resumen        
        
        1275 La iniciación cristiana se realiza
        mediante el conjunto de tres sacramentos: el Bautismo, que es el
        comienzo de la vida nueva; la Confirmación que es su afianzamiento; y
        la Eucaristía que alimenta al discípulo con el Cuerpo y la Sangre de
        Cristo para ser transformado en El.
        1276 "Id, pues, y haced discípulos a
        todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del
        Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que yo os he
        mandado" (Mt 28,19-20).
        1277 El Bautismo constituye el nacimiento a la
        vida nueva en Cristo. Según la voluntad del Señor, es necesario para
        la salvación, como lo es la Iglesia misma, a la que introduce el
        Bautismo.
        1278 El rito esencial del Bautismo consiste en
        sumergir en el agua al candidato o derramar agua sobre su cabeza,
        pronunciando la invocación de la Santísima Trinidad, es decir, del
        Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
        1279 El fruto del Bautismo, o gracia
        bautismal, es una realidad rica que comprende: el perdón del pecado
        original y de todos los pecados personales; el nacimiento a la vida
        nueva, por la cual el hombre es hecho hijo adoptivo del Padre, miembro
        de Cristo, templo del Espíritu Santo. Por la acción misma del
        bautismo, el bautizado es incorporado a la Iglesia, Cuerpo de Cristo, y
        hecho partícipe del sacerdocio de Cristo.
        1280 El Bautismo imprime en el alma un signo
        espiritual indeleble, el carácter, que consagra al bautizado al culto
        de la religión cristiana. Por razón del carácter, el Bautismo no
        puede ser reiterado (cf DS 1609 y 1624).
        1281 Los que padecen la muerte a causa de la
        fe, los catecúmenos y todos los hombres que, bajo el impulso de la
        gracia, sin conocer la Iglesia, buscan sinceramente a Dios y se
        esfuerzan por cumplir su voluntad, pueden salvarse aunque no hayan
        recibido el Bautismo (cf LG 16).
        1282 Desde los tiempos más antiguos, el
        Bautismo es dado a los niños, porque es una gracia y un don de Dios que
        no suponen méritos humanos; los niños son bautizados en la fe de la
        Iglesia. La entrada en la vida cristiana da acceso a la verdadera
        libertad.
        1283 En cuanto a los niños muertos sin
        bautismo, la liturgia de la Iglesia nos invita a tener confianza en la
        misericordia divina y a orar por su salvación.
        1284 En caso de necesidad, toda persona puede
        bautizar, con tal que tenga la intención de hacer lo que hace la
        Iglesia, y que derrame agua sobre la cabeza del candidato diciendo:
        "Yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
        Santo".
        
        
        
        ARTÍCULO 2
        EL SACRAMENTO DE LA CONFIRMACIÓN        
        
        1285 Con el Bautismo y la Eucaristía, el
        sacramento de la Confirmación constituye el conjunto de los
        "sacramentos de la iniciación cristiana", cuya unidad debe
        ser salvaguardada. Es preciso, pues, explicar a los fieles que la
        recepción de este sacramento es necesaria para la plenitud de la gracia
        bautismal (cf OCf, Praenotanda 1). En efecto, a los bautizados "el
        sacramento de la confirmación los une más íntimamente a la Iglesia y
        los los enriquece con una fortaleza especial del Espíritu Santo. De
        esta forma se comprometen mucho más, como auténticos testigos de
        Cristo, a extender y defender la fe con sus palabras y sus obras"
        (LG 11; cf OCf, Praenotanda 2):
        
        
        I La Confirmación en la economía de la salvación        
        
        1286 En el Antiguo Testamento, los
        profetas anunciaron que el Espíritu del Señor reposaría sobre el Mesías
        esperado (cf. Is 11,2) para realizar su misión salvífica (cf Lc
        4,16-22; Is 61,1). El descenso del Espíritu Santo sobre Jesús en su
        Bautismo por Juan fue el signo de que él era el que debía venir, el
        Mesías, el Hijo de Dios (Mt 3,13-17; Jn 1,33- 34). Habiendo sido
        concedido por obra del Espíritu Santo, toda su vida y toda su misión
        se realizan en una comunión total con el Espíritu Santo que el Padre
        le da "sin medida" (Jn 3,34).
        1287 Ahora bien, esta plenitud del Espíritu no
        debía permanecer únicamente en el Mesías, sino que debía ser
        comunicada a todo el pueblo mesiánico (cf Ez 36,25-27; Jl
        3,1-2). En repetidas ocasiones Cristo prometió esta efusión del Espíritu
        (cf Lc 12,12; Jn 3,5-8; 7,37-39; 16,7-15; Hch 1,8), promesa que realizó
        primero el día de Pascua (Jn 20,22) y luego, de manera más manifiesta
        el día de Pentecostés (cf Hch 2,1-4). Llenos del Espíritu Santo, los
        Apóstoles comienzan a proclamar "las maravillas de Dios" (Hch
        2,11) y Pedro declara que esta efusión del Espíritu es el signo de los
        tiempos mesiánicos (cf Hch 2, 17-18). Los que creyeron en la predicación
        apostólica y se hicieron bautizar, recibieron a su vez el don del Espíritu
        Santo (cf Hch 2,38).
        1288 "Desde aquel tiempo, los Apóstoles, en
        cumplimiento de la voluntad de Cristo, comunicaban a los neófitos,
        mediante la imposición de las manos, el don del Espíritu Santo,
        destinado a completar la gracia del Bautismo (cf Hch 8,15-17; 19,5-6).
        Esto explica por qué en la Carta a los Hebreos se recuerda, entre los
        primeros elementos de la formación cristiana, la doctrina del bautismo
        y de la la imposición de las manos (cf Hb 6,2). Es esta imposición de
        las manos la ha sido con toda razón considerada por la tradición católica
        como el primitivo origen del sacramento de la Confirmación, el cual
        perpetúa, en cierto modo, en la Iglesia, la gracia de Pentecostés"
        (Pablo VI, const. apost. "Divinae consortium naturae").
        1289 Muy pronto, para mejor significar el don del
        Espíritu Santo, se añadió a la imposición de las manos una unción
        con óleo perfumado (crisma). Esta unción ilustra el nombre de
        "cristiano" que significa "ungido" y que tiene su
        origen en el nombre de Cristo, al que "Dios ungió con el Espíritu
        Santo" (Hch 10,38). Y este rito de la unción existe hasta nuestros
        días tanto en Oriente como en Occidente. Por eso en Oriente, se llama a
        este sacramento crismación, unción con el crisma, o myron,
        que significa "crisma". En Occidente el nombre de Confirmación
        sugiere que este sacramento al mismo tiempo confirma el Bautismo y
        robustece la gracia bautismal.
        
        
        Dos tradiciones: Oriente y Occidente        
        
        1290 En los primeros siglos la Confirmación
        constituye generalmente una única celebración con el Bautismo, y forma
        con éste, según la expresión de S. Cipriano, un "sacramento
        doble. Entre otras razones, la multiplicación de los bautismos de niños,
        durante todo el tiempo del año, y la multiplicación de las parroquias
        (rurales), que agrandaron las diócesis, ya no permite la presencia del
        obispo en todas las celebraciones bautismales. En Occidente, por el
        deseo de reservar al obispo el acto de conferir la plenitud al Bautismo,
        se establece la separación temporal de ambos sacramentos. El Oriente ha
        conservado unidos los dos sacramentos, de modo que la Confirmación es
        dada por el presbítero que bautiza. Este, sin embargo, sólo puede
        hacerlo con el "myron" consagrado por un obispo (cf CCEO, can.
        695,1; 696,1).
        1291 Una costumbre de la Iglesia de Roma facilitó
        el desarrollo de la práctica occidental; había una doble unción con
        el santo crisma después del Bautismo: realizada ya una por el presbítero
        al neófito al salir del baño bautismal, es completada por una segunda
        unción hecha por el obispo en la frente de cada uno de los recién
        bautizados (véase S. Hipólito de Roma, Trad. Ap. 21). La primera unción
        con el santo crisma, la que daba el sacerdote, quedó unida al rito
        bautismal; significa la participación del bautizado en las funciones
        profética, sacerdotal y real de Cristo. Si el Bautismo es conferido a
        un adulto, sólo hay una unción postbautismal: la de la Confirmación.
        1292 La práctica de las Iglesias de Oriente
        destaca más la unidad de la iniciación cristiana. La de la Iglesia
        latina expresa más netamente la comunión del nuevo cristiano con su
        obispo, garante y servidor de la unidad de su Iglesia, de su catolicidad
        y su apostolicidad, y por ello, el vínculo con los orígenes apostólicos
        de la Iglesia de Cristo.
        
        
        II Los signos y el rito de la Confirmación        
        
        1293 En el rito de este sacramento conviene
        considerar el signo de la unción y lo que la unción designa e
        imprime: el sello espiritual.
        
        
        La unción, en el simbolismo bíblico y antiguo,
        posee numerosas significaciones: el aceite es signo de abundancia (cf Dt
        11,14, etc.) y de alegría (cf Sal 23,5; 104,15); purifica (unción
        antes y después del baño) y da agilidad (la unción de los atletas y
        de los luchadores); es signo de curación, pues suaviza las contusiones
        y las heridas (cf Is 1,6; Lc 10,34) y el ungido irradia belleza,
        santidad y fuerza.        
        
        1294 Todas estas significaciones de la unción
        con aceite se encuentran en la vida sacramental. La unción antes del
        Bautismo con el óleo de los catecúmenos significa purificación y
        fortaleza; la unción de los enfermos expresa curación y el consuelo.
        La unción del santo crisma después del Bautismo, en la Confirmación y
        en la Ordenación, es el signo de una consagración. Por la Confirmación,
        los cristianos, es decir, los que son ungidos, participan más
        plenamente en la misión de Jesucristo y en la plenitud del Espíritu
        Santo que éste posee, a fin de que toda su vida desprenda "el buen
        olor de Cristo" (cf 2 Co 2,15).
        1295 Por medio de esta unción, el confirmando
        recibe "la marca", el sello del Espíritu Santo. El
        sello es el símbolo de la persona (cf Gn 38,18; Ct 8,9), signo de su
        autoridad (cf Gn 41,42), de su propiedad sobre un objeto (cf. Dt 32,34)
        -por eso se marcaba a los soldados con el sello de su jefe y a los
        esclavos con el de su señor-; autentifica un acto jurídico (cf 1 R
        21,8) o un documento (cf Jr 32,10) y lo hace, si es preciso, secreto (cf
        Is 29,11).
        1296 Cristo mismo se declara marcado con el sello
        de su Padre (cf Jn 6,27). El cristiano también está marcado con un
        sello: "Y es Dios el que nos conforta juntamente con vosotros en
        Cristo y el que nos ungió, y el que nos marcó con su sello y nos dio
        en arras el Espíritu en nuestros corazones" (2 Co 1,22; cf Ef
        1,13; 4,30). Este sello del Espíritu Santo, marca la pertenencia total
        a Cristo, la puesta a su servicio para siempre, pero indica también la
        promesa de la protección divina en la gran prueba escatológica (cf Ap
        7,2-3; 9,4; Ez 9,4-6).
        
        
        La celebración de la Confirmación        
        
        1297 Un momento importante que precede a la
        celebración de la Confirmación, pero que, en cierta manera forma parte
        de ella, es la consagración del santo crisma. Es el obispo
        quien, el Jueves Santo, en el transcurso de la Misa crismal, consagra el
        santo crisma para toda su Diócesis. En las Iglesias de Oriente, esta
        consagración está reservada al Patriarca:
        
          
        
        La liturgia de Antioquía expresa así la epíclesis
          de la consagración del santo crisma (myron): " (Padre...envía
          tu Espíritu Santo) sobre nosotros y sobre este aceite que está
          delante de nosotros y conságralo, de modo que sea para todos los que
          sean ungidos y marcados con él, myron santo, myron sacerdotal, myron
          real, unción de alegría, vestidura de la luz, manto de salvación,
          don espiritual, santificación de las almas y de los cuerpos, dicha
          imperecedera, sello indeleble, escudo de la fe y casco terrible contra
          todas las obras del Adversario".        
          
        
        1298 Cuando la Confirmación se celebra
        separadamente del Bautismo, como es el caso en el rito romano, la
        liturgia del sacramento comienza con la renovación de las promesas del
        Bautismo y la profesión de fe de los confirmandos. Así aparece
        claramente que la Confirmación constituye una prolongación del
        Bautismo (cf SC 71). Cuando es bautizado un adulto, recibe
        inmediatamente la Confirmación y participa en la Eucaristía (cf CIC
        can.866).
        1299 En el rito romano, el obispo extiende las
        manos sobre todos los confirmandos, gesto que, desde el tiempo de los apóstoles,
        es el signo del don del Espíritu. Y el obispo invoca así la efusión
        del Espíritu:
        
          
        
        Dios Todopoderoso, Padre de nuestro Señor Jesucristo,
          que regeneraste, por el agua y el Espíritu Santo, a estos siervos
          tuyos y los libraste del pecado: escucha nuestra oración y envía
          sobre ellos el Espíritu Santo Paráclito; llénalos de espíritu de
          sabiduría y de inteligencia, de espíritu de consejo y de fortaleza,
          de espíritu de ciencia y de piedad; y cólmalos del espíritu de tu
          santo temor. Por Jesucristo nuestro Señor.        
          
        
        1300 Sigue el rito esencial del
        sacramento. En el rito latino, "el sacramento de la confirmación
        es conferido por la unción del santo crisma en la frente, hecha
        imponiendo la mano, y con estas palabras: "Recibe por esta señal
        el don del Espíritu Santo" (Paulus VI, Const. Ap. Divinae
        consortium naturae). En las Iglesias orientales, la unción del myron
        se hace después de una oración de epíclesis, sobre las partes más
        significativas del cuerpo: la frente, los ojos, la nariz, los oídos,
        los labios, el pecho, la espalda, las manos y los pies, y cada unción
        va acompañada de la fórmula: "Sfragi~ dwrea~ Pneumto~ æAgiou"
        ("Rituale per le Chiese orientali di rito bizantino in lingua
        greca, I -LEV 1954), p. 36". ("Signaculum doni Spiritus
        Sancti" - "Sello del don que es el Espíritu Santo").
        1301 El beso de paz con el que concluye el rito
        del sacramento significa y manifiesta la comunión eclesial con el
        obispo y con todos los fieles (cf S. Hipólito, Trad. ap. 21).
        
        
        III Los efectos de la Confirmación        
        
        1302 De la celebración se deduce que el efecto
        del sacramento es la efusión especial del Espíritu Santo, como fue
        concedida en otro tiempo a los Apóstoles el día de Pentecostés.
        1303 Por este hecho, la Confirmación confiere
        crecimiento y profundidad a la gracia bautismal:
        
        
        – nos introduce más profundamente en la filiación
        divina que nos hace decir "Abbá, Padre" (Rm 8,15).;        
        
        
        
        – nos une más firmemente a Cristo;        
        
        
        
        – aumenta en nosotros los dones del Espíritu Santo;        
        
        
        
        – hace más perfecto nuestro vínculo con la Iglesia
        (cf LG 11);        
        
        
        
        – nos concede una fuerza especial del Espíritu Santo
        para difundir y defender la fe mediante la palabra y las obras como
        verdaderos testigos de Cristo, para confesar valientemente el nombre de
        Cristo y para no sentir jamás vergüenza de la cruz (cf DS 1319; LG
        11,12):        
        
        
          
        
        Recuerda, pues, que has recibido el signo espiritual,
          el Espíritu de sabiduría e inteligencia, el Espíritu de consejo y
          de fortaleza, el Espíritu de conocimiento y de piedad, el Espíritu
          de temor santo, y guarda lo que has recibido. Dios Padre te ha marcado
          con su signo, Cristo Señor te ha confirmado y ha puesto en tu corazón
          la prenda del Espíritu (S. Ambrosio, Myst. 7,42).        
          
        
        1304 La Confirmación, como el Bautismo del que
        es la plenitud, sólo se da una vez. La Confirmación, en efecto,
        imprime en el alma una marca espiritual indeleble, el "carácter"
        (cf DS 1609), que es el signo de que Jesucristo ha marcado al cristiano
        con el sello de su Espíritu revistiéndolo de la fuerza de lo alto para
        que sea su testigo (cf Lc 24,48-49).
        1305 El "carácter" perfecciona el
        sacerdocio común de los fieles, recibido en el Bautismo, y "el
        confirmado recibe el poder de confesar la fe de Cristo públicamente, y
        como en virtud de un cargo (quasi ex officio)" (S. Tomás de
        A., s.th. 3, 72,5, ad 2).
        
        
        IV Quién puede recibir este sacramento        
        
        1306 Todo bautizado, aún no confirmado, puede y
        debe recibir el sacramento de la Confirmación (cf CIC can. 889, 1).
        Puesto que Bautismo, Confirmación y Eucaristía forman una unidad, de
        ahí se sigue que "los fieles tienen la obligación de recibir este
        sacramento en tiempo oportuno" (CIC, can. 890), porque sin la
        Confirmación y la Eucaristía el sacramento del Bautismo es ciertamente
        válido y eficaz, pero la iniciación cristiana queda incompleta.
        1307 La costumbre latina, desde hace siglos,
        indica "la edad del uso de razón", como punto de referencia
        para recibir la Confirmación. Sin embargo, en peligro de muerte, se
        debe confirmar a los niños incluso s i no han alcanzado todavía la
        edad del uso de razón (cf CIC can. 891; 893,3).
        1308 Si a veces se habla de la Confirmación como
        del "sacramento de la madurez cristiana", es preciso, sin
        embargo, no confundir la edad adulta de la fe con la edad adulta del
        crecimiento natural, ni olvidar que la gracia bautismal es una gracia de
        elección gratuita e inmerecida que no necesita una "ratificación"
        para hacerse efectiva. Santo Tomás lo recuerda:
        
          
        
        La edad del cuerpo no constituye un prejuicio para el
          alma. Así, incluso en la infancia, el hombre puede recibir la
          perfección de la edad espiritual de que habla la Sabiduría (4,8):
          `la vejez honorable no es la que dan los muchos días, no se mide por
          el número de los años'. Así numerosos niños, gracias a la fuerza
          del Espíritu Santo que habían recibido, lucharon valientemente y
          hasta la sangre por Cristo (s.th. 3, 72,8,ad 2).        
          
        
        1309 La preparación para la Confirmación
        debe tener como meta conducir al cristiano a una unión más íntima con
        Cristo, a una familiaridad más viva con el Espíritu Santo, su acción,
        sus dones y sus llamadas, a fin de poder asumir mejor las
        responsabilidades apostólicas de la vida cristiana. Por ello, la
        catequesis de la Confirmación se esforzará por suscitar el sentido de
        la pertenencia a la Iglesia de Jesucristo, tanto a la Iglesia universal
        como a la comunidad parroquial. Esta última tiene una resp onsabilidad
        particular en la preparación de los confirmandos (cf OCf, Praenotanda
        3).
        1310 Para recibir la Confirmación es preciso
        hallarse en estado de gracia. Conviene recurrir al sacramento de la
        Penitencia para ser purificado en atención al don del Espíritu Santo.
        Hay que prepararse con una oración más intensa para recibir con
        docilidad y disponibilidad la fuerza y las gracias del Espíritu Santo
        (cf Hch 1,14).
        1311 Para la Confirmación, como para el
        Bautismo, conviene que los candidatos busquen la ayuda espiritual de un padrino
        o de una madrina. Conviene que sea el mismo que para el Bautismo
        a fin de subrayar la unidad entre los dos sacramentos (cf OCf,
        Praenotanda 5.6; CIC can. 893, 1.2).
        
        
        V El ministro de la Confirmación        
        
        1312 El ministro originario de la
        Confirmación es el obispo (LG 26).
        En Oriente es ordinariamente el presbítero que
        bautiza quien da también inmediatamente la Confirmación en una sola
        celebración. Sin embargo, lo hace con el santo crisma consagrado por el
        patriarca o el obispo, lo cual expresa la unidad apostólica de la
        Iglesia cuyos vínculos son reforzados por el sacramento de la
        Confirmación. En la Iglesia latina se aplica la misma disciplina en los
        bautismos de adultos y cuando es admitido a la plena comunión con la
        Iglesia un bautizado de otra comunidad cristiana que no ha recibido válidamente
        el sacramento de la Confirmación (cf CIC can 883,2).
        1313 En el rito latino, el ministro
        ordinario de la Conformación es el obispo (CIC can. 882). Aunque el
        obispo puede, en caso de necesidad, conceder a presbíteros la facultad
        de administrar el sacramento de la Confirmación (CIC can. 884,2),
        conviene que lo confiera él mismo, sin olvidar que por esta razón la
        celebración de la Confirmación fue temporalmente separada del
        Bautismo. Los obispos son los sucesores de los apóstoles y han recibido
        la plenitud del sacramento del orden. Por esta razón, la administración
        de este sacramento por ellos mismos pone de relieve que la Confirmación
        tiene como efecto unir a los que la reciben más estrechamente a la
        Iglesia, a sus orígenes apostólicos y a su misión de dar testimonio
        de Cristo.
        1314 Si un cristiano está en peligro de muerte,
        cualquier presbítero puede darle la Confirmación (cf CIC can. 883,3).
        En efecto, la Iglesia quiere que ninguno de sus hijos, incluso en la más
        tierna edad, salga de este mundo sin haber sido perfeccionado por el Espíritu
        Santo con el don de la plenitud de Cristo.
        
        
        Resumen        
        
        1315 "Al enterarse los apóstoles que
        estaban en Jerusalén de que Samaría había aceptado la Palabra de
        Dios, les enviaron a Pedro y a Juan. Estos bajaron y oraron por ellos
        para que recibieran el Espíritu Santo; pues todavía no había
        descendido sobre ninguno de ellos; únicamente habían sido bautizados
        en el nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían
        el Espíritu Santo" (Hch 8,14-17).
        1316 La Confirmación perfecciona la gracia
        bautismal; es el sacramento que da el Espíritu Santo para enraizarnos más
        profundamente en la filiación divina, incorporarnos más firmemente a
        Cristo, hacer más sólido nuestro vínculo con la Iglesia, asociarnos
        todavía más a su misión y ayudarnos a dar testimonio de la fe
        cristiana por la palabra acompañada de las obras.
        1317 La Confirmación, como el Bautismo,
        imprime en el alma del cristiano un signo espiritual o carácter
        indeleble; por eso este sacramento sólo se puede recibir una vez en la
        vida.
        1318 En Oriente, este sacramento es
        administrado inmediatamente después del Bautismo y es seguido de la
        participación en la Eucaristía, tradición que pone de relieve la
        unidad de los tres sacramentos de la iniciación cristiana. En la
        Iglesia latina se administra este sacramento cuando se ha alcanzado el
        uso de razón, y su celebración se reserva ordinariamente al obispo,
        significando así que este sacramento robustece el vínculo eclesial.
        1319 El candidato a la Confirmación que ya ha
        alcanzado el uso de razón debe profesar la fe, estar en estado de
        gracia, tener la intención de recibir el sacramento y estar preparado
        para asumir su papel de discípulo y de testigo de Cristo, en la
        comunidad eclesial y en los asuntos temporales.
        1320 El rito esencial de la Confirmación es
        la unción con el Santo Crisma en la frente del bautizado (y en Oriente,
        también en los otros órganos de los sentidos), con la imposición de
        la mano del ministro y las palabras: "Accipe signaculum doni
        Spiritus Sancti" ("Recibe por esta señal el don del Espíritu
        Santo"), en el rito romano; "Signaculum doni Spiritus
        Sancti" ("Sello del don del Espíritu Santo"), en el rito
        bizantino.
        1321 Cuando la Confirmación se celebra
        separadamente del Bautismo, su conexión con el Bautismo se expresa
        entre otras cosas por la renovación de los compromisos bautismales. La
        celebración de la Confirmación dentro de la Eucaristía contribuye a
        subrayar la unidad de los sacramentos de la iniciación cristiana.
        
        
        
        ARTÍCULO 3
        EL SACRAMENTO DE LA EUCARISTÍA        
        
        1322 La Sagrada Eucaristía culmina la iniciación
        cristiana. Los que han sido elevados a la dignidad del sacerdocio real
        por el Bautismo y configurados más profundamente con Cristo por la
        Confirmación, participan por medio de la Eucaristía con toda la
        comunidad en el sacrificio mismo del Señor.
        1323 "Nuestro Salvador, en la última Cena,
        la noche en que fue entregado, instituyó el sacrificio eucarístico de
        su cuerpo y su sangre para perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el
        sacrificio de la cruz y confiar así a su Esposa amada, la Iglesia, el
        memorial de su muerte y resurrección, sacramento de piedad, signo de
        unidad, vínculo de amor, banquete pascual en el que se recibe a Cristo,
        el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria
        futura" (SC 47).
        
        
        I La Eucaristía, fuente y cumbre de la vida eclesial        
        
        1324 La Eucaristía es "fuente y cima de
        toda la vida cristiana" (LG 11). "Los demás sacramentos, como
        también todos los ministerios eclesiales y las obras de apostolado, están
        unidos a la Eucaristía y a ella se ordenan. La sagrada Eucaristía, en
        efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo
        mismo, nuestra Pascua" (PO 5).
        1325 "La Eucaristía significa y realiza la
        comunión de vida con Dios y la unidad del Pueblo de Dios por las que la
        Igle sia es ella misma. En ella se encuentra a la vez la cumbre de la
        acción por la que, en Cristo, Dios santifica al mundo, y del culto que
        en el Espíritu Santo los hombres dan a Cristo y por él al Padre"
        (CdR, inst. "Eucharisticum mysterium" 6).
        1326 Finalmente, la celebración eucarística nos
        unimos ya a la liturgia del cielo y anticipamos la vida eterna cuando
        Dios será todo en todos (cf 1 Co 15,28).
        1327 En resumen, la Eucaristía es el compendio y
        la suma de nuestra fe: "Nuestra manera de pensar armoniza con la
        Eucaristía, y a su vez la Eucaristía confirma nuestra manera de
        pensar" (S. Ireneo, haer. 4, 18, 5).
        
        
        II El nombre de este sacramento        
        
        1328 La riqueza inagotable de este sacramento se
        expresa mediante los distintos nombres que se le da. Cada uno de estos
        nombres evoca alguno de sus aspectos. Se le llama:
        Eucaristía porque es acción de gracias a Dios.
        Las palabras "eucharistein" (Lc 22,19; 1 Co 11,24) y
        "eulogein" (Mt 26,26; Mc 14,22) recuerdan las bendiciones judías
        que proclaman -sobre todo durante la comida- las obras de Dios: la
        creación, la redención y la santificación.
        1329 Banquete del Señor (cf 1 Co 11,20)
        porque se trata de la Cena que el Señor celebró con sus discípulos
        la víspera de su pasión y de la anticipación del banquete de bodas
        del Cordero (cf Ap 19,9) en la Jerusalén celestial. 
        Fracción del pan porque este rito, propio del
        banquete judío, fue utilizado por Jesús cuando bendecía y distribuía
        el pan como cabeza de familia (cf Mt 14,19; 15,36; Mc 8,6.19), sobre
        todo en la última Cena (cf Mt 26,26; 1 Co 11,24). En este gesto los
        discípulos lo reconocerán después de su resurrección (Lc 24,13-35),
        y con esta expresión los primeros cristianos designaron sus asambleas
        eucarísticas (cf Hch 2,42.46; 20,7.11). Con él se quiere significar
        que todos los que comen de este único pan, partido, que es Cristo,
        entran en comunión con él y forman un solo cuerpo en él (cf 1
        Co 10,16-17). 
        Asamblea eucarística (synaxis), porque la
        Eucaristía es celebrada en la asamblea de los fieles, expresión visibl
        e de la Iglesia (cf 1 Co 11,17-34).
        1330 Memorial de la pasión y de la
        resurrección del Señor.
        Santo Sacrificio, porque actualiza el único
        sacrificio de Cristo Salvador e incluye la ofrenda de la Iglesia; o
        también santo sacrificio de la misa, "sacrificio de
        alabanza" (Hch 13,15; cf Sal 116, 13.17), sacrificio
        espiritual (cf 1 P 2,5), sacrificio puro (cf Ml 1,11) y
        santo, puesto que completa y supera todos los sacrificios de la
        Antigua Alianza.
        Santa y divina Liturgia, porque toda la liturgia
        de la Iglesia encuentra su centro y su expresión más densa en la
        celebración de este sacramento; en el mismo sentido se la llama también
        celebración de los santos misterios. Se habla también del Santísimo
        Sacramento porque es el Sacramento de los Sacramentos. Con este
        nombre se designan las especies eucarísticas guardadas en el sagrario.
        1331 Comunión, porque por este sacramento
        nos unimos a Cristo que nos hace partícipes de su Cuerpo y de su Sangre
        para formar un solo cuerpo (cf 1 Co 10,16-17); se la llama también las cosas
        santas [ta hagia; sancta] (Const. Apost. 8, 13, 12; Didaché 9,5;
        10,6) -es el sentido primero de la comunión de los santos de que habla
        el Símbolo de los Apóstoles-, pan de los ángeles, pan del
        cielo, medicina de inmortalidad (S. Ignacio de Ant. Eph
        20,2), viático...
        1332 Santa Misa porque la liturgia en la
        que se realiza el misterio de salvación se termina con el envío de los
        fieles (missio) a fin de que cumplan la voluntad de Dios en su vida
        cotidiana.
        
        
        III La Eucaristía en la economía de la salvación        
        
        
        
        Los signos del pan y del vino        
        
        1333 En el corazón de la celebración de la
        Eucaristía se encuentran el pan y el vino que, por las palabras de
        Cristo y por la invocación del Espíritu Santo, se convierten en el
        Cuerpo y la Sangre de Cristo. Fiel a la orden del Señor, la Iglesia
        continúa haciendo, en memoria de él, hasta su retorno glorioso, lo que
        él hizo la víspera de su pasión: "Tomó pan...", "tomó
        el cáliz lleno de vino...". Al convertirse misteriosamente en el
        Cuerpo y la Sangre de Cristo, los signos del pan y del vino siguen
        significando también la bondad de la creación. Así, en el ofertorio,
        damos gracias al Creador por el pan y el vino (cf Sal 104,13-15), fruto
        "del trabajo del hombre", pero antes, "fruto de la
        tierra" y "de la vid", dones del Creador. La Iglesia ve
        en en el gesto de Melquisedec, rey y sacerdote, que "ofreció pan y
        vino" (Gn 14,18) una prefiguración de su propia ofrenda (cf MR,
        Canon Romano 95).
        1334 En la Antigua Alianza, el pan y el vino eran
        ofrecidos como sacrificio entre las primicias de la tierra en señal de
        reconocimiento al Creador. Pero reciben también una nueva significación
        en el contexto del Exodo: los panes ácimos que Israel come cada año en
        la Pascua conmemoran la salida apresurada y liberadora de Egipto. El
        recuerdo del maná del desierto sugerirá siempre a Israel que vive del
        pan de la Palabra de Dios (Dt 8,3). Finalmente, el pan de cada día es
        el fruto de la Tierra prometida, prenda de la fidelidad de Dios a sus
        promesas. El "cáliz de bendición" (1 Co 10,16), al final del
        banquete pascual de los judíos, añade a la alegría festiva del vino
        una dimensión escatológica, la de la espera mesiánica del
        restablecimiento de Jerusalén. Jesús instituyó su Eucaristía dando
        un sentido nuevo y definitivo a la bendición del pan y del cáliz.
        1335 Los milagros de la multiplicación de los
        panes, cuando el Señor dijo la bendición, partió y distribuyó los
        panes por medio de sus discípulos para alimentar la multitud,
        prefiguran la sobreabundancia de este único pan de su Eucaristía (cf.
        Mt 14,13-21; 15, 32-29). El signo del agua convertida en vino en Caná
        (cf Jn 2,11) anuncia ya la Hora de la glorificación de Jesús.
        Manifiesta el cumplimiento del banquete de las bodas en el Reino del
        Padre, donde los fieles beberán el vino nuevo (cf Mc 14,25) convertido
        en Sangre de Cristo.
        1336 El primer anuncio de la Eucaristía dividió
        a los discípulos, igual que el anuncio de la pasión los escandalizó:
        "Es duro este lenguaje, ¿quién puede escucharlo?" (Jn 6,60).
        La Eucaristía y la cruz son piedras de tropiezo. Es el mismo misterio,
        y no cesa de ser ocasión de división. "¿También vosotros queréis
        marcharos?" (Jn 6,67): esta pregunta del Señor, resuena a través
        de las edades, invitación de su amor a descubrir que sólo él tiene
        "palabras de vida eterna" (Jn 6,68), y que acoger en la fe el
        don de su Eucaristía es acogerlo a él mismo.
        
        
        La institución de la Eucaristía        
        
        1337 El Señor, habiendo amado a los suyos, los
        amó hasta el fin. Sabiendo que había llegado la hora de partir de este
        mundo para retornar a su Padre, en el transcurso de una cena, les lavó
        los pies y les dio el mandamiento del amor (Jn 13,1-17). Para dejarles
        una prenda de este amor, para no alejarse nunca de los suyos y hacerles
        partícipes de su Pascua, instituyó la Eucaristía como memorial de su
        muerte y de su resurrección y ordenó a sus apóstoles celebrarlo hasta
        su retorno, "constituyéndoles entonces sacerdotes del Nuevo
        Testamento" (Cc. de Trento: DS 1740).
        1338 Los tres evangelios sinópticos y S. Pablo
        nos han tran smitido el relato de la institución de la Eucaristía; por
        su parte, S. Juan relata las palabras de Jesús en la sinagoga de
        Cafarnaúm, palabras que preparan la institución de la Eucaristía:
        Cristo se designa a sí mismo como el pan de vida, bajado del cielo (cf
        Jn 6).
        1339 Jesús escogió el tiempo de la Pascua para
        realizar lo que había anunciado en Cafarnaúm: dar a sus discípulos su
        Cuerpo y su Sangre:
        
          
        
        Llegó el día de los Azimos, en el que se había de
          inmolar el cordero de Pascua; (Jesús) envió a Pedro y a Juan,
          diciendo: `Id y preparadnos la Pascua para que la comamos'...fueron...
          y prepararon la Pascua. Llegada la hora, se puso a la mesa con los apóstoles;
          y les dijo: `Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros antes
          de padecer; porque os digo que ya no la comeré más hasta que halle
          su cumplimiento en el Reino de Dios'...Y tomó pan, dio gracias, lo
          partió y se lo dio diciendo: `Esto es mi cuerpo que va a ser
          entregado por vosotros; haced esto en recuerdo mío'. De igual modo,
          después de cenar, el cáliz, diciendo: `Este cáliz es la Nueva
          Alianza en mi sangre, que va a ser derramada por vosotros' (Lc
          22,7-20; cf Mt 26,17-29; Mc 14,12-25; 1 Co 11,23-26).        
          
        
        1340 Al celebrar la última Cena con sus apóstoles
        en el transcurso del banquete pascual, Jesús dio su sentido definitivo
        a la pascua judía. En efecto, el paso de Jesús a su Padre por su
        muerte y su resurrección, la Pascua nueva, es anticipada en la Cena y
        celebrada en la Eucaristía que da cumplimiento a la pascua judía y
        anticipa la pascua final de la Iglesia en la gloria del Reino.
        
        
        "Haced esto en memoria mía"        
        
        1341 El mandamiento de Jesús de repetir sus
        gestos y sus palabras "hasta que venga" (1 Co 11,26), no exige
        solamente acordarse de Jesús y de lo que hizo. Requiere la celebración
        litúrgica por los apóstoles y sus sucesores del memorial de
        Cristo, de su vida, de su muerte, de su resurrección y de su intercesión
        junto al Padre.
        1342 Desde el comienzo la Iglesia fue fiel a la
        orden del Señor. De la Iglesia de Jerusalén se dice: Acudían
        asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, fieles a la comunión
        fraterna, a la fracción del pan y a las oraciones...Acudían al Templo
        todos los días con perseverancia y con un mismo espíritu, partían el
        pan por las casas y tomaban el alimento con alegría y con sencillez de
        corazón (Hch 2,42.46).
        1343 Era sobre todo "el primer día de la
        semana", es decir, el domingo, el día de la resurrección de Jesús,
        cuando los cristianos se reunían para "partir el pan" (Hch
        20,7). Desde entonces hasta nuestros días la celebración de la
        Eucaristía se ha perpetuado, de suerte que hoy la encontramos por todas
        partes en la Iglesia, con la misma estructura fundamental. Sigue siendo
        el centro de la vida de la Iglesia.
        1344 Así, de celebración en celebración,
        anunciando el misterio pascual de Jesús "hasta que venga" (1
        Co 11,26), el pueblo de Dios peregrinante "camina por la senda
        estrecha de la cruz" (AG 1) hacia el banquete celestial, donde
        todos los elegidos se sentarán a la mesa del Reino.
        
        
        IV La celebración litúrgica de la Eucaristía        
        
        
        
        La misa de todos los siglos        
        
        1345 Desde el siglo II, según el testimonio de
        S. Justino mártir, tenemos las grandes líneas del desarrollo de la
        celebración eucarística. Estas han permanecido invariables hasta
        nuestros días a través de la diversidad de tradiciones rituales litúrgicas.
        He aquí lo que el santo escribe, hacia el año 155, para explicar al
        emperador pagano Antonino Pío (138-161) lo que hacen los cristianos:
        
          
        
        El día que se llama día del sol tiene lugar la reunión
          en un mismo sitio de todos los que habitan en la ciudad o en el campo.
          Se leen las memorias de los Apóstoles y los escritos de los profetas,
          tanto tiempo como es posible.
          Cuando el lector ha terminado, el que preside toma la palabra para
          incitar y exhortar a la imitación de tan bellas cosas.
          Luego nos levantamos todos juntos y oramos por nosotros...y por todos
          los demás donde quiera que estén a fin de que seamos hallados justos
          en nuestra vida y nuestras acciones y seamos fieles a los mandamientos
          para alcanzar así la salvación eterna.
          Cuando termina esta oración nos besamos unos a otros.
          Luego se lleva al que preside a los hermanos pan y una copa de agua y
          de vino mezclados.
          El presidente los toma y eleva alabanza y gloria al Padre del
          universo, por el nombre del Hijo y del Espíritu Santo y da gracias
          (en griego: eucharistian) largamente porque hayamos sido
          juzgados dignos de estos dones.
          Cuando terminan las oraciones y las acciones de gracias todo el pueblo
          presente pronuncia una aclamación diciendo: Amén.
          Cuando el que preside ha hecho la acción de gracias y el pueblo le ha
          respondido, los que entre nosotros se llaman diáconos distribuyen a
          todos los que están presentes pan, vino y agua
          "eucaristizados" y los llevan a los ausentes (S. Justino,
          apol. 1, 65; 67).        
          
        
        1346 La liturgia de la Eucaristía se desarrolla
        conforme a una estructura fundamental que se ha conservado a través de
        los siglos hasta nosotros. Comprende dos grandes momentos que forman una
        unidad básica:
        
        
        — La reunión, la liturgia de la Palabra, con
        las lecturas, la homilía y la oración universal;        
        
        
        
        — la liturgia eucarística, con la presentación
        del pan y del vino, la acción de gracias consecratoria y la comunión.        
        
        
        
        Liturgia de la Palabra y Liturgia eucarística
        constituyen juntas "un solo acto de culto" (SC 56); en efecto,
        la mesa preparada para nosotros en la Eucaristía es a la vez la de la
        Palabra de Dios y la del Cuerpo del Señor (cf. DV 21).        
        
        1347 He aquí el mismo dinamismo del banquete
        pascual de Jesús resucitado con sus discípulos: en el camino les
        explicaba las Escrituras, luego, sentándose a la mesa con ellos,
        "tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo
        dio" (cf Lc 24,13- 35).
        
        
        El desarrollo de la celebración        
        
        1348 Todos se reúnen. Los cristianos
        acuden a un mismo lugar para la asamblea eucarística. A su cabeza está
        Cristo mismo que es el actor principal de la Eucaristía. El es sumo
        sacerdote de la Nueva Alianza. El mismo es quien preside invisiblemente
        toda celebración eucarística. Como representante suyo, el obispo o el
        presbítero (actuando "in persona Christi capitis") preside la
        asamblea, toma la palabra después de las lecturas, recibe las ofrendas
        y dice la plegaria eucarística. Todos tienen parte activa en la
        celebración, cada uno a su manera: los lectores, los que presentan las
        ofrendas, los que dan la comunión, y el pueblo entero cuyo "Amén"
        manifiesta su participación.
        1349 La liturgia de la Palabra comprende
        "los escritos de los profetas", es decir, el Antiguo
        Testamento, y "las memorias de los apóstoles", es decir sus
        cartas y los Evangelios; después la homilía que exhorta a acoger esta
        palabra como lo que es verdaderamente, Palabra de Dios (cf 1 Ts 2,13), y
        a ponerla en práctica; vienen luego las intercesiones por todos los
        hombres, según la palabra del Apóstol: "Ante todo, recomiendo que
        se hagan plegarias, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos
        los hombres; por los reyes y por todos los constituidos en
        autoridad" (1 Tm 2,1-2).
        1350 La presentación de las ofrendas (el
        ofertorio): entonces se lleva al altar, a veces en procesión, el pan y
        el vino que serán ofrecidos por el sacerdote en nombre de Cristo en el
        sacrificio eucarístico en el que se convertirán en su Cuerpo y en su
        Sangre. Es la acción misma de Cristo en la última Cena, "tomando
        pan y una copa". "Sólo la Iglesia presenta esta oblación,
        pura, al Creador, ofreciéndole con acción de gracias lo que proviene
        de su creación" (S. Ireneo, haer. 4, 18, 4; cf. Ml 1,11). La
        presentación de las ofrendas en el altar hace suyo el gesto de
        Melquisedec y pone los dones del Creador en las manos de Cristo. El es
        quien, en su sacrificio, lleva a la perfección todos los intentos
        humanos de ofrecer sacrificios.
        1351 Desde el principio, junto con el pan y el
        vino para la Eucaristía, los cristianos presentan tambié n s u s d o n
        e s p a r a compartirlos con los que tienen necesidad. Esta costumbre de
        la colecta (cf 1 Co 16,1), siempre actual, se inspira en el
        ejemplo de Cristo que se hizo pobre para enriquecernos (cf 2 Co 8,9):
        
          
        
        Los que son ricos y lo desean, cada uno según lo que
          se ha impuesto; lo que es recogido es entregado al que preside, y él
          atiende a los huérfanos y viudas, a los que la enfermedad u otra
          causa priva de recursos, los presos, los inmigrantes y, en una
          palabra, socorre a todos los que están en necesidad (S. Justino,
          apol. 1, 67,6).        
          
        
        1352 La Anáfora: Con la plegaria eucarística,
        oración de acción de gracias y de consagración llegamos al corazón y
        a la cumbre de la celebración:
        
        
        En el prefacio, la Iglesia da gracias al Padre,
        por Cristo, en el Espíritu Santo, por todas sus obras , por la creación,
        la redención y la santificación. Toda la asamblea se une entonces a la
        alabanza incesante que la Iglesia celestial, los ángeles y todos los
        santos, cantan al Dios tres veces santo;        
        
        1353 En la epíclesis, la Iglesia pide al
        Padre que envíe su Espíritu Santo (o el poder de su bendición (cf MR,
        canon romano, 90) sobre el pan y el vino, para que se conviertan por su
        poder, en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, y que quienes toman parte
        en la Eucaristía sean un solo cuerpo y un solo espíritu (algunas
        tradiciones litúrgicas colocan la epíclesis después de la anámnesis);
        
        
        en el relato de la institución, la fuerza de las
        palabras y de la acción de Cristo y el poder del Espíritu Santo hacen
        sacramentalmente presentes bajo las especies de pan y de vino su Cuerpo
        y su Sangre, su sacrificio ofrecido en la cruz de una vez para siempre;        
        
        1354 en la anámnesis que sigue, la
        Iglesia hace memoria de la pasión, de la resurrección y del retorno
        glorioso de Cristo Jesús; presenta al Padre la ofrenda de su Hijo que
        nos reconcilia con él;
        
        
        en las intercesiones, la Iglesia expresa que la
        Eucaristía se celebra en comunión con toda la Iglesia del cielo y de
        la tierra, de los vivos y de los difuntos, y en comunión con los
        pastores de la Iglesia, el Papa, el obispo de la diócesis, su
        presbiterio y sus diáconos y todos los obispos del mundo entero con sus
        iglesias.        
        
        1355 En la comunión, precedida por la
        oración del Señor y de la fracción del pan, los fieles reciben
        "el pan del cielo" y "el cáliz de la salvación",
        el Cuerpo y la Sangre de Cristo que se entregó "para la vida del
        mundo" (Jn 6,51):
        
          
        
        Porque este pan y este vino han sido, según la
          expresión antigua "eucaristizados", "llamamos a este
          alimento Eucaristía y nadie puede tomar parte en él s i no
          cree en la verdad de lo que se enseña entre nosotros, si no ha
          recibido el baño para el perdón de los pecados y el nuevo
          nacimiento, y si no vive según los preceptos de Cristo" (S.
          Justino, apol. 1, 66,1-2).        
          
        
        
        
        V El sacrificio sacramental: acción de gracias,
        memorial, presencia        
        
        1356 Si los cristianos celebran la Eucaristía
        desde los orígenes, y de forma que, en su substancia, no ha cambiado a
        través de la gran diversidad de épocas y de liturgias, sucede porque
        sabemos que estamos sujetos al mandato del Señor, dado la víspera de
        su pasión: "haced esto en memoria mía" (1 Co 11,24-25).
        1357 Cumplimos este mandato del Señor celebrando
        el memorial de su sacrificio. Al hacerlo, ofrecemos al Padre
        lo que él mismo nos ha dado: los dones de su Creación, el pan y el
        vino, convertidos por el poder del Espíritu Santo y las palabras de
        Cristo, en el Cuerpo y la Sangre del mismo Cristo: Así Cristo se hace
        real y misteriosamente presente.
        1358 Por tanto, debemos considerar la Eucaristía
        
        
        — como acción de gracias y alabanza al Padre
        — como memorial del sacrificio de Cristo y de su Cuerpo,
        — como presencia de Cristo por el poder de su Palabra y de su Espíritu.        
        
        
        
        La acción de gracias y la alabanza al Padre        
        
        1359 La Eucaristía, sacramento de nuestra
        salvación realizada por Cristo en la cruz, es también un sacrificio de
        alabanza en acción de gracias por la obra de la creación. En el
        sacrificio eucarístico, toda la creación amada por Dios es presentada
        al Padre a través de la muerte y resurrección de Cristo. Por Cristo,
        la Iglesia puede ofrecer el sacrificio de alabanza en acción de gracias
        por todo lo que Dios ha hecho de bueno, de bello y de justo en la creación
        y en la humanidad.
        1360 La Eucaristía es un sacrificio de acción
        de gracias al Padre, una bendición por la cual la Iglesia expresa su
        reconocimiento a Dios por todos sus beneficios, por todo lo que ha
        realizado mediante la creación, la redención y la santificación.
        "Eucaristía" significa, ante todo, acción de gracias.
        1361 La Eucaristía es también el sacrificio de
        alabanza por medio del cual la Iglesia canta la gloria de Dios en nombre
        de toda la creación. Este sacrificio de alabanza sólo es posible a
        través de Cristo: él une los fieles a su persona, a su alabanza y a su
        intercesión, de manera que el sacrificio de alabanza al Padre es
        ofrecido por Cristo y con Cristo para ser aceptado en
        él.
        
        
        El memorial sacrificial de Cristo y de su Cuerpo, que
        es la Iglesia        
        
        1362 La Eucaristía es el memorial de la Pascua
        de Cristo, la actualización y la ofrenda sacramental de su único
        sacrificio, en la liturgia de la Iglesia que es su Cuerpo. En todas las
        plegarias eucarísticas encontramos, tras las palabras de la institución,
        una oración llamada anámnesis o memorial.
        1363 En el sentido empleado por la Sagrada
        Escritura, el memorial no es solamente el recuerdo de los
        acontecimientos del pasado, sino la proclamación de las maravillas que
        Dios ha realizado en favor de los hombres (cf Ex 13,3). En la celebración
        litúrgica, estos acontecimientos se hacen, en cierta forma, presentes y
        actuales. De esta manera Israel entiende su liberación de Egipto: cada
        vez que es celebrada la pascua, los acontecimientos del Exodo se hacen
        presentes a la memoria de los creyentes a fin de que conformen su vida a
        estos acontecimientos.
        1364 El memorial recibe un sentido nuevo en el
        Nuevo Testamento. Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía, hace memoria
        de la Pascua de Cristo y esta se hace presente: el sacrificio que Cristo
        ofreció de una vez para siempre en la cruz, permanece siempre actual
        (cf Hb 7,25-27): "Cuantas veces se renueva en el altar el
        sacrificio de la cruz, en el que Cristo, nuestra Pascua, fue inmolado,
        se realiza la obra de nuestra redención" (LG 3).
        1365 Por ser memorial de la Pascua de Cristo, la
        Eucaristía es también un sacrificio. El carácter sacrificial de
        la Eucaristía se manifiesta en las palabras mismas de la institución:
        "Esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros" y
        "Esta copa es la nueva Alianza en mi sangre, que será derramada
        por vosotros" (Lc 22,19-20). En la Eucaristía, Cristo da el mismo
        cuerpo que por nosotros entregó en la cruz, y la sangre misma que
        "derramó por muchos para remisión de los pecados" (Mt
        26,28).
        1366 La Eucaristía es, pues, un sacrificio
        porque representa (= hace presente) el sacrificio de la cruz,
        porque es su memorial y aplica su fruto:
        
          
        
        (Cristo), nuestro Dios y Señor, se ofreció a Dios
          Padre una vez por todas, muriendo como intercesor sobre el altar de la
          cruz, a fin de realizar para ellos (los hombres) una redención
          eterna. Sin embargo, como su muerte no debía poner fin a su
          sacerdocio (Hb 7,24.27), en la última Cena, "la noche en que fue
          entregado" (1 Co 11,23), quiso dejar a la Iglesia, su esposa
          amada, un sacrificio visible (como lo reclama la naturaleza humana),
          donde sería representado el sacrificio sangriento que iba a
          realizarse una única vez en la cruz cuya memoria se perpetuaría
          hasta el fin de los siglos (1 Co 11,23) y cuya virtud saludable se
          aplicaría a la redención de los pecados que cometemos cada día (Cc.
          de Trento: DS 1740).        
          
        
        1367 El sacrificio de Cristo y el sacrificio de
        la Eucaristía son, pues, un único sacrificio: "Es una y la
        misma víctima, que se ofrece ahora por el ministerio de los sacerdotes,
        que se ofreció a sí misma entonces sobre la cruz. Sólo difiere la
        manera de ofrecer": (Cc. de Trento, Sess. 22a., Doctrina de ss.
        Missae sacrificio, c. 2: DS 1743) "Y puesto que en este divino
        sacrificio que se realiza en la Misa, se contiene e inmola
        incruentamente el mismo Cristo que en el altar de la cruz "se
        ofreció a sí mismo una vez de modo cruento"; …este sacrificio
        [es] verdaderamente propiciatorio" (Ibid).
        1368 La Eucaristía es igualmente el
        sacrificio de la Iglesia. La Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo,
        participa en la ofrenda de su Cabeza. Con él, ella se ofrece
        totalmente. Se une a su intercesión ante el Padre por todos los
        hombres. En la Eucaristía, el sacrificio de Cristo es también el
        sacrificio de los miembros de su Cuerpo. La vida de los fieles, su
        alabanza, su sufrimiento, su oración y su trabajo se unen a los de
        Cristo y a su total ofrenda, y adquieren así un valor nuevo. El
        sacrificio de Cristo, presente sobre el altar, da a todas alas
        generaciones de cristianos la posibilidad de unirse a su ofrenda.
        
          
        
        En las catacumbas, la Iglesia es con frecuencia
          representada como una mujer en oración, los brazos extendidos en
          actitud de orante. Como Cristo que extendió los brazos sobre la cruz,
          por él, con él y en él, la Iglesia se ofrece e intercede por todos
          los hombres.        
          
        
        1369 Toda la Iglesia se une a la ofrenda y a
        la intercesión de Cristo. Encargado del ministerio de Pedro en la
        Iglesia, el Papa es asociado a toda celebración de la Eucaristía
        en la que es nombrado como signo y servidor de la unidad de la Iglesia
        universal. El obispo del lugar es siempre responsable de la
        Eucaristía, incluso cuando es presidida por un presbítero; el
        nombre del obispo se pronuncia en ella para significar su presidencia de
        la Iglesia particular en medio del presbiterio y con la asistencia de
        los diáconos. La comunidad intercede también por todos los
        ministros que, por ella y con ella, ofrecen el sacrificio eucarístico:
        
          
        
        Que sólo sea considerada como legítima la eucaristía
          que se hace bajo la presidencia del obispo o de quien él ha señalado
          para ello (S. Ignacio de Antioquía, Smyrn. 8,1).        
          
          
        
        Por medio del ministerio de los presbíteros, se
          realiza a la perfección el sacrificio espiritual de los fieles en unión
          con el sacrificio de Cristo, único Mediador. Este, en nombre de toda
          la Iglesia, por manos de los presbíteros, se ofrece incruenta y
          sacramentalmente en la Eucaristía, hasta que el Señor venga (PO 2).        
          
        
        1370 A la ofrenda de Cristo se unen no sólo los
        miembros que están todavía aquí abajo, sino también los que están
        ya en la gloria del cielo: La Iglesia ofrece el sacrificio eucarístico
        en comunión con la santísima Virgen María y haciendo memoria de ella
        así como de todos los santos y santas. En la Eucaristía, la Iglesia,
        con María, está como al pie de la cruz, unida a la ofrenda y a la
        intercesión de Cristo.
        1371 El sacrificio eucarístico es también
        ofrecido por los fieles difuntos "que han muerto en Cristo y
        todavía no están plenamente purificados" (Cc. de Trento: DS
        1743), para que puedan entrar en la luz y la paz de Cristo:
        
          
        
        Enterrad este cuerpo en cualquier parte; no os
          preocupe más su cuidado; solamente os ruego que, dondequiera que os
          hallareis, os acordéis de mi ante el altar del Señor (S. Mónica,
          antes de su muerte, a S. Agustín y su hermano; Conf. 9,9,27).        
          
          
        
        A continuación oramos (en la anáfora) por los santos
          padres y obispos difuntos, y en general por todos los que han muerto
          antes que nosotros, creyendo que será de gran provecho para las
          almas, en favor de las cuales es ofrecida la súplica, mientras se
          halla presente la santa y adorable víctima...Presentando a Dios
          nuestras súplicas por los que han muerto, aunque fuesen pecadores,...
          presentamos a Cristo inmolado por nuestros pecados, haciendo propicio
          para ellos y para nosotros al Dios amigo de los hombres (s. Cirilo de
          Jerusalén, Cateq. mist. 5, 9.10).        
          
        
        1372 S. Agustín ha resumido admirablemente esta
        doctrina que nos impulsa a una participación cada vez más completa en
        el sacrificio de nuestro Redentor que celebramos en la Eucaristía:
        
          
        
        Esta ciudad plenamente rescatada, es decir, la
          asamblea y la sociedad de los santos, es ofrecida a Dios como un
          sacrificio universal por el Sumo Sacerdote que, bajo la forma de
          esclavo, llegó a ofrecerse por nosotros en su pasión, para hacer de
          nosotros el cuerpo de una tan gran Cabeza...Tal es el sacrificio de
          los cristianos: "siendo muchos, no formamos más que un sólo
          cuerpo en Cristo" (Rm 12,5). Y este sacrificio, la Iglesia no
          cesa de reproducirlo en el Sacramento del altar bien conocido de los
          fieles, donde se muestra que en lo que ella ofrece se ofrece a sí
          misma (civ. 10,6).        
          
        
        
        
        La presencia de Cristo por el poder de su Palabra y
        del Espíritu Santo        
        
        1373 "Cristo Jesús que murió, resucitó,
        que está a la derecha de Dios e intercede por nosotros" (Rm 8,34),
        está presente de múltiples maneras en su Iglesia (cf LG 48): en su
        Palabra, en la oración de su Iglesia, "allí donde dos o tres estén
        reunidos en mi nombre" (Mt 18,20), en los pobres, los enfermos, los
        presos (Mt 25,31-46), en los sacramentos de los que él es autor, en el
        sacrificio de la misa y en la persona del ministro. Pero, "sobre
        todo, (está presente) bajo las especies eucarísticas"
        (SC 7).
        1374 El modo de presencia de Cristo bajo las
        especies eucarísticas es singular. Eleva la eucaristía por encima de
        todos los sacramentos y hace de ella "como la perfección de la
        vida espiritual y el fin al que tienden todos los sacramentos" (S.
        Tomás de A., s.th. 3, 73, 3). En el santísimo sacramento de la
        Eucaristía están "contenidos verdadera, real y
        substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la
        divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo
        entero" (Cc. de Trento: DS 1651). "Esta presencia se
        denomina `real', no a título exclusivo, como si las otras presencias no
        fuesen `reales', sino por excelencia, porque es substancial, y
        por ella Cristo, Dios y hombre, se hace totalmente presente" (MF
        39).
        1375 Mediante la conversión del pan y del
        vino en su Cuerpo y Sangre, Cristo se hace presente en este sacramento.
        Los Padres de la Iglesia afirmaron con fuerza la fe de la Iglesia en la
        eficacia de la Palabra de Cristo y de la acción del Espíritu Santo
        para obrar esta conversión. Así, S. Juan Crisóstomo declara que:
        
          
        
        No es el hombre quien hace que las cosas ofrecidas se
          conviertan en Cuerpo y Sangre de Cristo, sino Cristo mismo que fue
          crucificado por nosotros. El sacerdote, figura de Cristo, pronuncia
          estas palabras, pero su eficacia y su gracia provienen de Dios. Esto
          es mi Cuerpo, dice. Esta palabra transforma las cosas ofrecidas
          (Prod. Jud. 1,6).        
          
        
        
        
        Y S. Ambrosio dice respecto a esta conversión:        
        
        
          
        
        Estemos bien persuadidos de que esto no es lo que la
          naturaleza ha producido, sino lo que la bendición ha consagrado, y de
          que la fuerza de la bendición supera a la de la naturaleza, porque
          por la bendición la naturaleza misma resulta cambiada...La palabra de
          Cristo, que pudo hacer de la nada lo que no existía, ¿no podría
          cambiar las cosas existentes en lo que no eran todavía? Porque no es
          menos dar a las cosas su naturaleza primera que cambiársela (myst.
          9,50.52).        
          
        
        1376 El Concilio de Trento resume la fe católica
        cuando afirma: "Porque Cristo, nuestro Redentor, dijo que lo que
        ofrecía bajo la especie de pan era verdaderamente su Cuerpo, se ha
        mantenido siempre en la Iglesia esta convicción, que declara de nuevo
        el Santo Concilio: por la consagración del pan y del vino se opera el
        cambio de toda la substancia del pan en la substancia del Cuerpo de
        Cristo nuestro Señor y de toda la substancia del vino en la substancia
        de su sangre; la Iglesia católica ha llamado justa y apropiadamente a
        este cambio transubstanciación" (DS 1642).
        1377 La presencia eucarística de Cristo comienza
        en el momento de la consagración y dura todo el tiempo que subsistan
        las especies eucarísticas. Cristo está todo entero presente en cada
        una de las especies y todo entero en cada una de sus partes, de modo que
        la fracción del pan no divide a Cristo (cf Cc. de Trento: DS 1641).
        1378 El culto de la Eucaristía. En la
        liturgia de la misa expresamos nuestra fe en la presencia real de Cristo
        bajo las especies de pan y de vino, entre otras maneras, arrodillándonos
        o inclinándonos profundamente en señal de adoración al Señor.
        "La Iglesia católica ha dado y continua dando este culto de
        adoración que se debe al sacramento de la Eucaristía no solamente
        durante la misa, sino también fuera de su celebración: conservando con
        el mayor cuidado las hostias consagradas, presentándolas a los fieles
        para que las veneren con solemnidad, llevándolas en procesión"
        (MF 56).
        1379 El Sagrario (tabernáculo) estaba
        primeramente destinado a guardar dignamente la Eucaristía para que
        pudiera ser llevada a los enfermos y ausentes fuera de la misa. Por la
        profundización de la fe en la presencia real de Cristo en su Eucaristía,
        la Iglesia tomó conciencia del sentido de la adoración silenciosa del
        Señor presente bajo las especies eucarísticas. Por eso, el sagrario
        debe estar colocado en un lugar particularmente digno de la iglesia;
        debe estar construido de tal forma que subraye y manifieste la verdad de
        la presencia real de Cristo en el santo sacramento.
        1380 Es grandemente admirable que Cristo haya
        querido hacerse presente en su Iglesia de esta singular manera. Puesto
        que Cristo iba a dejar a los suyos bajo su forma visible, quiso darnos
        su presencia sacramental; puesto que iba a ofrecerse en la cruz por
        muestra salvación, quiso que tuviéramos el memorial del amor con que
        nos había amado "hasta el fin" (Jn 13,1), hasta el don de su
        vida. En efecto, en su presencia eucarística permanece misteriosamente
        en medio de nosotros como quien nos amó y se entregó por nosotros (cf
        Ga 2,20), y se queda bajo los signos que expresan y comunican este amor:
        
          
        
        La Iglesia y el mundo tienen una gran necesidad del
          culto eucarístico. Jesús nos espera en este sacramento del amor. No
          escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la adoración, en la
          contemplación llena de fe y abierta a reparar las faltas graves y
          delitos del mundo. No cese nunca nuestra adoración. (Juan Pablo II,
          lit. Dominicae Cenae, 3).        
          
        
        1381 "La presencia del verdadero Cuerpo de
        Cristo y de la verdadera Sangre de Cristo en este sacramento, `no se
        conoce por los sentidos, dice S. Tomás, sino solo por la fe , la
        cual se apoya en la autoridad de Dios'. Por ello, comentando el texto de
        S. Lucas 22,19: `Esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros', S.
        Cirilo declara: `No te preguntes si esto es verdad, sino acoge más bien
        con fe las palabras del Señor, porque él, que es la Verdad, no
        miente" (S. Tomás de Aquino, s.th. 3,75,1, citado por Pablo VI, MF
        18):
        
          
        
        Adoro te devote, latens Deitas,
          Quae sub his figuris vere latitas:
          Tibi se cor meum totum subjicit,
          Quia te contemplans totum deficit.
          
          Visus, gustus, tactus in te fallitur,
          Sed auditu solo tuto creditur:
          Credo quidquod dixit Dei Filius:
          Nil hoc Veritatis verbo verius.
          
          (Adórote devotamente, oculta Deidad,
          que bajo estas sagradas especies te ocultas verdaderamente:
          A ti mi corazón totalmente se somete,
          pues al contemplarte, se siente desfallecer por completo.
          
          La vista, el tacto, el gusto, son aquí falaces;
          sólo con el oído se llega a tener fe segura.
          Creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios,
          nada más verdadero que esta palabra de Verdad.)        
          
        
        
        
        VI El banquete pascual        
        
        1382 La misa es, a la vez e inseparablemente, el
        memorial sacrificial en que se perpetúa el sacrificio de la cruz, y el
        banquete sagrado de la comunión en el Cuerpo y la Sangre del Señor.
        Pero la celebración del sacrificio eucarístico está totalmente
        orientada hacia la unión íntima de los fieles con Cristo por medio de
        la comunión. Comulgar es recibir a Cristo mismo que se ofrece por
        nosotros.
        1383 El altar, en torno al cual la Iglesia
        se reúne en la celebración de la Eucaristía, representa los dos
        aspectos de un mismo misterio: el altar del sacrificio y la mesa del Señor,
        y esto, tanto más cuanto que el altar cristiano es el símbolo de
        Cristo mismo, presente en medio de la asamblea de sus fieles, a la vez
        como la víctima ofrecida por nuestra reconciliación y como alimento
        celestial que se nos da. "¿Qué es, en efecto, el altar de Cristo
        sino la imagen del Cuerpo de Cristo?", dice S. Ambrosio (sacr.
        5,7), y en otro lugar: "El altar representa el Cuerpo (de Cristo),
        y el Cuerpo de Cristo está sobre el altar" (sacr. 4,7). La
        liturgia expresa esta unidad del sacrificio y de la comunión en
        numerosas oraciones. Así, la Iglesia de Roma ora en su anáfora:
        
          
        
        Te pedimos humildemente, Dios todopoderoso, que esta
          ofrenda sea llevada a tu presencia hasta el altar del cielo, por manos
          de tu ángel, para que cuantos recibimos el Cuerpo y la Sangre de tu
          Hijo, al participar aquí de este altar, seamos colmados de gracia y
          bendición.        
          
        
        
        
        “Tomad y comed todos de él”: la comunión        
        
        1384 El Señor nos dirige una invitación urgente
        a recibirle en el sacramento de la Eucaristía: "En verdad en
        verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis
        su sangre, no tendréis vida en vosotros" (Jn 6,53).
        1385 Para responder a esta invitación, debemos prepararnos
        para este momento tan grande y santo. S. Pablo exhorta a un examen de
        conciencia: "Quien coma el pan o beba el cáliz del Señor
        indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese,
        pues, cada cual, y coma entonces del pan y beba del cáliz. Pues quien
        come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo"
        ( 1 Co 11,27-29). Quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe
        recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a
        comulgar.
        1386 Ante la grandeza de este sacramento, el fiel
        sólo puede repetir humildemente y con fe ardiente las palabras del
        Centurión (cf Mt 8,8): "Señor, no soy digno de que entres en
        mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme". En la
        Liturgia de S. Juan Crisóstomo, los fieles oran con el mismo espíritu:
        
          
        
        Hazme comulgar hoy en tu cena mística, oh Hijo de
          Dios. Porque no diré el secreto a tus enemigos ni te daré el beso de
          Judas. Sino que, como el buen ladrón, te digo: Acuérdate de mí, Señor,
          en tu Reino.        
          
        
        1387 Para prepararse convenientemente a recibir
        este sacramento, los fieles deben observar el ayuno prescrito por la
        Iglesia (cf CIC can. 919). Por la actitud corporal (gestos, vestido) se
        manifiesta el respeto, la solemnidad, el gozo de ese momento en que
        Cristo se hace nuestro huésped.
        1388 Es conforme al sentido mismo de la Eucaristía
        que los fieles, con las debidas disposiciones (cf CIC, can. 916), comulguen
        cuando participan en la misa (cf CIC, can 917. Los fieles, en el
        mismo día, pueden recibir la Santísima Eucaristía sólo una segunda
        vez: Cf Pontificia Commissio Codici Iuris Canonici Authentice
        Interpretando, Responsa ad proposita dubia, 1: AAS 76 (1984) 746):
        "Se recomienda especialmente la participación más perfecta en la
        misa, recibiendo los fieles, después de la comunión del sacerdote, del
        mismo sacrificio, el cuerpo del Señor" (SC 55).
        1389 La Iglesia obliga a los fieles a participar
        los domingos y días de fiesta en la divina liturgia (cf OE 15) y a
        recibir al menos una vez al año la Eucaristía, s i es posible en
        tiempo pascual (cf CIC, can. 920), preparados por el sacramento de la
        Reconciliación. Pero la Iglesia recomienda vivamente a los fieles
        recibir la santa Eucaristía los domingos y los días de fiesta, o con más
        frecuencia aún, incluso todos los días.
        1390 Gracias a la presencia sacramental de Cristo
        bajo cada una de las especies, la comunión bajo la sola especie de pan
        ya hace que se reciba todo el fruto de gracia propio de la Eucaristía.
        Por razones pastorales, esta manera de comulgar se ha establecido legítimamente
        como la más habitual en el rito latino. "La comunión tiene una
        expresión más plena por razón del signo cuando se hace bajo las dos
        especies. Ya que en esa forma es donde más perfectamente se manifiesta
        el signo del banquete eucarístico" (IGMR 240). Es la forma
        habitual de comulgar en los ritos orientales.
        
        
        Los frutos de la comunión        
        
        1391 La comunión acrecienta nuestra unión
        con Cristo. Recibir la Eucaristía en la comunión da como fruto
        principal la unión íntima con Cristo Jesús. En efecto, el Señor
        dice: "Quien come mi Carne y bebe mi Sangre habita en mí y yo en
        él" (Jn 6,56). La vida en Cristo encuentra su fundamento en el
        banquete eucarístico: "Lo mismo que me ha enviado el Padre, que
        vive, y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí"
        (Jn 6,57):
        
          
        
        Cuando en las fiestas del Señor los fieles reciben el
          Cuerpo del Hijo, proclaman unos a otros la Buena Nueva de que se dan
          las arras de la vida, como cuando el ángel dijo a María de Magdala:
          "¡Cristo ha resucitado!" He aquí que ahora también la
          vida y la resurrección son comunicadas a quien recibe a Cristo (Fanqîth,
          Oficio siriaco de Antioquía, vol. I, Commun, 237 a-b).        
          
        
        1392 Lo que el alimento material produce en
        nuestra vida corporal, la comunión lo realiza de manera admirable en
        nuestra vida espiritual. La comunión con la Carne de Cristo resucitado,
        vivificada por el Espíritu Santo y vivificante (PO 5), conserva,
        acrecienta y renueva la vida de gracia recibida en el Bautismo. Este
        crecimiento de la vida cristiana necesita ser alimentado por la comunión
        eucarística, pan de nuestra peregrinación, hasta el momento de la
        muerte, cuando nos sea dada como viático.
        1393 La comunión nos separa del pecado.
        El Cuerpo de Cristo que recibimos en la comunión es "entregado por
        nosotros", y la Sangre que bebemos es "derramada por muchos
        para el perdón de los pecados". Por eso la Eucaristía no puede
        unirnos a Cristo sin purificarnos al mismo tiempo de los pecados
        cometidos y preservarnos de futuros pecados:
        
          
        
        "Cada vez que lo recibimos, anunciamos la muerte
          del Señor" (1 Co 11,26). Si anunciamos la muerte del Señor,
          anunciamos también el perdón de los pecados . Si cada vez que su
          Sangre es derramada, lo es para el perdón de los pecados, debo
          recibirle siempre, para que siempre me perdone los pecados. Yo que
          peco siempre, debo tener siempre un remedio (S. Ambrosio, sacr. 4,
          28).        
          
        
        1394 Como el alimento corporal sirve para
        restaurar la pérdida de fuerzas, la Eucaristía fortalece la caridad
        que, en la vida cotidiana, tiende a debilitarse; y esta caridad
        vivificada borra los pecados veniales (cf Cc. de Trento: DS
        1638). Dándose a nosotros, Cristo reaviva nuestro amor y nos hace
        capaces de romper los lazos desordenados con las criaturas y de
        arraigarnos en él:
        
          
        
        Porque Cristo murió por nuestro amor, cuando hacemos
          conmemoración de su muerte en nuestro sacrificio, pedimos que venga
          el Espíritu Santo y nos comunique el amor; suplicamos fervorosamente
          que aquel mismo amor que impulsó a Cristo a dejarse crucificar por
          nosotros sea infundido por el Espíritu Santo en nuestro propios
          corazones, con objeto de que consideremos al mundo como crucificado
          para nosotros, y sepamos vivir crucificados para el mundo...y, llenos
          de caridad, muertos para el pecado vivamos para Dios (S. Fulgencio de
          Ruspe, Fab. 28,16-19).        
          
        
        1395 Por la misma caridad que enciende en
        nosotros, la Eucaristía nos preserva de futuros pecados mortales.
        Cuanto más participamos en la vida de Cristo y más progresamos en su
        amistad, tanto más difícil se nos hará romper con él por el pecado
        mortal. La Eucaristía no está ordenada al perdón de los pecados
        mortales. Esto es propio del sacramento de la Reconciliación. Lo propio
        de la Eucaristía es ser el sacramento de los que están en plena comunión
        con la Iglesia.
        1396 La unidad del Cuerpo místico: La
        Eucaristía hace la Iglesia. Los que reciben la Eucaristía se unen
        más estrechamente a Cristo. Por ello mismo, Cristo los une a todos los
        fieles en un solo cuerpo: la Iglesia. La comunión renueva, fortifica,
        profundiza esta incorporación a la Iglesia realizada ya por el
        Bautismo. En el Bautismo fuimos llamados a no formar más que un solo
        cuerpo (cf 1 Co 12,13). La Eucaristía realiza esta llamada: "El cáliz
        de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la sangre de
        Cristo? y el pan que partimos ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo?
        Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos
        participamos de un solo pan" (1 Co 10,16-17):
        
          
        
        Si vosotros mismos sois Cuerpo y miembros de Cristo,
          sois el sacramento que es puesto sobre la mesa del Señor, y recibís
          este sacramento vuestro. Respondéis "Amén" (es decir,
          "sí", "es verdad") a lo que recibís, con lo que,
          respondiendo, lo reafirmáis. Oyes decir "el Cuerpo de
          Cristo", y respondes "amén". Por lo tanto, se tú
          verdadero miembro de Cristo para que tu "amén" sea también
          verdadero (S. Agustín, serm. 272).        
          
        
        1397 La Eucaristía entraña un compromiso en
        favor de los pobres: Para recibir en la verdad el Cuerpo y la Sangre
        de Cristo entregados por nosotros debemos reconocer a Cristo en los más
        pobres, sus hermanos (cf Mt 25,40):
        
        
        Has gustado la sangre del Señor y no reconoces a tu
        hermano. Deshonras esta mesa, no juzgando digno de compartir tu alimento
        al que ha sido juzgado digno de participar en esta mesa. Dios te ha
        liberado de todos los pecados y te ha invitado a ella. Y tú, aún así,
        no te has hecho más misericordioso (S. Juan Crisóstomo, hom. in 1 Co
        27,4).        
        
        1398 La Eucaristía y la unidad de los
        cristianos. Ante la grandeza de esta misterio, S. Agustín exclama:
        "O sacramentum pietatis! O signum unitatis! O vinculum
        caritatis!" ("¡Oh sacramento de piedad, oh signo de unidad,
        oh vínculo de caridad!", Ev. Jo. 26,13; cf SC 47). Cuanto más
        dolorosamente se hacen sentir las divisiones de la Iglesia que rompen la
        participación común en la mesa del Señor, tanto más apremiantes son
        las oraciones al Señor para que lleguen los días de la unidad completa
        de todos los que creen en él.
        1399 Las Iglesias orientales que no están en
        plena comunión con la Iglesia católica celebran la Eucaristía con
        gran amor. "Mas como estas Iglesias, aunque separadas, tienen
        verdaderos sacramentos, y sobre todo, en virtud de la sucesión apostólica,
        el sacerdocio y la Eucaristía, con los que se unen aún más con
        nosotros con vínculo estrechísimo" (UR 15). Una cierta comunión in
        sacris, por tanto, en la Eucaristía, "no solamente es posible,
        sino que se aconseja...en circunstancias oportunas y aprobándolo la
        autoridad eclesiástica" (UR 15, cf CIC can. 844,3).
        1400 Las comunidades eclesiales nacidas de la
        Reforma, separadas de la Iglesia católica, "sobre todo por defecto
        del sacramento del orden, no han conservado la sustancia genuina e íntegra
        del Misterio eucarístico" (UR 22). Por esto, para la Iglesia católica,
        la intercomunión eucarística con estas comunidades no es posible. Sin
        embargo, estas comunidades eclesiales "al conmemorar en la Santa
        Cena la muerte y la resurrección del Señor, profesan que en la comunión
        de Cristo se significa la vida, y esperan su venida gloriosa" (UR
        22).
        1401 Si, a juicio del ordinario, se presenta una
        necesidad grave, los ministros católicos pueden administrar los
        sacramentos (eucaristía, penitencia, unción de los enfermos) a
        cristianos que no están en plena comunión con la Iglesia católica,
        pero que piden estos sacramentos con deseo y rectitud: en tal caso se
        precisa que profesen la fe católica respecto a estos sacramentos y estén
        bien dispuestos (cf CIC, can. 844,4).
        
        
        VII La Eucaristía, "Pignus futurae
        gloriae"        
        
        1402 En una antigua oración, la Iglesia aclama
        el misterio de la Eucaristía: "O sacrum convivium in quo Christus
        sumitur . Recolitur memoria passionis eius; mens impletur gratia et
        futurae gloriae nobis pignus datur" ("¡Oh sagrado banquete,
        en que Cristo es nuestra comida; se celebra el memorial de su pasión;
        el alma se llena de gracia, y se nos da la prenda de la gloria
        futura!"). Si la Eucaristía es el memorial de la Pascua del Señor
        y s i por nuestra comunión en el altar somos colmados "de toda
        bendición celestial y gracia" (MR, Canon Romano 96:
        "Supplices te rogamus"), la Eucaristía es también la
        anticipación de la gloria celestial.
        1403 En la última cena, el Señor mismo atrajo
        la atención de sus discípulos hacia el cumplimiento de la Pascua en el
        reino de Dios: "Y os digo que desde ahora no beberé de este fruto
        de la vid hasta el día en que lo beba con vosotros, de nuevo, en el
        Reino de mi Padre" (Mt 26,29; cf. Lc 22,18; Mc 14,25). Cada vez que
        la Iglesia celebra la Eucaristía recuerda esta promesa y su mirada se
        dirige hacia "el que viene" (Ap 1,4). En su oración, implora
        su venida: "Maran atha" (1 Co 16,22), "Ven, Señor Jesús"
        (Ap 22,20), "que tu gracia venga y que este mundo pase"
        (Didaché 10,6).
        1404 La Iglesia sabe que, ya ahora, el Señor
        viene en su Eucaristía y que está ahí en medio de nosotros. Sin
        embargo, esta presencia está velada. Por eso celebramos la Eucaristía
        "expectantes beatam spem et adventum Salvatoris nostri Jesu
        Christi" ("Mientras esperamos la gloriosa venida de Nuestro
        Salvador Jesucristo", Embolismo después del Padre Nuestro; cf Tt
        2,13), pidiendo entrar "en tu reino, donde esperamos gozar todos
        juntos de la plenitud eterna de tu gloria; allí enjugarás las lágrimas
        de nuestros ojos, porque, al contemplarte como tú eres, Dios nuestro,
        seremos para siempre semejantes a ti y cantaremos eternamente tus
        alabanzas, por Cristo, Señor Nuestro" (MR, Plegaria Eucarística
        3, 128: oración por los difuntos).
        1405 De esta gran esperanza, la de los cielos
        nuevos y la tierra nueva en los que habitará la justicia (cf 2 P 3,13),
        no tenemos prenda más segura, signo más manifiesto que la Eucaristía.
        En efecto, cada vez que se celebra este misterio, "se realiza la
        obra de nuestra redención" (LG 3) y "partimos un mismo pan
        que es remedio de inmortalidad, antídoto para no morir, sino para vivir
        en Jesucristo para siempre" (S. Ignacio de Antioquía, Eph 20,2).
        
        
        Resumen        
        
        1406 Jesús dijo: "Yo soy el pan vivo,
        bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre...el que
        come mi Carne y bebe mi Sangre, tiene vida eterna...permanece en mí y
        yo en él" (Jn 6, 51.54.56).
        1407 La Eucaristía es el corazón y la cumbre
        de la vida de la Iglesia, pues en ella Cristo asocia su Iglesia y todos
        sus miembros a su sacrificio de alabanza y acción de gracias ofrecido
        una vez por todas en la cruz a su Padre; por medio de este sacrificio
        derrama las gracias de la salvación sobre su Cuerpo, que es la Iglesia.
        1408 La celebración eucarística comprende
        siempre: la proclamación de la Palabra de Dios, la acción de gracias a
        Dios Padre por todos sus beneficios, sobre todo por el don de su Hijo,
        la consagración del pan y del vino y la participación en el banquete
        litúrgico por la recepción del Cuerpo y de la Sangre del Señor: estos
        elementos constituyen un solo y mismo acto de culto.
        1409 La Eucaristía es el memorial de la
        Pascua de Cristo, es decir, de la obra de la salvación realizada por la
        vida, la muerte y la resurrección de Cristo, obra que se hace presente
        por la acción litúrgica.
        1410 Es Cristo mismo, sumo sacerdote y eterno
        de la nueva Alianza, quien, por el ministerio de los sacerdotes, ofrece
        el sacrificio eucarístico. Y es también el mismo Cristo, realmente
        presente bajo las especies del pan y del vino, la ofrenda del sacrificio
        eucarístico.
        1411 Sólo los presbíteros válidamente
        ordenados pueden presidir la Eucaristía y consagrar el pan y el vino
        para que se conviertan en el Cuerpo y la Sangre del Señor.
        1412 Los signos esenciales del sacramento
        eucarístico son pan de trigo y vino de vid, sobre los cuales es
        invocada la bendición del Espíritu Santo y el presbítero pronuncia
        las palabras de la consagración dichas por Jesús en la última cena:
        "Esto es mi Cuerpo entregado por vosotros...Este es el cáliz de mi
        Sangre..."
        1413 Por la consagración se realiza la
        transubstanciación del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de
        Cristo. Bajo las especies consagradas del pan y del vino, Cristo mismo,
        vivo y glorioso, está presente de manera verdadera, real y substancial,
        con su Cuerpo, su Sangre, su alma y su divinidad (cf Cc. de Trento: DS
        1640; 1651).
        1414 En cuanto sacrificio, la Eucaristía es
        ofrecida también en reparación de los pecados de los vivos y los
        difuntos, y para obtener de Dios beneficios espirituales o temporales.
        1415 El que quiere recibir a Cristo en la
        Comunión eucarística debe hallarse en estado de gracia. Si uno tiene
        conciencia de haber pecado mortalmente no debe acercarse a la Eucaristía
        sin haber recibido previamente la absolución en el sacramento de la
        Penitencia.
        1416 La Sagrada Comunión del Cuerpo y de la
        Sangre de Cristo acrecienta la unión del comulgante con el Señor, le
        perdona los pecados veniales y lo preserva de pecados graves. Puesto que
        los lazos de caridad entre el comulgante y Cristo son reforzados, la
        recepción de este sacramento fortalece la unidad de la Iglesia, Cuerpo
        místico de Cristo.
        1417 La Iglesia recomienda vivamente a los
        fieles que reciban la sagrada comunión cuando participan en la
        celebración de la Eucaristía; y les impone la obligación de hacerlo
        al menos una vez al año.
        1418 Puesto que Cristo mismo está presente en
        el Sacramento del Altar es preciso honrarlo con culto de adoración.
        "La visita al Santísimo Sacramento es una prueba de gratitud, un
        signo de amor y un deber de adoración hacia Cristo, nuestro Señor"
        (MF).
        1419 Cristo, que pasó de este mundo al Padre,
        nos da en la Eucaristía la prenda de la gloria que tendremos junto a él:
        la participación en el Santo Sacrificio nos identifica con su Corazón,
        sostiene nuestras fuerzas a lo largo del peregrinar de esta vida, nos
        hace desear la Vida eterna y nos une ya desde ahora a la Iglesia del
        cielo, a la Santa Virgen María y a todos los santos.
        CAPÍTULO SEGUNDO
        LOS SACRAMENTOS DE CURACIÓN
        1420 Por los sacramentos de la iniciación
        cristiana, el hombre recibe la vida nueva de Cristo. Ahora bien, esta
        vida la llevamos en "vasos de barro" (2 Co 4,7). Actualmente
        está todavía "escondida con Cristo en Dios" (Col 3,3). Nos
        hallamos aún en "nuestra morada terrena" (2 Co 5,1), sometida
        al sufrimiento, a la enfermedad y a la muerte. Esta vida nueva de hijo
        de Dios puede ser debilitada e incluso perdida por el pecado.
        1421 El Señor Jesucristo, médico de nuestras
        almas y de nuestros cuerpos, que perdonó los pecados al paralítico y
        le devolvió la salud del cuerpo (cf Mc 2,1-12), quiso que su Iglesia
        continuase, en la fuerza del Espíritu Santo, su obra de curación y de
        salvación, incluso en sus propios miembros. Este es finalidad de los
        dos sacramentos de curación: del sacramento de la Penitencia y de la
        Unción de los enfermos.
        ARTÍCULO 4
        EL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA Y DE LA RECONCILIACIÓN
        1422 "Los que se
        acercan al sacramento de la penitencia obtienen de la misericordia de
        Dios el perdón de los pecados cometidos contra El y, al mismo tiempo,
        se reconcilian con la Iglesia, a la que ofendieron con sus pecados. Ella
        les mueve a conversión con su amor, su ejemplo y sus oraciones"
        (LG 11).
        I El nombre de este
        sacramento
        1423 Se le denomina sacramento
        de conversión porque realiza sacramentalmente la llamada de Jesús
        a la conversión (cf Mc 1,15), la vuelta al Padre (cf Lc 15,18) del que
        el hombre se había alejado por el pecado.
        Se denomina sacramento de
        la Penitencia porque consagra un proceso personal y eclesial de
        conversión, de arrepentimiento y de reparación por parte del cristiano
        pecador.
        1424 Es llamado sacramento
        de la confesión porque la declaración o manifestación, la confesión
        de los pecados ante el sacerdote, es un elemento esencial de este
        sacramento. En un sentido profundo este sacramento es también una
        "confesión", reconocimiento y alabanza de la santidad de Dios
        y de su misericordia para con el hombre pecador.
        Se le llama sacramento
        del perdón porque, por la absolución sacramental del sacerdote,
        Dios concede al penitente "el perdón y la paz" (OP, fórmula
        de la absolución).
        Se le denomina sacramento
        de reconciliación porque otorga al pecador el amor de Dios que
        reconcilia: "Dejaos reconciliar con Dios" (2 Co 5,20). El que
        vive del amor misericordioso de Dios está pronto a responder a la
        llamada del Señor: "Ve primero a reconciliarte con tu
        hermano" (Mt 5,24).
        II Por qué un sacramento
        de la reconciliación después del bautismo
        1425 "Habéis
        sido lavados, habéis sido santificados, habéis sido justificados en el
        nombre del Señor Jesucristo y por el Espíritu de nuestro Dios" (1
        Co 6,11). Es preciso darse cuenta de la grandeza del don de Dios que se
        nos hace en los sacramentos de la iniciación cristiana para comprender
        hasta qué punto el pecado es algo que no cabe en aquél que "se ha
        revestido de Cristo" (Ga 3,27). Pero el apóstol S. Juan dice también:
        "Si decimos: `no tenemos pecado', nos engañamos y la verdad no está
        en nosotros" (1 Jn 1,8). Y el Señor mismo nos enseñó a orar:
        "Perdona nuestras ofensas" (Lc 11,4) uniendo el perdón mutuo
        de nuestras ofensas al perdón que Dios concederá a nuestros pecados.
        1426 La conversión
        a Cristo, el nuevo nacimiento por el Bautismo, el don del Espíritu
        Santo, el Cuerpo y la Sangre de Cristo recibidos como alimento nos han
        hecho "santos e inmaculados ante él" (Ef 1,4), como la
        Iglesia misma, esposa de Cristo, es "santa e inmaculada ante él"
        (Ef 5,27). Sin embargo, la vida nueva recibida en la iniciación
        cristiana no suprimió la fragilidad y la debilidad de la naturaleza
        humana, ni la inclinación al pecado que la tradición llama concupiscencia,
        y que permanece en los bautizados a fin de que sirva de prueba en ellos
        en el combate de la vida cristiana ayudados por la gracia de Dios (cf DS
        1515). Esta lucha es la de la conversión con miras a la santidad
        y la vida eterna a la que el Señor no cesa de llamarnos (cf DS 1545; LG
        40).
        III La conversión de los
        bautizados
        1427 Jesús llama a
        la conversión. Esta llamada es una parte esencial del anuncio del
        Reino: "El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca;
        convertíos y creed en la Buena Nueva" (Mc 1,15). En la predicación
        de la Iglesia, esta llamada se dirige primeramente a los que no conocen
        todavía a Cristo y su Evangelio. Así, el Bautismo es el lugar
        principal de la conversión primera y fundamental. Por la fe en la Buena
        Nueva y por el Bautismo (cf. Hch 2,38) se renuncia al mal y se alcanza
        la salvación, es decir, la remisión de todos los pecados y el don de
        la vida nueva.
        1428 Ahora bien, la
        llamada de Cristo a la conversión sigue resonando en la vida de los
        cristianos. Esta segunda conversión es una tarea ininterrumpida
        para toda la Iglesia que "recibe en su propio seno a los
        pecadores" y que siendo "santa al mismo tiempo que necesitada
        de purificación constante,busca sin cesar la penitencia y la renovación"
        (LG 8). Este esfuerzo de conversión no es sólo una obra humana. Es el
        movimiento del "corazón contrito" (Sal 51,19), atraído y
        movido por la gracia (cf Jn 6,44; 12,32) a responder al amor
        misericordioso de Dios que nos ha amado primero (cf 1 Jn 4,10).
        1429 De ello da
        testimonio la conversión de S. Pedro tras la triple negación de su
        Maestro. La mirada de infinita misericordia de Jesús provoca las lágrimas
        del arrepentimiento (Lc 22,61) y, tras la resurrección del Señor, la
        triple afirmación de su amor hacia él (cf Jn 21,15-17). La segunda
        conversión tiene también una dimensión comunitaria. Esto
        aparece en la llamada del Señor a toda la Iglesia: "¡Arrepiéntete!"
        (Ap 2,5.16).
        
          S. Ambrosio dice acerca de
          las dos conversiones que, en la Iglesia, "existen el agua y las lágrimas:
          el agua del Bautismo y las lágrimas de la Penitencia" (Ep.
          41,12).
        
        IV La penitencia interior
        1430 Como ya en los
        profetas, la llamada de Jesús a la conversión y a la penitencia no
        mira, en primer lugar, a las obras exteriores "el saco y la
        ceniza", los ayunos y las mortificaciones, sino a la conversión
        del corazón, la penitencia interior. Sin ella, las obras de
        penitencia permanecen estériles y engañosas; por el contrario, la
        conversión interior impulsa a la expresión de esta actitud por medio
        de signos visibles, gestos y obras de penitencia (cf Jl 2,12-13; Is
        1,16-17; Mt 6,1-6. 16-18).
        1431 La penitencia
        interior es una reorientación radical de toda la vida, un retorno, una
        conversión a Dios con todo nuestro corazón, una ruptura con el pecado,
        una aversión del mal, con repugnancia hacia las malas acciones que
        hemos cometido. Al mismo tiempo, comprende el deseo y la resolución de
        cambiar de vida con la esperanza de la misericordia divina y la
        confianza en la ayuda de su gracia. Esta conversión del corazón va
        acompañada de dolor y tristeza saludables que los Padres llamaron "animi
        cruciatus" (aflicción del espíritu), "compunctio
        cordis" (arrepentimiento del corazón) (cf Cc. de Trento: DS
        1676-1678; 1705; Catech. R. 2, 5, 4).
        1432 El corazón del hombre es rudo y endurecido.
        Es preciso que Dios dé al hombre un corazón nuevo (cf Ez 36,26-27). La
        conversión es primeramente una obra de la gracia de Dios que hace
        volver a él nuestros corazones: "Conviértenos, Señor, y nos
        convertiremos" (Lc 5,21). Dios es quien nos da la fuerza para
        comenzar de nuevo. Al descubrir la grandeza del amor de Dios, nuestro
        corazón se estremece ante el horror y el peso del pecado y comienza a
        temer ofender a Dios por el pecado y verse separado de él. El corazón
        humano se convierte mirando al que nuestros pecados traspasaron (cf Jn
        19,37; Za 12,10).
        
          
        
        Tengamos los ojos fijos en la sangre de Cristo y
          comprendamos cuán preciosa es a su Padre, porque, habiendo sido
          derramada para nuestra salvación, ha conseguido para el mundo entero
          la gracia del arrepentimiento (S. Clem. Rom. Cor 7,4).        
          
        
        1433 Después de Pascua, el Espíritu Santo
        "convence al mundo en lo referente al pecado" (Jn 16, 8-9), a
        saber, que el mundo no ha creído en el que el Padre ha enviado. Pero
        este mismo Espíritu, que desvela el pecado, es el Consolador (cf Jn
        15,26) que da al corazón del hombre la gracia del arrepentimiento y de
        la conversión (cf Hch 2,36-38; Juan Pablo II, DeV 27-48).
        
        
        V Diversas formas de penitencia en la vida cristiana        
        
        1434 La penitencia interior del cristiano puede
        tener expresiones muy variadas. La Escritura y los Padres insisten sobre
        todo en tres formas: el ayuno, la oración, la limosna (cf. Tb
        12,8; Mt 6,1-18), que expresan la conversión con relación a sí mismo,
        con relación a Dios y con relación a los demás. Junto a la purificación
        radical operada por el Bautismo o por el martirio, citan, como medio de
        obtener el perdón de los pecados, los esfuerzos realizados para
        reconciliarse con el prójimo, las lágrimas de penitencia, la
        preocupación por la salvación del prójimo (cf St 5,20), la intercesión
        de los santos y la práctica de la caridad "que cubre multitud de
        pecados" (1 P 4,8).
        1435 La conversión se realiza en la vida
        cotidiana mediante gestos de reconciliación, la atención a los pobres,
        el ejercicio y la defensa de la justicia y del derecho (Am 5,24; Is
        1,17), por el reconocimiento de nuestras faltas ante los hermanos, la
        corrección fraterna, la revisión de vida, el examen de conciencia, la
        dirección espiritual, la aceptación de los sufrimientos, el padecer la
        persecución a causa de la justicia. Tomar la cruz cada día y seguir a
        Jesús es el camino más seguro de la penitencia (cf Lc 9,23).
        1436 Eucaristía y Penitencia. La conversión
        y la penitencia diarias encuentran su fuente y su alimento en la
        Eucaristía, pues en ella se hace presente el sacrificio de Cristo que
        nos reconcilió con Dios; por ella son alimentados y fortificados los
        que viven de la vida de Cristo; "es el antídoto que nos libera de
        nuestras faltas cotidianas y nos preserva de pecados mortales" (Cc.
        de Trento: DS 1638).
        1437 La lectura de la Sagrada Escritura, la oración
        de la Liturgia de las Horas y del Padre Nuestro, todo acto sincero de
        culto o de piedad reaviva en nosotros el espíritu de conversión y de
        penitencia y contribuye al perdón de nuestros pecados.
        1438 Los tiempos y los días de penitencia
        a lo largo del año litúrgico (el tiempo de Cuaresma, cada viernes en
        memoria de la muerte del Señor) son momentos fuertes de la práctica
        penitencial de la Iglesia (cf SC 109-110; CIC can. 1249-1253; CCEO
        880-883). Estos tiempos son particularmente apropiados para los
        ejercicios espirituales, las liturgias penitenciales, las
        peregrinaciones como signo de penitencia, las privaciones voluntarias
        como el ayuno y la limosna, la comunicación cristiana de bienes (obras
        caritativas y misioneras).
        1439 El proceso de la conversión y de la
        penitencia fue descrito maravillosamente por Jesús en la parábola
        llamada "del hijo pródigo", cuyo centro es "el Padre
        misericordioso" (Lc 15,11-24): la fascinación de una libertad
        ilusoria, el abandono de la casa paterna; la miseria extrema en que el
        hijo se encuentra tras haber dilapidado su fortuna; la humillación
        profunda de verse obligado a apacentar cerdos, y peor aún, la de desear
        alimentarse de las algarrobas que comían los cerdos; la reflexión
        sobre los bienes perdidos; el arrepentimiento y la decisión de
        declararse culpable ante su padre, el camino del retorno; la acogida
        generosa del padre; la alegría del padre: todos estos son rasgos
        propios del proceso de conversión. El mejor vestido, el anillo y el
        banquete de fiesta son símbolos de esta vida nueva, pura, digna, llena
        de alegría que es la vida del hombre que vuelve a Dios y al seno de su
        familia, que es la Iglesia. Sólo el corazón de Cristo que conoce las
        profundidades del amor de su Padre, pudo revelarnos el abismo de su
        misericordia de una manera tan llena de simplicidad y de belleza.
        
        
        VI El sacramento de la Penitencia y de la
        Reconciliación        
        
        1440 El pecado es, ante todo, ofensa a Dios,
        ruptura de la comunión con él. Al mismo tiempo, atenta contra la
        comunión con la Iglesia. Por eso la conversión implica a la vez el
        perdón de Dios y la reconciliación con la Iglesia, que es lo que
        expresa y realiza litúrgicamente el sacramento de la Penitencia y de la
        Reconciliación (cf LG 11).
        
        
        Sólo Dios perdona el pecado        
        
        1441 Sólo Dios perdona los pecados (cf Mc 2,7).
        Porque Jesús es el Hijo de Dios, dice de sí mismo: "El Hijo del
        hombre tiene poder de perdonar los pecados en la tierra" (Mc 2,10)
        y ejerce ese poder divino: "Tus pecados están perdonados" (Mc
        2,5; Lc 7,48). Más aún, en virtud de su autoridad divina, Jesús
        confiere este poder a los hombres (cf Jn 20,21-23) para que lo ejerzan
        en su nombre.
        1442 Cristo quiso que toda su Iglesia, tanto en
        su oración como en su vida y su obra, fuera el signo y el instrumento
        del perdón y de la reconciliación que nos adquirió al precio de su
        sangre. Sin embargo, confió el ejercicio del poder de absolución al
        ministerio apostólico, que está encargado del "ministerio de la
        reconciliación" (2 Cor 5,18). El apóstol es enviado "en
        nombre de Cristo", y "es Dios mismo" quien, a través de
        él, exhorta y suplica: "Dejaos reconciliar con Dios" (2 Co
        5,20).
        
        
        Reconciliación con la Iglesia        
        
        1443 Durante su vida pública, Jesús no sólo
        perdonó los pecados, también manifestó el efecto de este perdón: a
        los pecadores que son perdonados los vuelve a integrar en la comunidad
        del pueblo de Dios, de donde el pecado los había alejado o incluso
        excluido. Un signo manifiesto de ello es el hecho de que Jesús admite a
        los pecadores a su mesa, más aún, él mismo se sienta a su mesa, gesto
        que expresa de manera conmovedora, a la vez, el perdón de Dios (cf Lc
        15) y el retorno al seno del pueblo de Dios (cf Lc 19,9).
        1444 Al hacer partícipes a los apóstoles de su
        propio poder de perdonar los pecados, el Señor les da también la
        autoridad de reconciliar a los pecadores con la Iglesia. Esta dimensión
        eclesial de su tarea se expresa particularmente en las palabras solemnes
        de Cristo a Simón Pedro: "A ti te daré las llaves del Reino de
        los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y
        lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos" (Mt
        16,19). "Está claro que también el Colegio de los Apóstoles,
        unido a su Cabeza (cf Mt 18,18; 28,16-20), recibió la función de atar
        y desatar dada a Pedro (cf Mt 16,19)" LG 22).
        1445 Las palabras atar y desatar
        significan: aquel a quien excluyáis de vuestra comunión, será
        excluido de la comunión con Dios; aquel a quien que recibáis de nuevo
        en vuestra comunión, Dios lo acogerá también en la suya. La
        reconciliación con la Iglesia es inseparable de la reconciliación con
        Dios.
        
        
        El sacramento del perdón        
        
        1446 Cristo instituyó el sacramento de la
        Penitencia en favor de todos los miembros pecadores de su Iglesia, ante
        todo para los que, después del Bautismo, hayan caído en el pecado
        grave y así hayan perdido la gracia bautismal y lesionado la comunión
        eclesial. El sacramento de la Penitencia ofrece a éstos una nueva
        posibilidad de convertirse y de recuperar la gracia de la justificación.
        Los Padres de la Iglesia presentan este sacramento como "la segunda
        tabla (de salvación) después del naufragio que es la pérdida de la
        gracia" (Tertuliano, paen. 4,2; cf Cc. de Trento: DS 1542).
        1447 A lo largo de los siglos la forma concreta,
        según la cual la Iglesia ha ejercido este poder recibido del Señor ha
        variado mucho. Durante los primeros siglos, la reconciliación de los
        cristianos que habían cometido pecados particularmente graves después
        de su Bautismo (por ejemplo, idolatría, homicidio o adulterio), estaba
        vinculada a una disciplina muy rigurosa, según la cual los penitentes
        debían hacer penitencia pública por sus pecados, a menudo, durante
        largos años, antes de recibir la reconciliación. A este "orden de
        los penitentes" (que sólo concernía a ciertos pecados graves) sólo
        se era admitido raramente y, en ciertas regiones, una sola vez en la
        vida. Durante el siglo VII, los misioneros irlandeses, inspirados en la
        tradición monástica de Oriente, trajeron a Europa continental la práctica
        "privada" de la Penitencia, que no exigía la realización pública
        y prolongada de obras de penitencia antes de recibir la reconciliación
        con la Iglesia. El sacramento se realiza desde entonces de una manera más
        secreta entre el penitente y el sacerdote. Esta nueva práctica preveía
        la posibilidad de la reiteración del sacramento y abría así el camino
        a una recepción regular del mismo. Permitía integrar en una sola
        celebración sacramental el perdón de los pecados graves y de los
        pecados veniales. A grandes líneas, esta es la forma de penitencia que
        la Iglesia practica hasta nuestros días.
        1448 A través de los cambios que la disciplina y
        la celebración de este sacramento han experimentado a lo largo de los
        siglos, se descubre una misma estructura fundamental. Comprende
        dos elementos igualmente esenciales: por una parte, los actos del hombre
        que se convierte bajo la acción del Espíritu Santo, a saber, la
        contrición, la confesión de los pecados y la satisfacción; y por otra
        parte, la acción de Dios por ministerio de la Iglesia. Por medio
        del obispo y de sus presbíteros, la Iglesia en nombre de Jesucristo
        concede el perdón de los pecados, determina la modalidad de la
        satisfacción, ora también por el pecador y hace penitencia con él. Así
        el pecador es curado y restablecido en la comunión eclesial.
        1449 La fórmula de absolución en uso en la
        Iglesia latina expresa el elemento esencial de este sacramento: el Padre
        de la misericordia es la fuente de todo perdón. Realiza la reconciliación
        de los pecadores por la Pascua de su Hijo y el don de su Espíritu, a
        través de la oración y el ministerio de la Iglesia:
        
        
        Dios, Padre misericordioso, que reconcilió consigo al
        mundo por la muerte y la resurrección de su Hijo y derramó el Espíritu
        Santo para la remisión de los pecados, te conceda, por el ministerio de
        la Iglesia, el perdón y la paz. Y yo te absuelvo de tus pecados en el
        nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (OP 102).        
        
        
        
        VII Los actos del penitente        
        
        1450 "La penitencia mueve al pecador a
        sufrir todo voluntariamente; en su corazón, contrición; en la boca,
        confesión; en la obra toda humildad y fructífera satisfacción"
        (Catech. R. 2,5,21; cf Cc de Trento: DS 1673) .
        
        
        La contrición        
        
        1451 Entre los actos del penitente, la contrición
        aparece en primer lugar. Es "un dolor del alma y una detestación
        del pecado cometido con la resolución de no volver a pecar" (Cc.
        de Trento: DS 1676).
        1452 Cuando brota del amor de Dios amado sobre
        todas las cosas, la contrición se llama "contrición
        perfecta"(contrición de caridad). Semejante contrición perdona
        las faltas veniales; obtiene también el perdón de los pecados mortales
        si comprende la firme resolución de recurrir tan pronto sea posible a
        la confesión sacramental (cf Cc. de Trento: DS 1677).
        1453 La contrición llamada
        "imperfecta" (o "atrición") es también un don de
        Dios, un impulso del Espíritu Santo. Nace de la consideración de la
        fealdad del pecado o del temor de la condenación eterna y de las demás
        penas con que es amenazado el pecador. Tal conmoción de la conciencia
        puede ser el comienzo de una evolución interior que culmina, bajo la
        acción de la gracia, en la absolución sacramental. Sin embargo, por sí
        misma la contrición imperfecta no alcanza el perdón de los pecados
        graves, pero dispone a obtenerlo en el sacramento de la Penitencia (cf
        Cc. de Trento: DS 1678, 1705).
        1454 Conviene preparar la recepción de este
        sacramento mediante un examen de conciencia hecho a la luz de la
        Palabra de Dios. Para esto, los textos más aptos a este respecto se
        encuentran en el Decálogo y en la catequesis moral de los evangelios y
        de las cartas de los apóstoles: Sermón de la montaña y enseñanzas
        apostólicas (Rm 12-15; 1 Co 12-13; Ga 5; Ef 4-6, etc.).
        
        
        La confesión de los pecados        
        
        1455 La confesión de los pecados, incluso desde
        un punto de vista simplemente humano, nos libera y facilita nuestra
        reconciliación con los demás. Por la confesión, el hombre se enfrenta
        a los pecados de que se siente culpable; asume su responsabilidad y, por
        ello, se abre de nuevo a Dios y a la comunión de la Iglesia con el fin
        de hacer posible un nuevo futuro.
        1456 La confesión de los pecados hecha al
        sacerdote constituye una parte esencial del sacramento de la penitencia:
        "En la confesión, los penitentes deben enumerar todos los pecados
        mortales de que tienen conciencia tras haberse examinado seriamente,
        incluso s i estos pecados son muy secretos y s i han sido cometidos
        solamente contra los dos últimos mandamientos del Decálogo (cf Ex
        20,17; Mt 5,28), pues, a veces, estos pecados hieren más gravemente el
        alma y son más peligrosos que los que han sido cometidos a la vista de
        todos" (Cc. de Trento: DS 1680):
        
          
        
        Cuando los fieles de Cristo se esfuerzan por confesar
          todos los pecados que recuerdan, no se puede dudar que están
          presentando ante la misericordia divina para su perdón todos los
          pecados que han cometido. Quienes actúan de otro modo y callan
          conscientemente algunos pecados, no están presentando ante la bondad
          divina nada que pueda ser perdonado por mediación del sacerdote.
          Porque `si el enfermo se avergüenza de descubrir su llaga al médico,
          la medicina no cura lo que ignora' (S. Jerónimo, Eccl. 10,11) (Cc. de
          Trento: DS 1680).        
          
        
        1457 Según el mandamiento de la Iglesia
        "todo fiel llegado a la edad del uso de razón debe confesar al
        menos una vez la año, los pecados graves de que tiene conciencia"
        (CIC can. 989; cf. DS 1683; 1708). "Quien tenga conciencia de
        hallarse en pecado grave que no celebre la misa ni comulgue el Cuerpo
        del Señor sin acudir antes a la confesión sacramental a no ser que
        concurra un motivo grave y no haya posibilidad de confesarse; y, en este
        caso, tenga presente que está obligado a hacer un acto de contrición
        perfecta, que incluye el propósito de confesarse cuanto antes"
        (CIC, can. 916; cf Cc. de Trento: DS 1647; 1661; CCEO can. 711). Los niños
        deben acceder al sacramento de la penitencia antes de recibir por
        primera vez la sagrada comunión (CIC can.914).
        1458 Sin ser estrictamente necesaria, la confesión
        de los pecados veniales, sin embargo, se recomienda vivamente por la
        Iglesia (cf Cc. de Trento: DS 1680; CIC 988,2). En efecto, la confesión
        habitual de los pecados veniales ayuda a formar la conciencia, a luchar
        contra las malas inclinaciones, a dejarse curar por Cristo, a progresar
        en la vida del Espíritu. Cuando se recibe con frecuencia, mediante este
        sacramento, el don de la misericordia del Padre, el creyente se ve
        impulsado a ser él también misericordioso (cf Lc 6,36):
        
          
        
        El que confiesa sus pecados actúa ya con Dios. Dios
          acusa tus pecados, si tú también te acusas, te unes a Dios. El
          hombre y el pecador, son por así decirlo, dos realidades: cuando oyes
          hablar del hombre, es Dios quien lo ha hecho; cuando oyes hablar del
          pecador, es el hombre mismo quien lo ha hecho. Destruye lo que tú has
          hecho para que Dios salve lo que él ha hecho...Cuando comienzas a
          detestar lo que has hecho, entonces tus obras buenas comienzan porque
          reconoces tus obras malas. El comienzo de las obras buenas es la
          confesión de las obras malas. Haces la verdad y vienes a la Luz (S.
          Agustín, ev. Ioa. 12,13).        
          
        
        
        
        La satisfacción        
        
        1459 Muchos pecados causan daño al prójimo. Es
        preciso hacer lo posible para repararlo (por ejemplo, restituir las
        cosas robadas, restablecer la reputación del que ha sido calumniado,
        compensar las heridas). La simple justicia exige esto. Pero además el
        pecado hiere y debilita al pecador mismo, así como sus relaciones con
        Dios y con el prójimo. La absolución quita el pecado, pero no remedia
        todos los desórdenes que el pecado causó (cf Cc. de Trento: DS 1712).
        Liberado del pecado, el pecador debe todavía recobrar la plena salud
        espiritual. Por tanto, debe hacer algo más para reparar sus pecados:
        debe "satisfacer" de manera apropiada o "expiar" sus
        pecados. Esta satisfacción se llama también "penitencia".
        1460 La penitencia que el confesor impone
        debe tener en cuenta la situación personal del penitente y buscar su
        bien espiritual. Debe corresponder todo lo posible a la gravedad y a la
        naturaleza de los pecados cometidos. Puede consis tir en la oración, en
        ofrendas, en obras de misericordia, servicios al prójimo, privaciones
        voluntarias, sacrificios, y sobre todo, la aceptación paciente de la
        cruz que debemos llevar. Tales penitencias ayudan a configurarnos con
        Cristo que, el Unico que expió nuestros pecados (Rm 3,25; 1 Jn 2,1-2)
        una vez por todas. Nos permiten llegar a ser coherederos de Cristo
        resucitado, "ya que sufrimos con él" (Rm 8,17; cf Cc. de
        Trento: DS 1690):
        
          
        
        Pero nuestra satisfacción, la que realizamos por
          nuestros pecados, sólo es posible por medio de Jesucristo: nosotros
          que, por nosotros mismos, no podemos nada, con la ayuda "del que
          nos fortalece, lo podemos todo" (Flp 4,13). Así el hombre no
          tiene nada de que pueda gloriarse sino que toda "nuestra
          gloria" está en Cristo...en quien satisfacemos "dando
          frutos dignos de penitencia" (Lc 3,8) que reciben su fuerza de él,
          por él son ofrecidos al Padre y gracias a él son aceptados por el
          Padre (Cc. de Trento: DS 1691).        
          
        
        
        
        VIII El ministro de este sacramento        
        
        1461 Puesto que Cristo confió a sus apóstoles
        el ministerio de la reconciliación (cf Jn 20,23; 2 Co 5,18), los
        obispos, sus sucesores, y los presbíteros, colaboradores de los
        obispos, continúan ejerciendo este ministerio. En efecto, los obispos y
        los presbíteros, en virtud del sacramento del Orden, tienen el poder de
        perdonar todos los pecados "en el nombre del Padre y del Hijo y del
        Espíritu Santo".
        1462 El perdón de los pecados reconcilia con
        Dios y también con la Iglesia. El obispo, cabeza visible de la Iglesia
        par ticular, es considerado, por tanto, con justo título, desde los
        tiempos antiguos como el que tiene principalmente el poder y el
        ministerio de la reconciliación: es el moderador de la disciplina
        penitencial (LG 26). Los presbíteros, sus colaboradores, lo ejercen en
        la medida en que han recibido la tarea de administrarlo sea de su obispo
        (o de un superior religioso) sea del Papa, a través del derecho de la
        Iglesia (cf CIC can 844; 967-969, 972; CCEO can. 722,3-4).
        1463 Ciertos pecados particularmente graves están
        sancionados con la excomunión, la pena eclesiástica más severa, que
        impide la recepción de los sacramentos y el ejercicio de ciertos actos
        eclesiásticos (cf CIC, can. 1331; CCEO, can. 1431. 1434), y cuya
        absolución, por consiguiente, sólo puede ser concedida, según el
        derecho de la Iglesia, al Papa, al obispo del lugar, o a sacerdotes
        autorizados por ellos (cf CIC can. 1354-1357; CCEO can. 1420). En caso
        de peligro de muerte, todo sacerdote, aun el que carece de la facultad
        de oír confesiones, puede absolver de cualquier pecado (cf CIC can.
        976; para la absolución de los pecados, CCEO can. 725) y de toda
        excomunión.
        1464 Los sacerdotes deben alentar a los fieles a
        acceder al sacramento de la penitencia y deben mostrarse disponibles a
        celebrar este sacramento cada vez que los cristianos lo pidan de manera
        razonable (cf CIC can. 986; CCEO, can 735; PO 13).
        1465 Cuando celebra el sacramento de la
        Penitencia, el sacerdote ejerce el ministerio del Buen Pastor que busca
        la oveja perdida, el del Buen Samaritano que cura las heridas, del Padre
        que espera al Hijo pródigo y lo acoge a su vuelta, del justo Juez que
        no hace acepción de personas y cuyo juicio es a la vez justo y
        misericordioso. En una palabra, el sacerdote es el signo y el
        instrumento del amor misericordioso de Dios con el pecador.
        1466 El confesor no es dueño, sino el servidor
        del perdón de Dios. El ministro de este sacramento debe unirse a la
        intención y a la caridad de Cristo (cf PO 13). Debe tener un
        conocimiento probado del comportamiento cristiano, experiencia de las
        cosas humanas, respeto y delicadeza con el que ha caído; debe amar la
        verdad, ser fiel al magisterio de la Iglesia y conducir al penitente con
        paciencia hacia su curación y su plena madurez. Debe orar y hacer
        penitencia por él confiándolo a la misericordia del Señor.
        1467 Dada la delicadeza y la grandeza de este
        ministerio y el respeto debido a las personas, la Iglesia declara que
        todo sacerdote que oye confesiones está obligado a guardar un secreto
        absoluto sobre los pecados que sus penitentes le han confesado, bajo
        penas muy severas (CIC can. 1388,1; CCEO can. 1456). Tampoco puede hacer
        uso de los conocimientos que la confesión le da sobre la vida de los
        penitentes. Este secreto, que no admite excepción, se llama
        "sigilo sacramental", porque lo que el penitente ha
        manifestado al sacerdote queda "sellado" por el sacramento.
        
        
        IX Los efectos de este sacramento        
        
        1468 "Toda la virtud de la penitencia reside
        en que nos restituye a la gracia de Dios y nos une con él con profunda
        amistad" (Catech. R. 2, 5, 18). El fin y el efecto de este
        sacramento son, pues, la reconciliación con Dios. En los que
        reciben el sacramento de la Penitencia con un corazón contrito y con
        una disposición religiosa, "tiene como resultado la paz y la
        tranquilidad de la conciencia, a las que acompaña un profundo consuelo
        espiritual" (Cc. de Trento: DS 1674). En efecto, el sacramento de
        la reconciliación con Dios produce una verdadera "resurrección
        espiritual", una restitución de la dignidad y de los bienes de la
        vida de los hijos de Dios, el más precioso de los cuales es la amistad
        de Dios (Lc 15,32).
        1469 Este sacramento reconcilia con la Iglesia
        al penitente. El pecado menoscaba o rompe la comunión fraterna. El
        sacramento de la Penitencia la repara o la restaura. En este sentido, no
        cura solamente al que se reintegra en la comunión eclesial, tiene también
        un efecto vivificante sobre la vida de la Iglesia que ha sufrido por el
        pecado de uno de sus miembros (cf 1 Co 12,26). Restablecido o afirmado
        en la comunión de los santos, el pecador es fortalecido por el
        intercambio de los bienes espirituales entre todos los miembros vivos
        del Cuerpo de Cristo, estén todavía en situación de peregrinos o que
        se hallen ya en la patria celestial (cf LG 48-50):
        
          
        
        Pero hay que añadir que tal reconciliación con Dios
          tiene como consecuencia, por así decir, otras reconciliaciones que
          reparan las rupturas causadas por el pecado: el penitente perdonado se
          reconcilia consigo mismo en el fondo más íntimo de su propio ser, en
          el que recupera la propia verdad interior; se reconcilia con los
          hermanos, agredidos y lesionados por él de algún modo; se reconcilia
          con la Iglesia, se reconcilia con toda la creación (RP 31).        
          
        
        1470 En este sacramento, el pecador, confiándose
        al juicio misericordioso de Dios, anticipa en cierta manera el
        juicio al que será sometido al fin de esta vida terrena. Porque es
        ahora, en esta vida, cuando nos es ofrecida la elección entre la vida y
        la muerte, y sólo por el camino de la conversión podemos entrar en el
        Reino del que el pecado grave nos aparta (cf 1 Co 5,11; Ga 5,19-21; Ap
        22,15). Convirtiéndose a Cristo por la penitencia y la fe, el pecador
        pasa de la muerte a la vida "y no incurre en juicio" (Jn
        5,24).
        
        
        X Las indulgencias        
        
        1471 La doctrina y la práctica de las
        indulgencias en la Iglesia están estrechamente ligadas a los efectos
        del sacramento de la Penitencia (Pablo VI, const. ap.
        "Indulgentiarum doctrina", normas 1-3).
        
        
        Qué son las indulgencias        
        
        
        
        "La indulgencia es la remisión ante Dios de la
        pena temporal por los pecados, ya perdonados, en cuanto a la culpa, que
        un fiel dispuesto y cumpliendo determinadas condiciones consigue por
        mediación de la Iglesia, la cual, como administradora de la redención,
        distribuye y aplica con autoridad el tesoro de las satisfacciones de
        Cristo y de los santos".        
        
        
        
        "La indulgencia es parcial o plenaria según libere
        de la pena temporal debida por los pecados en parte o totalmente".        
        
        
        
        "Todo fiel puede lucrar para sí mismo o aplicar
        por los difuntos, a manera de sufragio, las indulgencias tanto parciales
        como plenarias" (CIC, can. 992-994).        
        
        
        
        Las penas del pecado        
        
        1472 Para entender esta doctrina y esta práctica
        de la Iglesia es preciso recordar que el pecado tiene una doble
        consecuencia. El pecado grave nos priva de la comunión con Dios y
        por ello nos hace incapaces de la vida eterna, cuya privación se llama
        la "pena eterna" del pecado. Por otra parte, todo pecado,
        incluso venial, entraña apego desordenado a las criaturas que tienen
        necesidad de purificación, sea aquí abajo, sea después de la muerte,
        en el estado que se llama Purgatorio. Esta purificación libera de lo
        que se llama la "pena temporal" del pecado. Estas dos penas no
        deben ser concebidas como una especie de venganza, infligida por Dios
        desde el exterior, sino como algo que brota de la naturaleza misma del
        pecado. Una conversión que procede de una ferviente caridad puede
        llegar a la total purificación del pecador, de modo que no subsistiría
        ninguna pena (Cc. de Trento: DS 1712-13; 1820).
        1473 El perdón del pecado y la restauración de
        la comunión con Dios entrañan la remisión de las penas eternas del
        pecado. Pero las penas temporales del pecado permanecen. El cristiano
        debe esforzarse, soportando pacientemente los sufrimientos y las pruebas
        de toda clase y, llegado el día, enfrentándose serenamente con la
        muerte, por aceptar como una gracia estas penas temporales del pecado;
        debe aplicarse, tanto mediante las obras de misericordia y de caridad,
        como mediante la oración y las distintas prácticas de penitencia, a
        despojarse completamente del "hombre viejo" y a revestirse del
        "hombre nuevo" (cf. Ef 4,24).
        
        
        En la comunión de los santos        
        
        1474 El cristiano que quiere purificarse de su
        pecado y santificarse con ayuda de la gracia de Dios no se encuentra sólo.
        "La vida de cada uno de los hijos de Dios está ligada de una
        manera admirable, en Cristo y por Cristo, con la vida de todos los otros
        hermanos cristianos, en la unidad sobrenatural del Cuerpo místico de
        Cristo, como en una persona mística" (Pablo VI, Const. Ap.
        "Indulgentiarum doctrina", 5).
        1475 En la comunión de los santos, por
        consiguiente, "existe entre los fieles -tanto entre quienes ya son
        bienaventurados como entre los que expían en el purgatorio o los que
        que peregrinan todavía en la tierra- un constante vínculo de amor y un
        abundante intercambio de todos los bienes" (Pablo VI, ibid). En
        este intercambio admirable, la santidad de uno aprovecha a los otros, más
        allá del daño que el pecado de uno pudo causar a los demás. Así, el
        recurso a la comunión de los santos permite al pecador contrito estar
        antes y más eficazmente purificado de las penas del pecado.
        1476 Estos bienes espirituales de la comunión de
        los santos, los llamamos también el tesoro de la Iglesia,
        "que no es suma de bienes, como lo son las riquezas materiales
        acumuladas en el transcurso de los siglos, sino que es el valor infinito
        e inagotable que tienen ante Dios las expiaciones y los méritos de
        Cristo nuestro Señor, ofrecidos para que la humanidad quedara libre del
        pecado y llegase a la comunión con el Padre. Sólo en Cristo, Redentor
        nuestro, se encuentran en abundancia las satisfacciones y los méritos
        de su redención (cf Hb 7,23-25; 9, 11-28)" (Pablo VI, Const. Ap.
        "Indulgentiarum doctrina", ibid).
        1477 "Pertenecen igualmente a este tesoro el
        precio verdaderamente inmenso, inconmensurable y siempre nuevo que
        tienen ante Dios las oraciones y las buenas obras de la Bienaventurada
        Virgen María y de todos los santos que se santificaron por la gracia de
        Cristo, siguiendo sus pasos, y realizaron una obra agradable al Padre,
        de manera que, trabajando en su propia salvación, cooperaron igualmente
        a la salvación de sus hermanos en la unidad del Cuerpo místico"
        (Pablo VI, ibid).
        
        
        Obtener la indulgencia de Dios por medio de la
        Iglesia        
        
        1478 Las indulgencias se obtienen por la Iglesia
        que, en virtud del poder de atar y desatar que le fue concedido por
        Cristo Jesús, interviene en favor de un cristiano y le abre el tesoro
        de los méritos de Cristo y de los santos para obtener del Padre de la
        misericordia la remisión de las penas temporales debidas por sus
        pecados. Por eso la Iglesia no quiere solamente acudir en ayuda de este
        cristiano, sino también impulsarlo a hacer a obras de piedad, de
        penitencia y de caridad (cf Pablo VI, ibid. 8; Cc. de Trento: DS 1835).
        1479 Puesto que los fieles difuntos en vía de
        purificación son también miembros de la misma comunión de los santos,
        podemos ayudarles, entre otras formas, obteniendo para ellos
        indulgencias, de manera que se vean libres de las penas temporales
        debidas por sus pecados.
        
        
        XI La celebración del sacramento de la Penitencia        
        
        1480 Como todos los sacramentos, la Penitencia es
        una acción litúrgica. Ordinariamente los elementos de su celebración
        son: saludo y bendición del sacerdote, lectura de la Palabra de Dios
        para iluminar la conciencia y suscitar la contrición, y exhortación al
        arrepentimiento; la confesión que reconoce los pecados y los manifiesta
        al sacerdote; la imposición y la aceptación de la penitencia; la
        absolución del sacerdote; alabanza de acción de gracias y despedida
        con la bendición del sacerdote.
        1481 La liturgia bizantina posee expresiones
        diversas de absolución, en forma deprecativa, que expresan
        admirablemente el misterio del perdón: "Que el Dios que por el
        profeta Natán perdonó a David cuando confesó sus pecados, y a Pedro
        cuando lloró amargamente y a la pecadora cuando derramó lágrimas
        sobre sus pies, y al publicano, y al pródigo, que este mismo Dios, por
        medio de mí, pecador, os perdone en esta vida y en la otra y que os
        haga comparecer sin condenaros en su temible tribunal. El que es bendito
        por los siglos de los siglos. Amén.".
        1482 El sacramento de la penitencia puede también
        celebrarse en el marco de una celebración comunitaria, en la que
        los penitentes se preparan a la confesión y juntos dan gracias por el
        perdón recibido. Así la confesión personal de los pecados y la
        absolución individual están insertadas en una liturgia de la Palabra
        de Dios, con lecturas y homilía, examen de conciencia dirigido en común,
        petición comunitaria del perdón, rezo del Padrenuestro y acción de
        gracias en común. Esta celebración comunitaria expresa más claramente
        el carácter eclesial de la penitencia. En todo caso, cualquiera que sea
        la manera de su celebración, el sacramento de la Penitencia es siempre,
        por su naturaleza misma, una acción litúrgica, por tanto, eclesial y pública
        (cf SC 26-27).
        1483 En casos de necesidad grave se puede
        recurrir a la celebración comunitaria de la reconciliación con
        confesión general y absolución general. Semejante necesidad grave
        puede presentarse cuando hay un peligro inminente de muerte sin que el
        sacerdote o los sacerdotes tengan tiempo suficiente para oír la confesión
        de cada penitente. La necesidad grave puede existir también cuando,
        teniendo en cuenta el número de penitentes, no hay bastantes confesores
        para oír debidamente las confesiones individuales en un tiempo
        razonable, de manera que los penitentes, sin culpa suya, se verían
        privados durante largo tiempo de la gracia sacramental o de la sagrada
        comunión. En este caso, los fieles deben tener, para la validez de la
        absolución, el propósito de confesar individualmente sus pecados
        graves en su debido tiempo (CIC can. 962,1). Al obispo diocesano
        corresponde juzgar s i existen las condiciones requeridas para la
        absolución general (CIC can. 961,2). Una gran concurrencia de fieles
        con ocasión de grandes fiestas o de peregrinaciones no constituyen por
        su naturaleza ocasión de la referida necesidad grave.
        1484 "La confesión individual e íntegra y
        la absolución continúan siendo el único modo ordinario para que los
        fieles se reconcilien con Dios y la Iglesia, a no ser que una
        imposibilidad física o moral excuse de este modo de confesión"
        (OP 31). Y esto se establece así por razones profundas. Cristo actúa
        en cada uno de los sacramentos. Se dirige personalmente a cada uno de
        los pecadores: "Hijo, tus pecados están perdonados" (Mc 2,5);
        es el médico que se inclina sobre cada uno de los enfermos que tienen
        necesidad de él (cf Mc 2,17) para curarlos; los restaura y los devuelve
        a la comunión fraterna. Por tanto, la confesión personal es la forma más
        significativa de la reconciliación con Dios y con la Iglesia.
        
        
        Resumen        
        
        1485 En la tarde de Pascua, el Señor Jesús
        se mostró a sus apóstoles y les dijo: "Recibid el Espíritu
        Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a
        quienes se los retengáis, les quedan retenidos" (Jn 20, 22-23).
        1486 El perdón de los pecados cometidos después
        del Bautismo es concedido por un sacramento propio llamado sacramento de
        la conversión, de la confesión, de la penitencia o de la reconciliación.
        1487 Quien peca lesiona el honor de Dios y su
        amor, su propia dignidad de hombre llamado a ser hijo de Dios y el bien
        espiritual de la Iglesia, de la que cada cristiano debe ser una piedra
        viva.
        1488 A los ojos de la fe, ningún mal es más
        grave que el pecado y nada tiene peores consecuencias para los pecadores
        mismos, para la Iglesia y para el mundo entero.
        1489 Volver a la comunión con Dios, después
        de haberla perdido por el pecado, es un movimiento que nace de la gracia
        de Dios, rico en misericordia y deseoso de la salvación de los hombres.
        Es preciso pedir este don precioso para sí mismo y para los demás.
        1490 El movimiento de retorno a Dios, llamado
        conversión y arrepentimiento, implica un dolor y una aversión respecto
        a los pecados cometidos, y el propósito firme de no volver a pecar. La
        conversión, por tanto, mira al pasado y al futuro; se nutre de la
        esperanza en la misericordia divina.
        1491 El sacramento de la Penitencia está
        constituido por el conjunto de tres actos realizados por el penitente, y
        por la absolución del sacerdote. Los actos del penitente son: el
        arrepentimiento, la confesión o manifestación de los pecados al
        sacerdote y el propósito de realizar la reparación y las obras de
        penitencia.
        1492 El arrepentimiento (llamado también
        contrición) debe estar inspirado en motivaciones que brotan de la fe.
        Si el arrepentimiento es concebido por amor de caridad hacia Dios, se le
        llama "perfecto"; si está fundado en otros motivos se le
        llama "imperfecto".
        1493 El que quiere obtener la reconciliación
        con Dios y con la Iglesia debe confesar al sacerdote todos los pecados
        graves que no ha confesado aún y de los que se acuerda tras examinar
        cuidadosamente su conciencia. Sin ser necesaria, de suyo, la confesión
        de las faltas veniales está recomendada vivamente por la Iglesia.
        1494 El confesor impone al penitente el
        cumplimiento de ciertos actos de "satisfacción" o de
        "penitencia", para reparar el daño causado por el pecado y
        restablecer los hábitos propios del discípulo de Cristo.
        1495 Sólo los sacerdotes que han recibido de
        la autoridad de la Iglesia la facultad de absolver pueden ordinariamente
        perdonar los pecados en nombre de Cristo.
        1496 Los efectos espirituales del sacramento
        de la Penitencia son: 
        
        
        — la reconciliación con Dios por la que el
        penitente recupera la gracia;
        — la reconciliación con la Iglesia; 
        — la remisión de la pena eterna contraída por los pecados mortales; 
        — la remisión, al menos en parte, de las penas temporales,
        consecuencia del pecado;
        — la paz y la serenidad de la conciencia, y el consuelo espiritual;
        — el acrecentamiento de las fuerzas espirituales para el combate
        cristiano.        
        
        1497 La confesión individual e integra de los
        pecados graves seguida de la absolución es el único medio ordinario
        para la reconciliación con Dios y con la Iglesia.
        1498 Mediante las indulgencias, los fieles
        pueden alcanzar para sí mismos y también para las almas del Purgatorio
        la remisión de las penas temporales, consecuencia de los pecados.
        
        
        
        
        ARTÍCULO 5
        LA UNCIÓN DE LOS ENFERMOS        
        
        1499 "Con la sagrada unción
        de los enfermos y con la oración de los presbíteros , toda la Iglesia
        entera encomienda a os enfermos al Señor sufriente y glorificado para
        que los alivie y los salve. Incluso los anima a unirse libremente a la
        pasión y muerte de Cristo; y contribuir, así, al bien del Pueblo de
        Dios" (LG 11).
        
        
        I Fundamentos en la economía de la salvación        
        
        
        
        La enfermedad en la vida humana        
        
        1500 La enfermedad y el
        sufrimiento se han contado siempre entre los problemas más graves que
        aquejan la vida humana. En la enfermedad, el hombre experimenta su
        impotencia, sus límites y su finitud. Toda enfermedad puede hacernos
        entrever la muerte.
        1501 La enfermedad puede conducir
        a la angustia, al repliegue sobre sí mismo, a veces incluso a la
        desesperación y a la rebelión contra Dios. Puede también h acer a la
        persona más madura, ayudarla a discernir en su vida lo que no es
        esencial para volverse hacia lo que lo es. Con mucha frecuencia, la
        enfermedad empuja a una búsqueda de Dios, un retorno a él.
        
        
        El enfermo ante Dios        
        
        1502 El hombre del Antiguo
        Testamento vive la enfermedad de cara a Dios. Ante Dios se lamenta por
        su enfermedad (cf Sal 38) y de él, que es el Señor de la vida y de la
        muerte, implora la curación (cf Sal 6,3; Is 38). La enfermedad se
        convierte en camino de conversión (cf Sal 38,5; 39,9.12) y el perdón
        de Dios inaugura la curación (cf Sal 32,5; 107,20; Mc 2,5-12). Israel
        experimenta que la enfermedad, de una manera misteriosa, se vincula al
        pecado y al mal; y que la fidelidad a Dios, según su Ley, devuelve la
        vida: "Yo, el Señor, soy el que te sana" (Ex 15,26). El
        profeta entreve que el sufrimiento puede tener también un sentido
        redentor por los pecados de los demás (cf Is 53,11). Finalmente, Isaías
        anuncia que Dios hará venir un tiempo para Sión en que perdonará toda
        falta y curará toda enfermedad (cf Is 33,24).
        
        
        Cristo, médico        
        
        1503 La compasión de Cristo hacia
        los enfermos y sus numerosas curaciones de dolientes de toda clase (cf
        Mt 4,24) son un signo maravilloso de que "Dios ha visitado a su
        pueblo" (Lc 7,16) y de que el Reino de Dios está muy cerca. Jesús
        no tiene solamente poder para curar, sino también de perdonar los
        pecados (cf Mc 2,5-12): vino a curar al hombre entero, alma y cuerpo; es
        el médico que los enfermos necesitan (Mc 2,17). Su compasión hacia
        todos los que sufren llega hasta identificarse con ellos: "Estuve
        enfermo y me visitasteis" (Mt 25,36). Su amor de predilección para
        con los enfermos no ha cesado, a lo largo de los siglos, de suscitar la
        atención muy particular de los cristianos hacia todos los que sufren en
        su cuerpo y en su alma. Esta atención dio origen a infatigables
        esfuerzos por aliviar a los que sufren.
        1504 A menudo Jesús pide a los
        enfermos que crean (cf Mc 5,34.36; 9,23). Se sirve de signos para curar:
        saliva e imposición de manos (cf Mc 7,32-36; 8, 22-25), barro y ablución
        (cf Jn 9,6s). Los enfermos tratan de tocarlo (cf Mc 1,41; 3,10; 6,56)
        "pues salía de él una fuerza que los curaba a todos" (Lc
        6,19). Así, en los sacramentos, Cristo continúa "tocándonos"
        para sanarnos.
        1505 Conmovido por tantos
        sufrimientos, Cristo no sólo se deja tocar por los enfermos, sino que
        hace suyas sus miserias: "El tomó nuestras flaquezas y cargó con
        nuestras enfermedades" (Mt 8,17; cf Is 53,4). No curó a todos los
        enfermos. Sus curaciones eran signos de la venida del Reino de Dios.
        Anunciaban una curación más radical: la victoria sobre el pecado y la
        muerte por su Pascua. En la Cruz, Cristo tomó sobre sí todo el peso
        del mal (cf Is 53,4-6) y quitó el "pecado del mundo" (Jn
        1,29), del que la enfermedad no es sino una consecuencia. Por su pasión
        y su muerte en la Cruz, Cristo dio un sentido nuevo al sufrimiento:
        desde entonces éste nos configura con él y nos une a su pasión
        redentora.
        
        
        “Sanad a los enfermos...”        
        
        1506 Cristo invita a sus discípulos
        a seguirle tomando a su vez su cruz (cf Mt 10,38). Siguiéndole
        adquieren una nueva visión sobre la enfermedad y sobre los enfermos.
        Jesús los asocia a su vida pobre y humilde. Les hace participar de su
        ministerio de compasión y de curación: "Y, yéndose de allí,
        predicaron que se convirtieran; expulsaban a muchos demonios, y ungían
        con aceite a muchos enfermos y los curaban" (Mc 6,12-13).
        1507 El Señor resucitado renueva
        este envío ("En mi nombre...impondrán las manos sobre los
        enfermos y se pondrán bien"; Mc 16,17-18) y lo confirma con los
        signos que la Iglesia realiza invocando su nombre (cf. Hch 9,34; 14,3).
        Estos signos manifiestan de una manera especial que Jesús es
        verdaderamente "Dios que salva" (cf Mt 1,21; Hch 4,12).
        1508 El Espíritu Santo da a
        algunos un carisma especial de curación (cf 1 Co 12,9.28.30) para
        manifestar la fuerza de la gracia del Resucitado. Sin embargo, ni
        siquiera las oraciones más fervorosas obtienen la curación de todas
        las enfermedades. Así S. Pablo aprende del Señor que "mi gracia
        te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza" (2 Co
        12,9), y que los sufrimientos que tengo que padecer, tienen como sentido
        lo siguiente: "completo en mi carne lo que falta a las
        tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia"
        (Col 1,24).
        1509 "¡Sanad a los
        enfermos!" (Mt 10,8). La Iglesia ha recibido esta tarea del Señor
        e intenta realizarla tanto mediante los cuidados que proporciona a los
        enfermos como por la oración de intercesión con la que los acompaña.
        Cree en la presencia vivificante de Cristo, médico de las almas y de
        los cuerpos. Esta presencia actúa particularmente a través de los
        sacramentos, y de manera especial por la Eucaristía, pan que da la vida
        eterna (cf Jn 6,54.58) y cuya conexión con la salud corporal insinúa
        S. Pablo (cf 1 Co 11,30).
        1510 No obstante la Iglesia apostólica
        tuvo un rito propio en favor de los enfermos, atestiguado por Santiago:
        "Está enfermo alguno de vosotros? Llame a los presbíteros de la
        Iglesia, que oren sobre él y le unjan con óleo en el nombre del Señor.
        Y la oración de la fe salvará al enfermo, y el Señor hará que se
        levante, y s i hubiera cometido pecados, le serán perdonados" (St
        5,14-15). La Tradición ha reconocido en este rito uno de los siete
        sacramentos de la Iglesia (cf DS 216; 1324-1325; 1695-1696; 1716-1717).
        
        
        Un sacramento de los enfermos        
        
        1511 La Iglesia cree y confiesa
        que, entre los siete sacramentos, existe un sacramento especialmente
        destinado a reconfortar a los atribulados por la enfermedad: la Unción
        de los enfermos:
        
          
        
        Esta unción santa de los enfermos fue instituida por Cristo nuestro Señor
        como un sacramento del Nuevo Testamento, verdadero y propiamente dicho,
        insinuado por Mc (cf.Mc 6,13), y recomendado a los fieles y promulgado
        por Santiago, apóstol y hermano del Señor [cf. St 5,14-15] (Cc. de
        Trento: DS 1695).        
          
        
        1512 En la tradición litúrgica,
        tanto en Oriente como en Occidente, se poseen desde la antigüedad
        testimonios de unciones de enfermos practicadas con aceite bendito. En
        el transcurso de los siglos, la Unción de los enfermos fue conferida,
        cada vez más exclusivamente, a los que estaban a punto de morir. A
        causa de esto, había recibido el nombre de "Extremaunción".
        A pesar de esta evolución, la liturgia nunca dejó de orar al Señor a
        fin de que el enfermo pudiera recobrar su salud si así convenía a su
        salvación (cf. DS 1696).
        1513 La Constitución apostólica
        "Sacram Unctionem Infirmorum" del 30 de Noviembre de 1972, de
        conformidad con el Concilio Vaticano II (cf SC 73) estableció que, en
        adelante, en el rito romano, se observara lo que sigue:
        
          
        
        El sacramento de la Unción de los enfermos se administra a los
        gravemente enfermos ungiéndolos en la frente y en las manos con aceite
        de oliva debidamente bendecido o, según las circunstancias, con otro
        aceite de plantas, y pronunciando una sola vez estas palabras: "per
        istam sanctam unctionem et suam piissimam misericordiam adiuvet te
        Dominus gratia spiritus sancti ut a peccatis liberatum te salvet atque
        propitius allevet" ("Por esta santa Unción, y por su
        bondadosa misericordia te ayude el Señor con la gracia del Espíritu
        Santo, para que, libre de tus pecados, te conceda la salvación y te
        conforte en tu enfermedad", cf. CIC, can. 847,1).        
          
        
        
        
        II Quién recibe y quién administra este sacramento        
        
        
        
        En caso de grave enfermedad ...        
        
        1514 La unción de los enfermos
        "no es un sacramento sólo para aquellos que están a punto de
        morir. Por eso, se considera tiempo oportuno para recibirlo cuando el
        fiel empieza a estar en peligro de muerte por enfermedad o vejez"
        (SC 73; cf CIC, can. 1004,1; 1005; 1007; CCEO, can. 738).
        1515 Si un enfermo que recibió la
        unción recupera la salud, puede, en caso de nueva enfermedad grave,
        recibir de nuevo este sacramento. En el curso de la misma enfermedad, el
        sacramento puede ser reiterado si la enfermedad se agrava. Es apropiado
        recibir la Unción de los enfermos antes de una operación importante. Y
        esto mismo puede aplicarse a las personas de edad edad avanzada cuyas
        fuerzas se debilitan.
        
        
        "...llame a los presbíteros de la Iglesia"        
        
        1516 Solo los sacerdotes (obispos
        y presbíteros) son ministros de la unción de los enfermos (cf Cc. de
        Trento: DS 1697; 1719; CIC, can. 1003; CCEO. can. 739,1). Es deber de
        los pastores instruir a los fieles sobre los beneficios de este
        sacramento. Los fieles deben animar a los enfermos a llamar al sacerdote
        para recibir este sacramento. Y que los enfermos se preparen para
        recibirlo en buenas disposiciones, con la ayuda de su pastor y de toda
        la comunidad eclesial a la cual se invita a acompañar muy especialmente
        a los enfermos con sus oraciones y sus atenciones fraternas.
        
        
        III La celebración del sacramento        
        
        1517 Como en todos los
        sacramentos, la unción de los enfermos se celebra de forma litúrgica y
        comunitaria (cf SC 27), que tiene lugar en familia, en el hospital o en
        la iglesia, para un solo enfermo o para un grupo de enfermos. Es muy
        conveniente que se celebre dentro de la Eucaristía, memorial de la
        Pascua del Señor. Si las circunstancias lo permiten, la celebración
        del sacramento puede ir precedida del sacramento de la Penitencia y
        seguida del sacramento de la Eucaristía. En cuanto sacramento de la
        Pascua de Cristo, la Eucaristía debería ser siempre el último
        sacramento de la peregrinación terrenal, el "viático" para
        el "paso" a la vida eterna.
        1518 Palabra y sacramento forman
        un todo inseparable. La Liturgia de la Palabra, precedida de un acto de
        penitencia, abre la celebración. Las palabras de Cristo y el testimonio
        de los apóstoles suscitan la fe del enfermo y de la comunidad para
        pedir al Señor la fuerza de su Espíritu.
        1519 La celebración del
        sacramento comprende principalmente estos elementos: "los presbíteros
        de la Iglesia" (St 5,14) imponen -en silencio- las manos a los
        enfermos; oran por los enfermos en la fe de la Iglesia (cf St 5,15); es
        la epíclesis propia de este sacramento; luego ungen al enfermo con óleo
        bendecido, si es posible, por el obispo.
        
        
        Estas acciones litúrgicas indican la gracia que este sacramento
        confiere a los enfermos.        
        
        
        
        IV Efectos de la celebración de este sacramento        
        
        1520 Un don particular del Espíritu
        Santo. La gracia primera de este sacramento es un gracia de
        consuelo, de paz y de ánimo para vencer las dificultades propias del
        estado de enfermedad grave o de la fragilidad de la vejez. Esta gracia
        es un don del Espíritu Santo que renueva la confianza y la fe en Dios y
        fortalece contra las tentaciones del maligno, especialmente tentación
        de desaliento y de angustia ante la muerte (cf. Hb 2,15). Esta
        asistencia del Señor por la fuerza de su Espíritu quiere conducir al
        enfermo a la curación del alma, pero también a la del cuerpo, si tal
        es la voluntad de Dios (cf Cc. de Florencia: DS 1325). Además, "si
        hubiera cometido pecados, le serán perdonados" (St 5,15; cf Cc. de
        Trento: DS 1717).
        1521 La unión a la Pasión de
        Cristo. Por la gracia de est e sacramento, el enfermo recibe la
        fuerza y el don de unirse más íntimamente a la Pasión de Cristo: en
        cierta manera es consagrado para dar fruto por su configuración
        con la Pasión redentora del Salvador. El sufrimiento, secuela del
        pecado original, recibe un sentido nuevo, viene a ser participación en
        la obra salvífica de Jesús.
        1522 Una gracia eclesial.
        Los enfermos que reciben este sacramento, "uniéndose libremente a
        la pasión y muerte de Cristo, contribuyen al bien del Pueblo de
        Dios" (LG 11). Cuando celebra este sacramento, la Iglesia, en la
        comunión de los santos, intercede por el bien del enfermo. Y el
        enfermo, a su vez, por la gracia de este sacramento, contribuye a la
        santificación de la Iglesia y al bien de todos los hombres por los que
        la Iglesia sufre y se ofrece, por Cristo, a Dios Padre.
        1523 Una preparación para el
        último tránsito. Si el sacramento de la unción de los enfermos es
        concedido a todos los que sufren enfermedades y dolencias graves, lo es
        con mayor razón "a los que están a punto de salir de esta
        vida" ("in exitu viae constituti"; Cc. de Trento: DS
        1698), de manera que se la llamado también "sacramentum
        exeuntium" ("sacramento de los que parten", ibid.). La
        Unción de los enfermos acaba de conformarnos con la muerte y a la
        resurrección de Cristo, como el Bautismo había comenzado a hacerlo. Es
        la última de las sagradas unciones que jalonan toda la vida cristiana;
        la del Bautismo había sellado en nosotros la vida nueva; la de la
        Confirmación nos había fortalecido para el combate de esta vida. Esta
        última unción ofrece al término de nuestra vida terrena un sólido
        puente levadizo para entrar en la Casa del Padre defendiéndose en los
        últimos combates (cf ibid.: DS 1694).
        
        
        V El Viático, último sacramento del cristiano        
        
        1524 A los que van a dejar esta
        vida, la Iglesia ofrece, además de la Unción de los enfermos, la
        Eucaristía como viático. Recibida en este momento del paso hacia el
        Padre, la Comunión del Cuerpo y la Sangre de Cristo tiene una
        significación y una importancia particulares. Es semilla de vida eterna
        y poder de resurrección, según las palabras del Señor: "El que
        come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré
        el último día" (Jn 6,54). Puesto que es sacramento de Cristo
        muerto y resucitado, la Eucaristía es aquí sacramento del paso de la
        muerte a la vida, de este mundo al Padre (Jn 13,1).
        1525 Así, como los sacramentos
        del Bautismo, de la Confirmación y de la Eucaristía constituyen una
        unidad llamada "los sacramentos de la iniciación cristiana",
        se puede decir que la Penitencia, la Santa Unción y la Eucaristía, en
        cuanto viático, constituyen, cuando la vida cristiana toca a su fin,
        "los sacramentos que preparan para entrar en la Patria" o los
        sacramentos que cierran la peregrinación.
        
        
        Resumen        
        
        1526 "¿Está enfermo
        alguno entre vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia, que oren
        sobre él y le unjan con óleo en el nombre del Señor. Y la oración de
        la fe salvará al enfermo, y el Señor hará que se levante, y si
        hubiera cometidos pecados, le serán perdonados" (St 5,14-15).
        1527 El sacramento de la Unción
        de los enfermos tiene por fin conferir una gracia especial al cristiano
        que experimenta las dificultades inherentes al estado de enfermedad
        grave o de vejez.
        1528  El tiempo oportuno para recibir la Santa Unción
        llega ciertamente cuando el fiel comienza a encontrarse en peligro de
        muerte por causa de enfermedad o de vejez.
        1529 Cada vez que un cristiano
        cae gravemente enfermo puede recibir la Santa Unción, y también
        cuando, después de haberla recibido, la enfermedad se agrava.
        1530 Sólo los sacerdotes
        (presbíteros y obispos) pueden administrar el sacramento de la Unción
        de los enfermos; para conferirlo emplean óleo bendecido por el Obispo,
        o, en caso necesario, por el mismo presbítero que celebra.
        1531 Lo esencial de la
        celebración de este sacramento consiste en la unción en la frente y
        las manos del enfermo (en el rito romano) o en otras partes del cuerpo
        (en Oriente), unción acompañada de la oración litúrgica del
        sacerdote celebrante que pide la gracia especial de este sacramento.
        1532 La gracia especial del
        sacramento de la Unción de los enfermos tiene como efectos:
        
        
        — la unión del enfermo a la Pasión de Cristo, para su bien y el de
        toda la Iglesia;
        — el consuelo, la paz y el ánimo para soportar cristianamente los
        sufrimientos de la enfermedad o de la vejez;
        — el perdón de los pecados si el enfermo no ha podido obtenerlo por
        el sacramento de la penitencia;
        — el restablecimiento de la salud corporal, si conviene a la salud
        espiritual;
        — la preparación para el paso a la vida eterna.        
        
        CAPÍTULO TERCERO
        LOS SACRAMENTOS AL SERVICIO DE LA COMUNIDAD
        1533 El Bautismo, la Confirmación
        y la Eucaristía son los sacramentos de la iniciación cristiana.
        Fundamentan la vocación común de todos los discípulos de Cristo, que
        es vocación a la santidad y a la misión de evangelizar el mundo.
        Confieren las gracias necesarias para vivir según el Espíritu en esta
        vida de peregrinos en marcha hacia la patria.
        1534 Otros dos sacramentos, el
        Orden y el Matrimonio, están ordenados a la salvación de los demás.
        Contribuyen ciertamente a la propia salvación, pero esto lo hacen
        mediante el servicio que prestan a los demás. Confieren una misión
        particular en la Iglesia y sirven a la edificación del Pueblo de Dios.
        1535 En estos sacramentos, los que
        fueron ya consagrados por el Bautismo y la Confirmación (LG 10)
        para el sacerdocio común de todos los fieles, pueden recibir consagraciones
        particulares. Los que reciben el sacramento del orden son consagrados
        para "en el nombre de Cristo ser los pastores de la Iglesia con la
        palabra y con la gracia de Dios" (LG 11). Por su parte, "los cónyuges
        cristianos, son fortificados y como consagrados para los deberes
        y dignidad de su estado por este sacramento especial" (GS 48,2).
        
        
        
        ARTÍCULO 6
        EL SACRAMENTO DEL ORDEN        
        
        1536 El Orden es el sacramento
        gracias al cual la misión confiada por Cristo a sus Apóstoles sigue
        siendo ejercida en la Iglesia hasta el fin de los tiempos: es, pues, el
        sacramento del ministerio apostólico. Comprende tres grados: el
        episcopado, el presbiterado y el diaconado.
        
        
        (Sobre la institución y la misión del ministerio apostólico por
        Cristo ya se ha tratado en la primera parte. Aquí sólo se trata de la
        realidad sacramental mediante la que se transmite este ministerio)        
        
        
        
        I El nombre de sacramento del Orden        
        
        1537 La palabra Orden
        designaba, en la antigüedad romana, cuerpos constituidos en sentido
        civil, sobre todo el cuerpo de los que gobiernan. Ordinatio
        designa la integración en un ordo. En la Iglesia hay cuerpos
        constituidos que la Tradición, no sin fundamentos en la Sagrada
        Escritura (cf Hb 5,6; 7,11; Sal 110,4), llama desde los tiempos antiguos
        con el nombre de taxeis (en griego), de ordines (en latín):
        así la liturgia habla del ordo episcoporum, del ordo
        presbyterorum, del ordo diaconorum. También reciben este
        nombre de ordo otros grupos: los catecúmenos, las vírgenes, los
        esposos, las viudas...
        1538 La integración en uno de
        estos cuerpos de la Iglesia se hacía por un rito llamado ordinatio,
        acto religioso y litúrgico que era una consagración, una bendición o
        un sacramento. Hoy la palabra ordinatio está reservada al acto
        sacramental que incorpora al orden de los obispos, de los presbíteros y
        de los diáconos y que va más allá de una simple elección, designación,
        delegación o institución por la comunidad, pues confiere
        un don del Espíritu Santo que permite ejercer un "poder
        sagrado" (sacra potestas; cf LG 10) que sólo puede venir de
        Cristo, a través de su Iglesia. La ordenación también es llamada
        consecratio porque es un "poner a parte" y un
        "investir" por Cristo mismo para su Iglesia. La imposición de
        manos del obispo, con la oración consecratoria, constituye el signo
        visible de esta consagración.
        
        
        II El sacramento del Orden en la economía de la salavación        
        
        
        
        El sacerdocio de la Antigua Alianza        
        
        1539 El pueblo elegido fue
        constituido por Dios como "un reino de sacerdotes y una nación
        consagrada" (Ex 19,6; cf Is 61,6). Pero dentro del pueblo de
        Israel, Dios escogió una de las doce tribus, la de Leví, para el
        servicio litúrgico (cf. Nm 1,48-53); Dios mismo es la parte de su
        herencia (cf. Jos 13,33). Un rito propio consagró los orígenes del
        sacerdocio de la Antigua Alianza (cf Ex 29,1-30; Lv 8). En ella los
        sacerdotes fueron establecidos "para intervenir en favor de los
        hombres en lo que se refiere a Dios para ofrecer dones y sacrificios por
        los pecados" (Hb 5,1).
        1540 Instituido para anunciar la
        palabra de Dios (cf Ml 2,7-9) y para restablecer la comunión con Dios
        mediante los sacrificios y la oración, este sacerdocio de la Antigua
        Alianza, sin embargo, era incapaz de realizar la salvación, por lo cual
        tenía necesidad de repetir sin cesar los sacrificios, y no podía
        alcanzar una santificación definitiva (cf. Hb 5,3; 7,27; 10,1-4), que sólo
        podría alcanzada por el sacrificio de Cristo.
        1541 No obstante, la liturgia de
        la Iglesia ve en el sacerdocio de Aarón y en el servicio de los
        levitas, así como en la institución de los setenta
        "ancianos" (cf Nm 11,24-25), prefiguraciones del ministerio
        ordenado de la Nueva Alianza. Por ello, en el rito latino la Iglesia se
        dirige a Dios en la oración consecratoria de la ordenación de los
        obispos de la siguiente manera:
        
          
        
        Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo...has establecido las reglas
        de la Iglesia: elegiste desde el principio un pueblo santo, descendiente
        de Abraham , y le diste reyes y sacerdotes que cuidaran del servicio de
        tu santuario...        
          
        
        1542 En la ordenación de presbíteros,
        la Iglesia ora:
        
          
        
        Señor, Padre Santo...en la Antigua Alianza se fueron perfeccionando a
        través de los signos santos los grados del sacerdocio...cuando a los
        sumos sacerdotes, elegidos para regir el pueblo, les diste compañeros
        de menor orden y dignidad, para que les ayudaran como
        colaboradores...multiplicaste el espíritu de Moisés, comunicándolo a
        los setenta varones prudentes con los cuales gobernó fácilmente un
        pueblo numeroso. Así también transmitiste a los hijos de Aarón la
        abundante plenitud otorgada a su padre.        
          
        
        1543 Y en la oración
        consecratoria para la ordenación de diáconos, la Iglesia confiesa:
        
          
        
        Dios Todopoderoso...tú haces crecer a la Iglesia...la edificas como
        templo de tu gloria...así estableciste que hubiera tres órdenes de
        ministros para tu servicio, del mismo modo que en la Antigua Alianza habías
        elegido a los hijos de Leví para que sirvieran al templo, y, como
        herencia, poseyeran una bendición eterna.        
          
        
        
        
        El único sacerdocio de Cristo        
        
        1544 Todas las prefiguraciones del
        sacerdocio de la Antigua Alianza encuentran su cumplimiento en Cristo
        Jesús, "único mediador entre Dios y los hombres" (1 Tm 2,5).
        Melquisedec, "sacerdote del Altísimo" (Gn 14,18), es
        considerado por la Tradición cristiana como una prefiguración del
        sacerdocio de Cristo, único "Sumo Sacerdote según el orden de
        Melquisedec" (Hb 5,10; 6,20), "santo, inocente,
        inmaculado" (Hb 7,26), que, "mediante una sola oblación ha
        llevado a la perfección para siempre a los santificados" (Hb
        10,14), es decir, mediante el único sacrificio de su Cruz.
        1545 El sacrificio redentor de
        Cristo es único, realizado una vez por todas. Y por esto se hace
        presente en el sacrificio eucarístico de la Iglesia. Lo mismo acontece
        con el único sacerdocio de Cristo: se hace presente por el sacerdocio
        ministerial sin que con ello se quebrante la unicidad del sacerdocio de
        Cristo: "Et ideo solus Christus est verus sacerdos, alii autem
        ministri eius" ("Y por eso sólo Cristo es el verdadero
        sacerdote; los demás son ministros suyos", S. Tomás de A. Hebr.
        VII, 4).
        
        
        Dos modos de participar en el único sacerdocio de Cristo        
        
        1546 Cristo, sumo sacerdote y único
        mediador, ha hecho de la Iglesia "un Reino de sacerdotes para su
        Dios y Padre" (Ap 1,6; cf. Ap 5,9-10; 1 P 2,5.9). Toda la comunidad
        de los creyentes es, como tal, sacerdotal. Los fieles ejercen su
        sacerdocio bautismal a través de su participación, cada uno según su
        vocación propia, en la misión de Cristo, Sacerdote, Profeta y Rey. Por
        los sacramentos del Bautismo y de la Confirmación los fieles son
        "consagrados para ser...un sacerdocio santo" (LG 10)
        1547 El sacerdocio ministerial o
        jerárquico de los obispos y de los presbíteros, y el sacerdocio común
        de todos los fieles, "aunque su diferencia es esencial y no sólo
        en grado, están ordenados el uno al otro; ambos, en efecto, participan,
        cada uno a su manera, del único sacerdocio de Cristo" (LG 10). ¿En
        qué sentido? Mientras el sacerdocio común de los fieles se realiza en
        el desarrollo de la gracia bautismal (vida de fe, de esperanza y de
        caridad, vida según el Espíritu), el sacerdocio ministerial está al
        servicio del sacerdocio común, en orden al desarrollo de la gracia
        bautismal de todos los cristianos. Es uno de los medios por los
        cuales Cristo no cesa de construir y de conducir a su Iglesia. Por esto
        es transmitido mediante un sacramento propio, el sacramento del Orden.
        
        
        In persona Christi Capitis...        
        
        1548 En el servicio eclesial del
        ministro ordenado es Cristo mismo quien está presente a su Iglesia como
        Cabeza de su cuerpo, Pastor de su rebaño, sumo sacerdote del sacrificio
        redentor, Maestro de la Verdad. Es lo que la Iglesia expresa al decir
        que el sacerdote, en virtud del sacramento del Orden, actúa "in
        persona Christi Capitis" (cf LG 10; 28; SC 33; CD 11; PO 2,6):
        
          
        
        El ministro posee en verdad el papel del mismo Sacerdote, Cristo Jesús.
        Si, ciertamente, aquel es asimilado al Sumo Sacerdote, por la consagración
        sacerdotal recibida, goza de la facultad de actuar por el poder de
        Cristo mismo a quien representa (virtute ac persona ipsius Christi) (Pío
        XII, enc. Mediator Dei)        
          
          
        
        "Christus est fons totius sacerdotii; nan sacerdos legalis erat
        figura ipsius, sacerdos autem novae legis in persona ipsius
        operatur" ("Cristo es la fuente de todo sacerdocio, pues el
        sacerdote de la antigua ley era figura de EL, y el sacerdote de la nueva
        ley actúa en representación suya" (S. Tomás de A., s.th. 3, 22,
        4).        
          
        
        1549 Por el ministerio ordenado,
        especialmente por el de los obispos y los presbíteros, la presencia de
        Cristo como cabeza de la Iglesia se hace visible en medio de la
        comunidad de los creyentes. Según la bella expresión de San Ignacio de
        Antioquía, el obispo es typos tou Patros, es imagen viva de Dios
        Padre (Trall. 3,1; cf Magn. 6,1).
        1550 Esta presencia de Cristo en
        el ministro no debe ser entendida como si éste estuviese exento de
        todas las flaquezas humanas, del afán de poder, de errores, es decir
        del pecado. No todos los actos del ministro son garantizado s de la
        misma manera por la fuerza del Espíritu Santo. Mientras que en los
        sacramentos esta garantía es dada de modo que ni siquiera el pecado del
        ministro puede impedir el fruto de la gracia, existen muchos otros actos
        en que la condición humana del ministro deja huellas que no son siempre
        el signo de la fidelidad al evangelio y que pueden dañar por
        consiguiente a la fecundidad apostólica de la Iglesia.
        1551 Este sacerdocio es ministerial.
        "Esta Función, que el Señor confió a los pastores de su pueblo,
        es un verdadero servicio" (LG 24). Está enteramente referido a
        Cristo y a los hombres. Depende totalmente de Cristo y de su sacerdocio
        único, y fue instituido en favor de los hombres y de la comunidad de la
        Iglesia. El sacramento del Orden comunica "un poder sagrado",
        que no es otro que el de Cristo. El ejercicio de esta autoridad debe,
        por tanto, medirse según el modelo de Cristo, que por amor se hizo el
        último y el servidor de todos (cf. Mc 10,43-45; 1 P 5,3). "El Señor
        dijo claramente que la atención prestada a su rebaño era prueba de
        amor a él" (S. Juan Crisóstomo, sac. 2,4; cf. Jn 21,15-17).
        
        
        “En nombre de toda la Iglesia”        
        
        1552 El sacerdocio ministerial no
        tiene solamente por tarea representar a Cristo –Cabeza de la
        Iglesia– ante la asamblea de los fieles, actúa también en nombre de
        toda la Iglesia cuando presenta a Dios la oración de la Iglesia (cf SC
        33) y sobre todo cuando ofrece el sacrificio eucarístico (cf LG 10).
        1553 "En nombre de toda
        la Iglesia", expresión que no quiere decir que los sacerdotes sean
        los delegados de la comunidad. La oración y la ofrenda de la Iglesia
        son inseparables de la oración y la ofrenda de Cristo, su Cabeza. Se
        trata siempre del culto de Cristo en y por su Iglesia. Es toda la
        Iglesia, cuerpo de Cristo, la que ora y se ofrece, per ipsum et cum ipso
        et in ipso, en la unidad del Espíritu Santo, a Dios Padre. Todo el
        cuerpo, caput et membra, ora y se ofrece, y por eso quienes, en este
        cuerpo, son específicamente sus ministros, son llamados ministros no sólo
        de Cristo, sino también de la Iglesia. El sacerdocio ministerial puede
        representar a la Iglesia porque representa a Cristo.
        
        
        III Los tres grados del sacramento del Orden        
        
        1554 "El ministerio eclesiástico,
        instituido por Dios, está ejercido en diversos órdenes que ya desde
        antiguo reciben los nombres de obispos, presbíteros y diáconos"
        (LG 28). La doctrina católica, expresada en la liturgia, el magisterio
        y la práctica constante de la Iglesia, reconocen que existen dos grados
        de participación ministerial en el sacerdocio de Cristo: el episcopado
        y el presbiterado. El diaconado está destinado a ayudarles y a
        servirles. Por eso, el término "sacerdos" designa, en
        el uso actual, a los obispos y a los presbíteros, pero no a los diáconos.
        Sin embargo, la doctrina católica enseña que los grados de participación
        sacerdotal (episcopado y presbiterado) y el grado de servicio
        (diaconado) son los tres conferidos por un acto sacramental llamado
        "ordenación", es decir, por el sacramento del Orden:
        
          
        
        Que todos reverencien a los diáconos como a Jesucristo, como también
        al obispo, que es imagen del Padre, y a los presbíteros como al senado
        de Dios y como a la asamblea de los apóstoles: sin ellos no se puede
        hablar de Iglesia (S. Ignacio de Antioquía, Trall. 3,1)        
          
        
        
        
        La ordenación episcopal, plenitud del sacramento del Orden        
        
        1555 "Entre los diversos
        ministerios que existen en la Iglesia, ocupa el primer lugar el
        ministerio de los obispos que, que a través de una sucesión que se
        remonta hasta el principio, son los transmisores de la semilla apostólica"
        (LG 20).
        1556 "Para realizar estas
        funciones tan sublimes, los Apóstoles se vieron enriquecidos por Cristo
        con la venida especial del Espíritu Santo que descendió sobre ellos.
        Ellos mismos comunicaron a sus colaboradores, mediante la imposición de
        las manos, el don espiritual que se ha transmitido hasta nosotros en la
        consagración de los obispos" (LG 21).
        1557 El Concilio Vaticano II
        "enseña que por la consagración episcopal se recibe la
        plenitud del sacramento del Orden. De hecho se le llama, tanto en la
        liturgia de la Iglesia como en los Santos Padres, `sumo sacerdocio' o
        `cumbre del ministerio sagrado'" (ibid.).
        1558 "La consagración
        episcopal confiere, junto con la función de santificar, también las
        funciones de enseñar y gobernar... En efecto...por la imposición de
        las manos y por las palabras de la consagración se confiere la gracia
        del Espíritu Santo y queda marcado con el carácter sagrado. En
        consecuencia, los obispos, de manera eminente y visible, hacen las veces
        del mismo Cristo, Maestro, Pastor y Sacerdote, y actúan en su nombre
        (in eius persona agant)" (ibid.). "El Espíritu Santo que han
        recibido ha hecho de los obispos los verdaderos y auténticos maestros
        de la fe, pontífices y pastores" (CD 2).
        1559 "Uno queda constituido
        miembro del Colegio episcopal en virtud de la consagración episcopal y
        por la comunión jerárquica con la Cabeza y con los miembros del
        Colegio" (LG 22). El carácter y la naturaleza colegial del
        orden episcopal se manifiestan, entre otras cosas, en la antigua práctica
        de la Iglesia que quiere que para la consagración de un nuevo obispo
        participen varios obispos (cf ibid.). Para la ordenación legítima de
        un obispo se requiere hoy una intervención especial del Obispo de Roma
        por razón de su cualidad de vínculo supremo visible de la comunión de
        las Iglesias particulares en la Iglesia una y de garante de libertad de
        la misma.
        1560 Cada obispo tiene, como
        vicario de Cristo, el oficio pastoral de la Iglesia particular que le ha
        sido confiada, pero al mismo tiempo tiene colegialmente con todos sus
        hermanos en el episcopado la solicitud de todas las Iglesias:
        "Mas si todo obispo es propio solamente de la porción de grey
        confiada a sus cuidados, su cualidad de legítimo sucesor de los apóstoles
        por institución divina, le hace solidariamente responsable de la misión
        apostólica de la Iglesia" (Pío XII, Enc. Fidei donum, 11; cf LG
        23; CD 4,36-37; AG 5.6.38).
        1561 Todo lo que se ha dicho
        explica por qué la Eucaristía celebrada por el obispo tiene una
        significación muy especial como expresión de la Iglesia reunida en
        torno al altar bajo la presidencia de quien representa visiblemente a
        Cristo, Buen Pastor y Cabeza de su Iglesia (cf SC 41; LG 26).
        
        
        La ordenación de los presbíteros - cooperadores de los obispos        
        
        1562 "Cristo, a quien el
        Padre santificó y envió al mundo, hizo a los obispos partícipes de su
        misma consagración y misión por medio de los Apóstoles de los cuales
        son sucesores. Estos han confiado legítimamente la función de su
        ministerio en diversos grados a diversos sujetos en la Iglesia" (LG
        28). "La función ministerial de los obispos, en grado subordinado,
        fue encomendada a los presbíteros para que, constituidos en el orden
        del presbiterado, fueran los colaboradores del Orden episcopal para
        realizar adecuadamente la misión apostólica confiada por Cristo"
        (PO 2).
        1563 "El ministerio de los
        presbíteros, por estar unido al Orden episcopal, participa de la
        autoridad con la que el propio Cristo construye, santifica y gobierna su
        Cuerpo. Por eso el sacerdocio de los presbíteros supone ciertamente los
        sacramentos de la iniciación cristiana. Se confiere, sin embargo, por
        aquel sacramento peculiar que, mediante la unción del Espíritu Santo,
        marca a los sacerdotes con un carácter especial. Así quedan
        identificados con Cristo Sacerdote, de tal manera que puedan actuar como
        representantes de Cristo Cabeza" (PO 2).
        1564 "Los presbíteros,
        aunque no tengan la plenitud del sacerdocio y dependan de los obispos en
        el ejercicio de sus poderes, sin embargo están unidos a éstos en el
        honor del sacerdocio y, en virtud del sacramento del Orden, quedan
        consagrados como verdaderos sacerdotes de la Nueva Alianza, a imagen de
        Cristo, sumo y eterno Sacerdote (Hb 5,1-10; 7,24; 9,11-28), para anunciar
        el Evangelio a los fieles, para dirigirlos y para celebrar el culto
        divino" (LG 28).
        1565 En virtud del sacramento del
        Orden, los presbíteros participan de la universalidad de la misión
        confiada por Cristo a los apóstoles. El don espiritual que recibieron
        en la ordenación los prepara, no para una misión limitada y
        restringida, "sino para una misión amplísima y universal de
        salvación `hasta los extremos del mundo'" (PO 10),
        "dispuestos a predicar el evangelio por todas partes" (OT 20).
        1566 "Su verdadera función
        sagrada la ejercen sobre todo en el culto o en la comunión eucarística.
        En ella, actuando en la persona de Cristo y proclamando su Misterio,
        unen la ofrenda de los fieles al sacrificio de su Cabeza; actualizan y
        aplican en el sacrificio de la misa, hasta la venida del Señor, el único
        Sacrificio de la Nueva Alianza: el de Cristo, que se ofrece al Padre de
        una vez para siempre como hostia inmaculada" (LG 28). De este
        sacrificio único, saca su fuerza todo su ministerio sacerdotal (cf PO
        2).
        1567 "Los presbíteros, como
        colaboradores diligentes de los obispos y ayuda e instrumento suyos,
        llamados para servir al Pueblo de Dios, forman con su obispo un único presbiterio,
        dedicado a diversas tareas. En cada una de las comunidades locales de
        fieles hacen presente de alguna manera a su obispo, al que están unidos
        con confianza y magnanimidad; participan en sus funciones y
        preocupaciones y las llevan a la práctica cada día" (LG 28). Los
        presbíteros sólo pueden ejercer su ministerio en dependencia del
        obispo y en comunión con él. La promesa de obediencia que hacen al
        obispo en el momento de la ordenación y el beso de paz del obispo al
        fin de la liturgia de la ordenación significa que el obispo los
        considera como sus colaboradores, sus hijos, sus hermanos y sus amigos y
        que a su vez ellos le deben amor y obediencia.
        1568 "Los presbíteros,
        instituidos por la ordenación en el orden del presbiterado, están
        unidos todos entre sí por la íntima fraternidad del sacramento. Forman
        un único presbiterio especialmente en la diócesis a cuyo servicio se
        dedican bajo la dirección de su obispo" (PO 8). La unidad del
        presbiterio encuentra una expresión litúrgica en la costumbre de que
        los presbíteros impongan a su vez las manos, después del obispo,
        durante el rito de la ordenación.
        
        
        La ordenación de los diáconos, “en orden al ministerio”        
        
        1569 "En el grado inferior de
        la jerarquía están los diácon os, a los que se les imponen las 'para
        realizar un servicio y no para ejercer el sacerdocio'" (LG 29; cf
        CD 15). En la ordenación al diaconado, sólo el obispo impone las manos
        , significando así que el diácono está especialmente vinculado al
        obispo en las tareas de su "diaconía" (cf S. Hipólito, trad.
        ap. 8).
        1570 Los diáconos participan de
        una manera especial en la misión y la gracia de Cristo (cf LG 41; AA
        16). El sacramento del Orden los marco con un sello (carácter)
        que nadie puede hacer desaparecer y que los configura con Cristo que se
        hizo "diácono", es decir, el servidor de todos (cf Mc 10,45;
        Lc 22,27; S. Policarpo, Ep 5,2). Corresponde a los diáconos, entre
        otras cosas, asistir al obispo y a los presbíteros en la celebración
        de los divinos misterios sobre todo de la Eucaristía y en la distribución
        de la misma, asistir a la celebración del matrimonio y bendecirlo,
        proclamar el evangelio y predicar, presidir las exequias y entregarse a
        los diversos servicios de la caridad (cf LG 29; cf. SC 35,4; AG 16).
        1571 Desde el Concilio Vaticano
        II, la Iglesia latina ha restablecido el diaconado "como un grado
        particular dentro de la jerarquía" (LG 29), mientras que las
        Iglesias de Oriente lo habían mantenido siempre. Este diaconado
        permanente, que puede ser conferido a hombres casados, constituye un
        enriquecimiento importante para la misión de la Iglesia. En efecto, es
        apropiado y útil que hombres que realizan en la Iglesia un ministerio
        verdaderamente diaconal, ya en la vida litúrgica y pastoral, ya en las
        obras sociales y caritativas, "sean fortalezcan por la imposición
        de las manos transmitida ya desde los Apóstoles y se unan más
        estrechamente al servicio del altar, para que cumplan con mayor eficacia
        su ministerio por la gracia sacramental del diaconado" (AG 16).
        
        
        IV La celebración de este sacramento        
        
        1572 La celebración de la
        ordenación de un obispo, de presbíteros o de diáconos, por su
        importancia para la vida de la Iglesia particular, exige el mayor
        concurso posible de fieles. Tendrá lugar preferentemente el domingo y
        en la catedral, con una solemnidad adaptada a las circunstancias. Las
        tres ordenaciones, del obispo, del presbítero y del diácono, tienen el
        mismo dinamismo. El lugar propio de su celebración es dentro de la
        Eucaristía.
        1573 El rito esencial del
        sacramento del Orden está constituido, para los tres grados, por la
        imposición de manos del obispo sobre la cabeza del ordenando así como
        por una oración consecratoria específica que pide a Dios la efusión
        del Espíritu Santo y de sus dones apropiados al ministerio para el cual
        el candidato es ordenado (cf Pío XII, const. ap. Sacramentum Ordinis,
        DS 3858).
        1574 Como en todos los
        sacramentos, ritos complementarios rodean la celebración. Estos varían
        notablemente en las distintas tradiciones litúrgicas, pero tienen en
        común la expresión de múltiples aspectos de la gracia sacramental. Así,
        en el rito latino, los ritos iniciales - la presentación y elección
        del ordenando, la alo cución del obispo, el interrogatorio del
        ordenando, las letanías de los santos - ponen de relieve que la elección
        del candidato se hace conforme al uso de la Iglesia y preparan el acto
        solemne de la consagración; después de ésta varios ritos vienen a
        expresar y completar de manera simbólica el misterio que se ha
        realizado: para el obispo y el presbítero la unción con el santo
        crisma, signo de la unción especial del Espíritu Santo que hace
        fecundo su ministerio; la entrega del libro de los evangelios, del
        anillo, de la mitra y del báculo al obispo en señal de su misión
        apostólica de anuncio de la palabra de Dios, de su fidelidad a la
        Iglesia, esposa de Cristo, de su cargo de pastor del rebaño del Señor;
        entrega al presbítero de la patena y del cáliz, "la ofrenda del
        pueblo santo" que es llamado a presentar a Dios; la entrega del
        libro de los evangelios al diácono que acaba de recibir la misión de
        anunciar el evangelio de Cristo.
        
        
        V El ministro de este sacramento        
        
        1575 Fue Cristo quien eligió a
        los apóstoles y les hizo partícipes de su misión y su autoridad.
        Elevado a la derecha del Padre, no abandona a su rebaño, sino que lo
        guarda por medio de los apóstoles bajo su constante protección y lo
        dirige también mediante estos mismos pastores que continúan hoy su
        obra (cf MR, Prefacio de Apóstoles). Por tanto, es Cristo "quien
        da" a unos el ser apóstoles, a otros pastores (cf. Ef 4,11). Sigue
        actuando por medio de los obispos (cf LG 21).
        1576 Dado que el sacramento del
        Orden es el sacramento del ministerio apostólico, corresponde a los
        obispos, en cuanto sucesores de los apóstoles, transmitir "el don
        espiritual" (LG 21), "la semilla apostólica" (LG 20).
        Los obispos válidamente ordenados, es decir, que están en la línea de
        la sucesión apostólica, confieren válidamente los tres grados del
        sacramento del Orden (cf DS 794 y 802; CIC, can. 1012; CCEO, can. 744;
        747).
        
        
        VI Quién puede recibir este sacramento        
        
        1577 "Sólo el varón (vir)
        bautizado recibe válidamente la sagrada ordenación" (CIC, can
        1024). El Señor Jesús eligió a hombres (viri) para formar el colegio
        de los doce apóstoles (cf Mc 3,14-19; Lc 6,12-16), y los apóstoles
        hicieron lo mismo cuando eligieron a sus colaboradores (1 Tm 3,1-13; 2
        Tm 1,6; Tt 1,5-9) que les sucederían en su tarea (S.Clemente Romano
        Cor, 42,4; 44,3). El colegio de los obispos, con quienes los presbíteros
        están unidos en el sacerdocio, hace presente y actualiza hasta el
        retorno de Cristo el colegio de los Doce. La Iglesia se reconoce
        vinculada por esta decisión del Señor. Esta es la razón por la que
        las mujeres no reciben la ordenación (cf Juan Pablo II, MD 26-27; CDF
        decl. "Inter insigniores": AAs 69 [1977] 98-116).
        1578 Nadie tiene derecho a
        recibir el sacramento del Orden. En efecto, nadie se arroga para sí
        mismo este oficio. Al sacramento se es llamado por Dios (cf Hb 5,4).
        Quien cree reconocer las señales de la llamada de Dios al ministerio
        ordenado, debe someter humildemente su deseo a la autoridad de la
        Iglesia a la que corresponde la responsabilidad y el derecho de llamar a
        recibir este sacramento. Como toda gracia, el sacramento sólo puede ser
        recibido como un don inmerecido.
        1579 Todos los ministros ordenados
        de la Iglesia latina, exceptuados los diáconos permanentes, son
        ordinariamente elegidos entre hombres creyentes que viven como célibes
        y que tienen la voluntad de guardar el celibato "por el
        Reino de los cielos" (Mt 19,12). Llamados a consagrarse totalmente
        al Señor y a sus "cosas" (cf 1 Co 7,32), se entregan
        enteramente a Dios y a los hombres. El celibato es un signo de esta vida
        nueva al servicio de la cual es consagrado el ministro de la Iglesia;
        aceptado con un corazón alegre, anuncia de modo radiante el Reino de
        Dios (cf PO 16).
        1580 En las Iglesias Orientales,
        desde hace siglos está en vigor una disciplina distinta: mientras los
        obispos son elegidos únicamente entre los célibes, hombres casados
        pueden ser ordenados diáconos y presbíteros. Esta práctica es
        considerada como legítima desde tiempos remotos; estos presbíteros
        ejercen un ministerio fructuoso en el seno de sus comunidades (cf PO
        16). Por otra parte, el celibato de los presbíteros goza de gran honor
        en las Iglesias Orientales, y son numerosos los presbíteros que lo
        escogen libremente por el Reino de Dios. En Oriente como en Occidente,
        quien recibe el sacramento del Orden no puede contraer matrimonio.
        
        
        VII Los efectos del sacramento del Orden        
        
        
        
        El carácter indeleble        
        
        1581 Este sacramento configura con
        Cristo mediante una gracia especial del Espíritu Santo a fin de servir
        de instrumento de Cristo en favor de su Iglesia. Por la ordenación
        recibe la capacidad de actuar como representante de Cristo, Cabeza de la
        Iglesia, en su triple función de sacerdote, profeta y rey.
        1582 Como en el caso del Bautismo
        y de la Confirmación, esta participación en la misión de Cristo es
        concedida de una vez para siempre. El sacramento del Orden confiere
        también un carácter espiritual indeleble y no puede ser
        reiterado ni ser conferido para un tiempo determinado (cf Cc. de Trento:
        DS 1767; LG 21.28.29; PO 2).
        1583 Un sujeto válidamente
        ordenado puede ciertamente, por causas graves, ser liberado de las
        obligaciones y las funciones vinculadas a la ordenación, o se le puede
        impedir ejercerlas (cf CIC, can. 290-293; 1336,1, nn 3º y 5º; 1338,2),
        pero no puede convertirse de nuevo en laico en sentido estricto (cf. CC.
        de Trento: DS 1774) porque el carácter impreso por la ordenación es
        para siempre. La vocación y la misión recibidas el día de su ordenación,
        lo marcan de manera permanente.
        1584 Puesto que en último término
        es Cristo quien actúa y realiza la salvación a través del ministro
        ordenado, la indignidad de éste no impide a Cristo actuar (cf Cc. de
        Trento: DS 1612; 1154). S. Agustín lo dice con firmeza:
        
          
        
        En cuanto al ministro orgulloso, hay que colocarlo con el diablo. Sin
        embargo, el don de Cristo no por ello es profanado: lo que llega a través
        de él conserva su pureza, lo que pasa por él permanece limpio y llega
        a la tierra fértil...En efecto, la virtud espiritual del sacramento es
        semejante a la luz: los que deben ser iluminados la reciben en su pureza
        y, si atraviesa seres manchados, no se mancha (Ev. Ioa. 5, 15).        
          
        
        
        
        La gracia del Espíritu Santo        
        
        1585 La gracia del Espíritu Santo
        propia de este sacramento es la de ser configurado con Cristo Sacerdote,
        Maestro y Pastor, de quien el ordenado es constituido ministro.
        1586 Para el obispo, es en primer
        lugar una gracia de fortaleza ("El Espíritu de soberanía":
        Oración de consagración del obispo en el rito latino): la de guiar y
        defender con fuerza y prudencia a su Iglesia como padre y pastor, con
        amor gratuito para todos y con predilección por los pobres, los
        enfermos y los necesitados (cf CD 13 y 16). Esta gracia le impulsa a
        anunciar el evangelio a todos, a ser el modelo de su rebaño, a
        precederlo en el camino de la santificación identificándose en la
        Eucaristía con Cristo Sacerdote y Víctima, sin miedo a dar la vida por
        sus ovejas:
        
          
        
        Concede, Padre que conoces los corazones, a tu siervo que has elegido
        para el episcopado, que apaciente tu santo rebaño y que ejerza ante ti
        el supremo sacerdocio sin reproche sirviéndote noche y día; que haga
        sin cesar propicio tu rostro y que ofrezca los dones de tu santa
        Iglesia, que en virtud del espíritu del supremo sacerdocio tenga poder
        de perdonar los pecados según tu mandamiento, que distribuya las tareas
        siguiendo tu orden y que desate de toda atadura en virtud del poder que
        tú diste a los apóstoles; que te agrade por su dulzura y su corazón
        puro, ofreciéndote un perfume agradable por tu Hijo Jesucristo... (S.
        Hipólito, Trad. Ap. 3).        
          
        
        1587 El don espiritual que
        confiere la ordenación presbiteral está expresado en esta oración
        propia del rito bizantino. El obispo, imponiendo la mano, dice:
        
          
        
        Señor, llena del don del Espíritu Santo al que te has dignado elevar
        al grado del sacerdocio para que sea digno de presentarse sin reproche
        ante tu altar, de anunciar el evangelio de tu Reino, de realizar el
        ministerio de tu palabra de verdad, de ofrecerte dones y sacrificios
        espirituales, de renovar tu pueblo mediante el baño de la regeneración;
        de manera que vaya al encuentro de nuestro gran Dios y Salvador
        Jesucristo, tu Hijo único, el día de su segunda venida, y reciba de tu
        inmensa bondad la recompensa de una fiel administración de su orden
        (Euchologion).        
          
        
        1588 En cuanto a los diáconos,
        "fortalecidos, en efecto, con la gracia del sacramento, en comunión
        con el obispo y sus presbíteros, están al servicio del Pueblo de Dios
        en el ministerio de la liturgia, de la palabra y de la caridad" (LG
        29).
        1589 Ante la grandeza de la gracia
        y del oficio sacerdotales, los santos doctores sintieron la urgente
        llamada a la conversión con el fin de corresponder mediante toda su
        vida a aquel de quien el sacramento los constituye ministros. Así, S.
        Gregorio Nazianceno, siendo joven sacerdote, exclama:
        
          
        
        Es preciso comenzar por purificarse antes de purificar a los otros; es
        preciso ser instruido para poder instruir; es preciso ser luz para
        iluminar, acercarse a Dios para acercarle a los demás, ser santificado
        para santificar, conducir de la mano y aconsejar con inteligencia (Or.
        2, 71). Sé de quién somos ministros, donde nos encontramos y adonde
        nos dirigimos. Conozco la altura de Dios y la flaqueza del hombre, pero
        también su fuerza (ibid. 74) (Por tanto, ¿quién es el sacerdote? Es)
        el defensor de la verdad, se sitúa junto a los ángeles, glorifica con
        los arcángeles, hace subir sobre el altar de lo alto las víctimas de
        los sacrificios, comparte el sacerdocio de Cristo, restaura la criatura,
        restablece (en ella) la imagen (de Dios), la recrea para el mundo de lo
        alto, y, para decir lo más grande que hay en él, es divinizado y
        diviniza (ibid. 73).        
          
          
        
        Y el santo Cura de Ars dice: "El sacerdote continua la obra de
        redención en la tierra"..."Si se comprendiese bien al
        sacerdote en la tierra se moriría no de pavor sino de
        amor"..."El sacerdocio es el amor del corazón de Jesús".        
          
        
        
        
        Resumen        
        
        1590 S. Pablo dice a su discípulo
        Timoteo: "Te recomiendo que reavives el carisma de Dios que está
        en ti por la imposición de mis manos" (2 Tm 1,6), y "si
        alguno aspira al cargo de obispo, desea una noble función" (1 Tm
        3,1). A Tito decía: "El motivo de haberte dejado en Creta, fue
        para que acabaras de organizar lo que faltaba y establecieras presbíteros
        en cada ciudad, como yo te ordené" (Tt 1,5).
        1591 La Iglesia entera es un
        pueblo sacerdotal. Por el bautis mo, todos los fieles participan del
        sacerdocio de Cristo. Esta participación se llama "sacerdocio común
        de los fieles". A partir de este sacerdocio y al servicio del mismo
        existe otra participación en la misión de Cristo: la del ministerio
        conferido por el sacramento del Orden, cuya tarea es servir en nombre y
        en la representación de Cristo-Cabeza en medio de la comunidad.
        1592 El sacerdocio ministerial
        difiere esencialmente del sacerdocio común de los fieles porque
        confiere un poder sagrado para el servicio de los fieles. Los ministros
        ordenados ejercen su servicio en el pueblo de Dios mediante la enseñanza
        (munus docendi), el culto divino (munus liturgicum) y por el gobierno
        pastoral (munus regendi).
        1593 Desde los orígenes, el
        ministerio ordenado fue conferido y ejercido en tres grados: el de los
        Obispos, el de los presbíteros y el de los diáconos. Los ministerios
        conferidos por la ordenación son insustituibles para la estructura orgánica
        de la Iglesia: sin el obispo, los presbíteros y los diácono s no se
        puede hablar de Iglesia (cf. S. Ignacio de Antioquía, Trall. 3,1).
        1594 El obispo recibe la
        plenitud del sacramento del Orden que lo incorpora al colegio episcopal
        y hace de él la cabeza visible de la Iglesia particular que le es
        confiada. Los Obispos, en cuanto sucesores de los apóstoles y miembros
        del colegio, participan en la responsabilidad apostólica y en la misión
        de toda la Iglesia bajo la autoridad del Papa, sucesor de S. Pedro.
        1595 Los presbíteros están
        unidos a los obispos en la dignidad sacerdotal y al mismo tiempo
        dependen de ellos en el ejercicio de sus funciones pastorales; son
        llamados a ser cooperadores diligentes de los obispos; forman en torno a
        su Obispo el presbiterio que asume con él la responsabilidad de la
        Iglesia particular. Reciben del obispo el cuidado de una comunidad
        parroquial o de una función eclesial determinada.
        1596 Los diáconos son
        ministros ordenados para las tareas de servicio de la Iglesia; no
        reciben el sacerdocio ministerial, pero la ordenación les confiere
        funciones importantes en el ministerio de la palabra, del culto divino,
        del gobierno pastoral y del servicio de la caridad, tareas que deben
        cumplir bajo la autoridad pastoral de su Obispo.
        1597 El sacramento del Orden es
        conferido por la imposición de las manos seguida de una oración
        consecratoria solemne que pide a Dios para el ordenando las gracias del
        Espíritu Santo requeridas para su ministerio. La ordenación imprime un
        carácter sacramental indeleble.
        1598 La Iglesia confiere el
        sacramento del Orden únicamente a varones (viris) bautizados, cuyas
        aptitudes para el ejercicio del ministerio han sido debidamente
        reconocidas. A la autoridad de la Iglesia corresponde la responsabilidad
        y el derecho de llamar a uno a recibir la ordenación.
        1599 En la Iglesia latina, el
        sacramento del Orden para el presbiterado sólo es conferido
        ordinariamente a candidatos que están dispuestos a abrazar libremente
        el celibato y que manifiestan públicamente su voluntad de guardarlo por
        amor del Reino de Dios y el servicio de los hombres.
        1600 Corresponde a los Obispos
        conferir el sacramento del Orden en los tres grados.
        
        
        
        ARTÍCULO 7
        EL SACRAMENTO DEL MATRIMONIO        
        
        1601 "La alianza matrimonial,
        por la que el varón y la mujer constituyen entre sí un consorcio de
        toda la vida, ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges
        y a la generación y educación de la prole, fue elevada por Cristo
        Nuestro Señor a la dignidad de sacramento entre bautizados" (CIC,
        can. 1055,1)
        
        
        I El matrimonio en el plan de Dios        
        
        1602 La Sagrada Escritura se abre
        con el relato de la creación del hombre y de la mujer a imagen y
        semejanza de Dios (Gn 1,26- 27) y se cierra con la visión de las
        "bodas del Cordero" (Ap 19,7.9). De un extremo a otro la
        Escritura habla del matrimonio y de su "misterio", de su
        institución y del sentido que Dios le dio, de su origen y de su fin, de
        sus realizaciones diversas a lo largo de la historia de la salvación,
        de sus dificultades nacidas del pecado y de su renovación "en el
        Señor" (1 Co 7,39) todo ello en la perspectiva de la Nueva Alianza
        de Cristo y de la Iglesia (cf Ef 5,31-32).
        
        
        El matrimonio en el orden de la creación        
        
        1603 "La íntima comunidad de
        vida y amor conyugal, fundada por el Creador y provista de leyes
        propias, se establece sobre la alianza del matrimonio... un vínculo
        sagrado... no depende del arbitrio humano. El mismo Dios es el autor del
        matrimonio" (GS 48,1). La vocación al matrimonio se inscribe en la
        naturaleza misma del hombre y de la mujer, según salieron de la mano
        del Creador. El matrimonio no es una institución puramente humana a
        pesar de las numerosas variaciones que ha podido sufrir a lo largo de
        los siglos en las diferentes culturas, estructuras sociales y actitudes
        espirituales. Estas diversidades no deben hacer olvidar sus rasgos
        comunes y permanente. A pesar de que la dignidad de esta institución no
        se trasluzca siempre con la misma claridad (cf GS 47,2), existe en todas
        las culturas un cierto sentido de la grandeza de la unión matrimonial.
        "La salvación de la persona y de la sociedad humana y cristiana
        está estrechamente ligada a la prosperidad de la comunidad conyugal y
        familiar" (GS 47,1).
        1604 Dios que ha creado al hombre
        por amor lo ha llamado también al amor, vocación fundamental e innata
        de todo ser humano. Porque el hombre fue creado a imagen y semejanza de
        Dios (Gn 1,2), que es Amor (cf 1 Jn 4,8.16). Habiéndolos creado Dios
        hombre y mujer, el amor mutuo entre ellos se convierte en imagen del
        amor absoluto e indefectible con que Dios ama al hombre. Este amor es
        bueno, muy bueno, a los ojos del Creador (cf Gn 1,31). Y este amor que
        Dios bendice es destinado a ser fecundo y a realizarse en la obra común
        del cuidado de la creación. "Y los bendijo Dios y les dijo:
        "Sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra y sometedla'"
        (Gn 1,28).
        1605 La Sagrada escritura afirma
        que el hombre y la mujer fueron creados el uno para el otro: "No es
        bueno que el hombre esté solo". La mujer, "carne de su
        carne", su igual, la criatura más semejante al hombre mismo, le es
        dada por Dios como una "auxilio", representando así a Dios
        que es nuestro "auxilio" (cf Sal 121,2). "Por eso deja el
        hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola
        carne" (cf Gn 2,18-25). Que esto significa una unión indefectible
        de sus dos vidas, el Señor mismo lo muestra recordando cuál fue
        "en el principio", el plan del Creador: "De manera que ya
        no son dos sino una sola carne" (Mt 19,6).
        
        
        El matrimonio bajo la esclavitud del pecado        
        
        1606 Todo hombre, tanto en su
        entorno como en su propio corazón, vive la experiencia del mal. Esta
        experiencia se hace sentir también en las relaciones entre el hombre y
        la mujer. En todo tiempo, la unión del hombre y la mujer vive amenazada
        por la discordia, el espíritu de dominio, la infidelidad, los celos y
        conflictos que pueden conducir hasta el odio y la ruptura. Este desorden
        puede manifestarse de manera más o menos aguda, y puede ser más o
        menos superado, según las culturas, las épocas, los individuos, pero
        siempre aparece como algo de carácter universal.
        1607 Según la fe, este desorden
        que constatamos dolorosamente, no se origina en la naturaleza del
        hombre y de la mujer, ni en la naturaleza de sus relaciones, sino en el pecado.
        El primer pecado, ruptura con Dios, tiene como consecuencia primera la
        ruptura de la comunión original entre el hombre y la mujer. Sus
        relaciones quedan distorsionadas por agravios recíprocos (cf Gn 3,12);
        su atractivo mutuo, don propio del creador (cf Gn 2,22), se cambia en
        relaciones de dominio y de concupiscencia (cf Gn 3,16b); la hermosa
        vocación del hombre y de la mujer de ser fecundos, de multiplicarse y
        someter la tierra (cf Gn 1,28) queda sometida a los dolores del parto y
        los esfuerzos de ganar el pan (cf Gn 3,16-19).
        1608 Sin embargo, el orden de la
        Creación subsiste aunque gravemente perturbado. Para sanar las heridas
        del pecado, el hombre y la mujer necesitan la ayuda de la gracia que
        Dios, en su misericordia infinita, jamás les ha negado (cf Gn 3,21).
        Sin esta ayuda, el hombre y la mujer no pueden llegar a realizar la unión
        de sus vidas en orden a la cual Dios los creó "al comienzo".
        
        
        El matrimonio bajo la pedagogía de la antigua Ley        
        
        1609 En su misericordia, Dios no
        abandonó al hombre pecador. Las penas que son consecuencia del pecado,
        "los dolores del parto" (Gn 3,16), el trabajo "con el
        sudor de tu frente" (Gn 3,19), constituyen también remedios que
        limitan los daños del pecado. Tras la caída, el matrimonio ayuda a
        vencer el repliegue sobre s í mismo, el egoísmo, la búsqueda del
        propio placer, y a abrirse al otro, a la ayuda mutua, al don de sí.
        1610 La conciencia moral relativa
        a la unidad e indisolubilidad del matrimonio se desarrolló bajo la
        pedagogía de la Ley antigua. La poligamia de los patriarcas y de los
        reyes no es todavía prohibida de una manera explícita. No obstante, la
        Ley dada por Moisés se orienta a proteger a la mujer contra un dominio
        arbitrario del hombre, aunque ella lleve también, según la palabra del
        Señor, las huellas de "la dureza del corazón" de la persona
        humana, razón por la cual Moisés permitió el repudio de la mujer (cf
        Mt 19,8; Dt 24,1).
        1611 Contemplando la Alianza de
        Dios con Israel bajo la imagen de un amor conyugal exclusivo y fiel (cf
        Os 1-3; Is 54.62; Jr 2-3. 31; Ez 16,62;23), los profetas fueron
        preparando la conciencia del Pueblo elegido para una comprensión más
        profunda de la unidad y de la indisolubilidad del matrimonio (cf Mal
        2,13-17). Los libros de Rut y de Tobías dan testimonios conmovedores
        del sentido hondo del matrimonio, de la fidelidad y de la ternura de los
        esposos. La Tradición ha visto siempre en el Cantar de los Cantares una
        expresión única del amor humano, en cuanto que éste es reflejo del
        amor de Dios, amor "fuerte como la muerte" que "las
        grandes aguas no pueden anegar" (Ct 8,6-7).
        
        
        El matrimonio en el Señor        
        
        1612 La alianza nupcial entre Dios
        y su pueblo Israel había preparado la nueva y eterna alianza mediante
        la que el Hijo de Dios, encarnándose y dando su vida, se unió en
        cierta manera con toda la humanidad salvada por él (cf. GS 22),
        preparando así "las bodas del cordero" (Ap 19,7.9).
        1613 En el umbral de su vida pública,
        Jesús realiza su primer signo -a petición de su Madre- con ocasión de
        un banquete de boda (cf Jn 2,1-11). La Iglesia concede una gran
        importancia a la presencia de Jesús en las bodas de Caná. Ve en ella
        la confirmación de la bondad del matrimonio y el anuncio de que en
        adelante el matrimonio será un signo eficaz de la presencia de Cristo.
        1614 En su predicación, Jesús
        enseñó sin ambigüedad el sentido original de la unión del hombre y
        la mujer, tal como el Creador la quiso al comienzo: la autorización,
        dada por Moisés, de repudiar a su mujer era una concesión a la dureza
        del corazón (cf Mt 19,8); la unión matrimonial del hombre y la mujer
        es indisoluble: Dios mismo la estableció: "lo que Dios unió, que
        no lo separe el hombre" (Mt 19,6).
        1615 Esta insistencia, inequívoca,
        en la indisolubilidad del vínculo matrimonial pudo causar perplejidad y
        aparecer como una exigencia irrealizable (cf Mt 19,10). Sin embargo, Jesús
        no impuso a los esposos una carga imposible de llevar y demasiado pesada
        (cf Mt 11,29-30), más pesada que la Ley de Moisés. Viniendo para
        restablecer el orden inicial de la creación perturbado por el pecado,
        da la fuerza y la gracia para vivir el matrimonio en la dimensión nueva
        del Reino de Dios. Siguiendo a Cristo, renunciando a s í mismos,
        tomando sobre s í sus cruces (cf Mt 8,34), los esposos podrán
        "comprender" (cf Mt 19,11) el sentido original del matrimonio
        y vivirlo con la ayuda de Cristo. Esta gracia del Matrimonio cristiano
        es un fruto de la Cruz de Cristo, fuente de toda la vida cristiana.
        1616 Es lo que el apóstol Pablo
        da a entender diciendo: "Maridos, amad a vuestras mujeres como
        Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para
        santificarla" (Ef 5,25-26), y añadiendo enseguida: "`Por es o
        dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los
        dos se harán una sola carne'. Gran misterio es éste, lo digo respecto
        a Cristo y a la Iglesia" (Ef 5,31-32).
        1617 Toda la vida cristiana está
        marcada por el amor esponsal de Cristo y de la Iglesia. Ya el Bautismo,
        entrada en el Pueblo de Dios, es un misterio nupcial. Es, por así
        decirlo, como el baño de bodas (cf Ef 5,26-27) que precede al banquete
        de bodas, la Eucaristía. El Matrimonio cristiano viene a ser por su
        parte signo eficaz, sacramento de la alianza de Cristo y de la Iglesia.
        Puesto que es signo y comunicación de la gracia, el matrimonio entre
        bautizados es un verdadero sacramento de la Nueva Alianza (cf DS 1800;
        CIC, can. 1055,2).
        
        
        La virginidad por el Reino de Dios        
        
        1618 Cristo es el centro de toda
        vida cristiana. El vínculo con El ocupa el primer lugar entre todos los
        demás vínculos, familiares o sociales (cf Lc 14,26; Mc 10,28-31).
        Desde los comienzos de la Iglesia ha habido hombres y mujeres que han
        renunciado al gran bien del matrimonio para seguir al Cordero
        dondequiera que vaya (cf Ap 14,4), para ocuparse de las cosas del Señor,
        para tratar de agradarle (cf 1 Co 7,32), para ir al encuentro del Esposo
        que viene (cf Mt 25,6). Cristo mismo invitó a algunos a seguirle en
        este modo de vida del que El es el modelo:
        
          
        
        Hay eunucos que nacieron así del seno materno, y hay eunucos hechos por
        los hombres, y hay eunucos que se hicieron tales a sí mismos por el
        Reino de los Cielos. Quien pueda entender, que entienda (Mt 19,12).        
          
        
        1619 La virginidad por el Reino de
        los Cielos es un desarrollo de la gracia bautismal, un signo poderoso de
        la preeminencia del vínculo con Cristo, de la ardiente espera de su
        retorno, un signo que recuerda también que el matrimonio es una
        realidad que manifiesta el carácter pasajero de este mundo (cf 1 Co
        7,31; Mc 12,25).
        1620 Estas dos realidades, el
        sacramento del Matrimonio y la virginidad por el Reino de Dios, vienen
        del Señor mismo. Es él quien les da sentido y les concede la gracia
        indispensable para vivirlos conforme a su voluntad (cf Mt 19,3-12). La
        estima de la virginidad por el Reino (cf LG 42; PC 12; OT 10) y el
        sentido cristiano del Matrimonio son inseparables y se apoyan
        mutuamente:
        
          
        
        Denigrar el matrimonio es reducir a la vez la gloria de la virginidad;
        elogiarlo es realzar a la vez la admiración que corresponde a la
        virginidad... (S. Juan Crisóstomo, virg. 10,1; cf FC, 16).        
          
        
        
        
        II La celebración del Matrimonio        
        
        1621 En el rito latino, la
        celebración del matrimonio entre dos fieles católicos tiene lugar
        ordinariamente dentro de la Santa Misa, en virtud del vínculo que
        tienen todos los sacramentos con el Misterio Pascual de Cristo (cf SC
        61). En la Eucaristía se realiza el memorial de la Nueva Alianza, en la
        que Cristo se unió para siempre a la Iglesia, su esposa amada por la
        que se entregó (cf LG 6). Es, pues, conveniente que los esposos sellen
        su consentimiento en darse el uno al otro mediante la ofrenda de sus
        propias vidas, uniéndose a la ofrenda de Cristo por su Iglesia, hecha
        presente en el sacrificio eucarístico, y recibiendo la Eucaristía,
        para que, comulgando en el mismo Cuerpo y en la misma Sangre de Cristo,
        "formen un solo cuerpo" en Cristo (cf 1 Co 10,17).
        1622 "En cuanto gesto
        sacramental de santificación, la celebración del matrimonio...debe ser
        por sí misma válida, digna y fructuosa" (FC 67). Por tanto,
        conviene que los futuros esposos se dispongan a la celebración de su
        matrimonio recibiendo el sacramento de la penitencia.
        1623 Según la tradición latina,
        los esposos, como ministros de la gracia de Cristo, manifestando su
        consentimiento ante la Iglesia, se confieren mutuamente el sacramento
        del matrimonio. En las tradiciones de las Iglesias orientales, los
        sacerdotes –Obispos o presbíteros– son testigos del recíproco
        consentimiento expresado por los esposos (cf. CCEO, can. 817), pero
        también su bendición es necesaria para la validez del sacramento (cf
        CCEO, can. 828).
        1624 Las diversas liturgias son
        ricas en oraciones de bendición y de epíclesis pidiendo a Dios su
        gracia y la bendición sobre la nueva pareja, especialmente sobre la
        esposa. En la epíclesis de este sacramento los esposos reciben el Espíritu
        Santo como Comunión de amor de Cristo y de la Iglesia (cf. Ef 5,32). El
        Espíritu Santo es el sello de la alianza de los esposos, la fuente
        siempre generosa de su amor, la fuerza con que se renovará su
        fidelidad.
        
        
        III El consentimiento matrimonial        
        
        1625 Los protagonistas de la
        alianza matrimonial son un hombre y una mujer bautizados, libres para
        contraer el matrimonio y que expresan libremente su consentimiento.
        "Ser libre" quiere decir:
        
        
        — no obrar por coacción; 
        — no estar impedido por una ley natural o eclesiástica.        
        
        1626 La Iglesia considera el
        intercambio de los consentimientos entre los esposos como el elemento
        indispensable "que hace el matrimonio" (CIC, can. 1057,1). Si
        el consentimiento falta, no hay matrimonio.
        1627 El consentimiento consiste en
        "un acto humano, por el cual los esposos se dan y se reciben
        mutuamente" (GS 48,1; cf CIC, can. 1057,2): "Yo te recibo como
        esposa" - "Yo te recibo como esposo" (OcM 45). Este
        consentimiento que une a los esposos entre sí, encuentra su plenitud en
        el hecho de que los dos "vienen a ser una sola carne" (cf Gn
        2,24; Mc 10,8; Ef 5,31).
        1628 El consentimiento debe ser un
        acto de la voluntad de cada uno de los contrayentes, libre de violencia
        o de temor grave externo (cf CIC, can. 1103). Ningún poder humano puede
        reemplazar este consentimiento (CIC, can. 1057, 1). Si esta libertad
        falta, el matrimonio es inválido.
        1629 Por esta razón (o por otras
        razones que hacen nulo e inválido el matrimonio; cf. CIC, can.
        1095-1107), la Iglesia, tras examinar la situación por el tribunal
        eclesiástico competente, puede declarar "la nulidad del
        matrimonio", es decir, que el matrimonio no ha existido. En este
        caso, los contrayentes quedan libres para casarse, aunque deben cumplir
        las obligaciones naturales nacidas de una unión precedente precedente
        (cf CIC, can. 1071).
        1630 El sacerdote ( o el diácono)
        que asiste a la celebraci ón del matrimonio, recibe el consentimiento
        de los esposos en nombre de la Iglesia y da la bendición de la Iglesia.
        La presencia del ministro de la Iglesia (y también de los testigos)
        expresa visiblemente que el matrimonio es una realidad eclesial.
        1631 Por esta razón, la Iglesia
        exige ordinariamente para sus fieles la forma eclesiástica de la
        celebración del matrimonio (cf Cc. de Trento: DS 1813-1816; CIC, can.
        1108). Varias razones concurren para explicar esta determinación:
        
        
        — El matrimonio sacramental es un acto litúrgico. Por tanto,
        es conveniente que sea celebrado en la liturgia pública de la Iglesia. 
        — El matrimonio introduce en un ordo eclesial, crea derechos y
        deberes en la Iglesia entre los esposos y para con los hijos. 
        — Por ser el matrimonio un estado de vida en la Iglesia, es preciso
        que exista certeza sobre él (de ahí la obligación de tener testigos).
        — El carácter público del consentimiento protege el "Sí"
        una vez dado y ayuda a permanecer fiel a él.        
        
        1632 Para que el "Sí"
        de los esposos sea un acto libre y responsable, y para que la alianza
        matrimonial tenga fundamentos humanos y cristianos sólidos y estables,
        la preparación para el matrimonio es de primera importancia:
        
          
        
        El ejemplo y la enseñanza dados por los padres y por las familias son
        el camino privilegiado de esta preparación.        
          
          
        
        El papel de los pastores y de la comunidad cristiana como "familia
        de Dios" es indispensable para la transmisión de los valores
        humanos y cristianos del matrimonio y de la familia (cf. CIC, can.
        1063), y esto con mayor razón en nuestra época en la que muchos jóvenes
        conocen la experiencia de hogares rotos que ya no aseguran
        suficientemente esta iniciación:        
          
          
        
        Los jóvenes deben ser instruidos adecuada y oportunamente sobre la
        dignidad, dignidad , tareas y ejercicio del amor conyugal, sobre todo en
        el seno de la misma familia, para que, educados en el cultivo de la
        castidad, puedan pasar, a la edad conveniente, de un honesto noviazgo
        vivido al matrimonio (GS 49,3).        
          
        
        
        
        Matrimonios mixtos y disparidad de culto        
        
        1633 En numerosos países, la
        situación del matrimonio mixto (entre católico y bautizado no
        católico) se presenta con bastante frecuencia. Exige una atención
        particular de los cónyuges y de los pastores. El caso de matrimonios
        con disparidad de culto (entre católico y no bautizado) exige
        una aún mayor atención.
        1634 La diferencia de confesión
        entre los cónyuges no constituye un obstáculo insuperable para el
        matrimonio, cuando llegan a poner en común lo que cada uno de ellos ha
        recibido en su comunidad, y a aprender el uno del otro el modo como cada
        uno vive su fidelidad a Cristo. Pero las dificultades de los matrimonios
        mixtos no deben tampoco ser subestimadas. Se deben al hecho de que la
        separación de los cristianos no se ha superado todavía. Los esposos
        corren el peligro de vivir en el seno de su hogar el drama de la desunión
        de los cristianos. La disparidad de culto puede agravar aún más estas
        dificultades. Divergencias en la fe, en la concepción misma del
        matrimonio, pero también mentalidades religiosas distintas pueden
        constituir una fuente de tensiones en el matrimonio, principalmente a
        propósito de la educación de los hijos. Una tentación que puede
        presentarse entonces es la indiferencia religiosa.
        1635 Según el derecho vigente en
        la Iglesia latina, un matrimonio mixto necesita, para su licitud, el permiso
        expreso de la autoridad eclesiástica (cf CIC, can. 1124). En caso
        de disparidad de culto se requiere una dispensa expresa del
        impedimento para la validez del matrimonio (cf CIC, can. 1086). Este
        permiso o esta dispensa supone que ambas partes conozcan y no excluyan
        los fines y las propiedades esenciales del matrimonio; además, que la
        parte católica confirme los compromisos –también haciéndolos
        conocer a la parte no católica– de conservar la propia fe y de
        asegurar el Bautismo y la educación de los hijos en la Iglesia Católica
        (cf CIC, can. 1125).
        1636 En muchas regiones, gracias
        al diálogo ecuménico, las comunidades cristianas interesadas han
        podido llevar a cabo una pastoral común para los matrimonios mixtos.
        Su objetivo es ayudar a estas parejas a vivir su situación particular a
        la luz de la fe. Debe también ayudarles a superar las tensiones entre
        las obligaciones de los cónyuges, el uno con el otro, y con sus
        comunidades eclesiales. Debe alentar el desarrollo de lo que les es común
        en la fe, y el respeto de lo que los separa.
        1637 En los matrimonios con
        disparidad de culto, el esposo católico tiene una tarea particular:
        "Pues el marido no creyente queda santificado por su mujer, y la
        mujer no creyente queda santificada por el marido creyente" ( 1 Co
        7,14). Es un gran gozo para el cónyuge cristiano y para la Iglesia el
        que esta "santificación" conduzca a la conversión libre del
        otro cónyuge a la fe cristiana (cf. 1 Co 7,16). El amor conyugal
        sincero, la práctica humilde y paciente de las virtudes familiares, y
        la oración perseverante pueden preparar al cónyuge no creyente a
        recibir la gracia de la conversión.
        
        
        IV Los efectos del sacramento del Matrimonio        
        
        1638 "Del matrimonio válido
        se origina entre los cónyuges un vínculo perpetuo y exclusivo
        por su misma naturaleza; además, en el matrimonio cristiano los cónyuges
        son fortalecidos y quedan como consagrados por un sacramento peculiar
        para los deberes y la dignidad de su estado" (CIC, can. 1134).
        
        
        El vínculo matrimonial        
        
        1639 El consentimiento por el que
        los esposos se dan y se reciben mutuamente es sellado por el mismo Dios
        (cf Mc 10,9). De su alianza "nace una institución estable por
        ordenación divina, también ante la sociedad" (GS 48,1). La
        alianza de los esposos está integrada en la alianza de Dios con los
        hombres: "el auténtico amor conyugal es asumido en el amor
        divino" (GS 48,2).
        1640 Por tanto, el vínculo
        matrimonial es establecido por Dios mismo, de modo que el matrimonio
        celebrado y consumado entre bautizados no puede ser disuelto jamás.
        Este vínculo que resulta del acto humano libre de los esposos y de la
        consumación del matrimonio es una realidad ya irrevocable y da origen a
        una alianza garantizada por la fidelidad de Dios. La Iglesia no tiene
        poder para pronunciarse contra esta disposición de la sabiduría divina
        (cf CIC, can. 1141).
        
        
        La gracia del sacramento del matrimonio        
        
        1641 "En su modo y estado de
        vida, (los cónyuges cristianos) tienen su carisma propio en el Pueblo
        de Dios" (LG 11). Esta gracia propia del sacramento del matrimonio
        está destinada a perfeccionar el amor de los cónyuges, a fortalecer su
        unidad indisoluble. Por medio de esta gracia "se ayudan mutuamente
        a santificarse con la vida matrimonial conyugal y en la acogida y
        educación de los hijos" (LG 11; cf LG 41).
        1642 Cristo es la fuente de
        esta gracia. "Pues de la misma manera que Dios en otro tiempo
        salió al encuentro de su pueblo por una alianza de amor y fidelidad,
        ahora el Salvador de los hombres y Esposo de la Iglesia, mediante el
        sacramento del matrimonio, sale al encuentro de los esposos
        cristianos" (GS 48,2). Permanece con ellos, les da la fuerza de
        segu irle tomando su cruz, de levantarse después de sus caídas, de
        perdonarse mutuamente, de llevar unos las cargas de los otros (cf Ga
        6,2), de estar "sometidos unos a otros en el temor de Cristo"
        (Ef 5,21) y de amarse con un amor sobrenatural, delicado y fecundo. En
        las alegrías de su amor y de su vida familiar les da, ya aquí, un
        gusto anticipado del banquete de las bodas del Cordero:
        
          
        
        ¿De dónde voy a sacar la fuerza para describir de manera satisfactoria
        la dicha del matrimonio que celebra la Iglesia, que confirma la ofrenda,
        que sella la bendición? Los ángeles lo proclaman, el Padre celestial
        lo ratifica...¡Qué matrimonio el de dos cristianos, unidos por una
        sola esperanza, un solo deseo, una sola disciplina, el mismo servicio!
        Los dos hijos de un mismo Padre, servidores de un mismo Señor; nada los
        separa, ni en el espíritu ni en la carne; al contrario, son
        verdaderamente dos en una sola carne. Donde la carne es una, también es
        uno el espíritu (Tertuliano, ux. 2,9; cf. FC 13).        
          
        
        
        
        V Los bienes y las exigencias del amor conyugal        
        
        1643 "El amor conyugal
        comporta una totalidad en la que entran todos los elementos de la
        persona -reclamo del cuerpo y del instinto, fuerza del sentimiento y de
        la afectividad, aspiración del espíritu y de la voluntad-; mira una
        unidad profundamente personal que, más allá de la unión en una sola
        carne, conduce a no tener más que un corazón y un alma; exige la
        indisolubilidad y la fidelidad de la donación recíproca definitiva; y
        se abre a fecundidad. En una palabra: se trata de características
        normales de todo amor conyugal natural, pero con un significado nuevo
        que no sólo las purifica y consolida, sino las eleva hasta el punto de
        hacer de ellas la expresión de valores propiamente cristianos" (FC
        13). Unidad e indisolubilidad del matrimonio
        1644 El amor de los esposos exige,
        por su misma naturaleza, la unidad y la indisolubilidad de la comunidad
        de personas que abarca la vida entera de los esposos: "De manera
        que ya no son dos sino una sola carne" (Mt 19,6; cf Gn 2,24).
        "Están llamados a crecer continuamente en su comunión a través
        de la fidelidad cotidiana a la promesa matrimonial de la recíproca
        donación total" (FC 19). Esta comunión humana es confirmada,
        purificada y perfeccionada por la comunión en Jesucristo dada mediante
        el sacramento del matrimonio. Se profundiza por la vida de la fe común
        y por la Eucaristía recibida en común.
        1645 "La unidad del
        matrimonio aparece ampliamente confirmada por la igual dignidad personal
        que hay que reconocer a la mujer y el varón en el mutuo y pleno
        amor" (GS 49,2). La poligamia es contraria a esta igual
        dignidad de uno y otro y al amor conyugal que es único y exclusivo.
        
        
        La fidelidad del amor conyugal        
        
        1646 El amor conyugal exige de los
        esposos, por su misma naturaleza, una fidelidad inviolable. Esto es
        consecuencia del don de sí mismos que se hacen mutuamente los esposos.
        El auténtico amor tiende por sí mismo a ser algo definitivo, no algo
        pasajero. "Esta íntima unión, en cuanto donación mutua de dos
        personas, como el bien de los hijos exigen la fidelidad de los cónyuges
        y urgen su indisoluble unidad" (GS 48,1).
        1647 Su motivo más profundo
        consiste en la fidelidad de Dios a su alianza, de Cristo a su Iglesia.
        Por el sacramento del matrimonio los esposos son capacitados para
        representar y testimoniar esta fidelidad. Por el sacramento, la
        indisolubilidad del matrimonio adquiere un sentido nuevo y más
        profundo.
        1648 Puede parecer difícil,
        incluso imposible, atarse para toda la vida a un ser humano. Por ello es
        tanto más importante anunciar la buena nueva de que Dios nos ama con un
        amor definitivo e irrevocable, de que los esposos participan de este
        amor, que les conforta y mantiene, y de que por su fidelidad se
        convierten en testigos del amor fiel de Dios. Los esposos que, con la
        gracia de Dios, dan este testimonio, con frecuencia en condiciones muy
        difíciles, merecen la gratitud y el apoyo de la comunidad eclesial (cf
        FC 20).
        1649 Existen, sin embargo,
        situaciones en que la convivencia matrimonial se hace prácticamente
        imposible por razones muy diversas. En tales casos, la Iglesia admite la
        separación física de los esposos y el fin de la cohabitación. Los
        esposos no cesan de ser marido y mujer delante de Dios; ni son libres
        para contraer una nueva unión. En esta situación difícil, la mejor
        solución sería, s i es posible, la reconciliación. La comunidad
        cristiana está llamada a ayudar a estas personas a vivir cristianamente
        su situación en la fidelidad al vínculo de su matrimonio que permanece
        indisoluble (cf FC; 83; CIC, can. 1151-1155).
        1650 Hoy son numerosos en muchos
        países los católicos que recurren al divorcio según las leyes
        civiles y que contraen también civilmente una nueva unión. La Iglesia
        mantiene, por fidelidad a la palabra de Jesucristo ("Quien repudie
        a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquella; y si
        ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio": Mc
        10,11-12), que no puede reconocer como válida esta nueva unión, si era
        válido el primer matrimonio. Si los divorciados se vuelven a casar
        civilmente, se ponen en una situación que contradice objetivamente a la
        ley de Dios. Por lo cual no pueden acceder a la comunión eucarística
        mientras persista esta situación, y por la misma razón no pueden
        ejercer ciertas responsabilidades eclesiales. La reconciliación
        mediante el sacramento de la penitencia no puede ser concedida más que
        aquellos que se arrepientan de haber violado el signo de la Alianza y de
        la fidelidad a Cristo y que se comprometan a vivir en total continencia.
        1651 Respecto a los cristianos que
        viven en esta situación y que con frecuencia conservan la fe y desean
        educar cristianamente a sus hijos, los sacerdotes y toda la comunidad
        deben dar prueba de una atenta solicitud, a fin de aquellos no se
        consideren como separados de la Iglesia, de cuya vida pueden y deben
        participar en cuanto bautizados:
        
          
        
        Se les exhorte a escuchar la Palabra de Dios, a frecuentar el sacrificio
        de la misa, a perseverar en la oración, a incrementar las obras de
        caridad y las iniciativas de la comunidad en favor de la justicia, a
        educar sus hijos en la fe cristiana, a cultivar el espíritu y las obras
        de penitencia para implorar de este modo, día a día, la gracia de Dios
        (FC 84).        
          
        
        
        
        La apertura a la fecundidad        
        
        1652 "Por su naturaleza
        misma, la institución misma del matrimonio y el amor conyugal están
        ordenados a la procreación y a la educación de la prole y con ellas
        son coronados como su culminación" (GS 48,1):
        
          
        
        Los hijos son el don más excelente del matrimonio y contribuyen mucho
        al bien de sus mismos padres. El mismo Dios, que dijo: "No es bueno
        que el hombre esté solo (Gn 2,18), y que hizo desde el principio al
        hombre, varón y mujer" (Mt 19,4), queriendo comunicarle cierta
        participación especial en su propia obra creadora, bendijo al varón y
        a la mujer diciendo: "Creced y multiplicaos" (Gn 1,28). De ahí
        que el cultivo verdadero del amor conyugal y todo el sistema de vida
        familiar que de él procede, sin dejar posponer los otros fines del
        matrimonio, tienden a que los esposos estén dispuestos con fortaleza de
        ánimo a cooperar con el amor del Creador y Salvador, que por medio de
        ellos aumenta y enriquece su propia familia cada día más (GS 50,1).        
          
        
        1653 La fecundidad del amor
        conyugal se extiende a los frutos de la vida moral, espiritual y
        sobrenatural que los padres transmiten a sus hijos por medio de la
        educación. Los padres son los principales y primeros educadores de sus
        hijos (cf. GE 3). En este sentido, la tarea fundamental del matrimonio y
        de la familia es estar al servicio de la vida (cf FC 28).
        1654 Sin embargo, los esposos a
        los que Dios no ha concedido tener hijos pueden llevar una vida conyugal
        plena de sentido, humana y cristianamente. Su matrimonio puede irradiar
        una fecundidad de caridad, de acogida y de sacrificio.
        
        
        VI La iglesia doméstica        
        
        1655 Cristo quiso nacer y crecer
        en el seno de la Sagrada Familia de José y de María. La Iglesia no es
        otra cosa que la "familia de Dios". Desde sus orígenes, el núcleo
        de la Iglesia estaba a menudo constituido por los que, "con toda su
        casa", habían llegado a ser creyentes (cf Hch 18,8). Cuando se
        convertían deseaban también que se salvase "toda su casa"
        (cf Hch 16,31 y 11,14). Estas familias convertidas eran islotes de vida
        cristiana en un mundo no creyente.
        1656 En nuestros días, en un
        mundo frecuentemente extraño e incluso hostil a la fe, las familias
        creyentes tienen una importancia primordial en cuanto faros de una fe
        viva e irradiadora. Por eso el Concilio Vaticano II llama a la familia,
        con una antigua expresión, "Ecclesia domestica" (LG 11; cf.
        FC 21). En el seno de la familia, "los padres han de ser para sus
        hijos los primeros anunciadores de la fe con su palabra y con su
        ejemplo, y han de fomentar la vocación personal de cada uno y, con
        especial cuidado, la vocación a la vida consagrada" (LG 11).
        1657 Aquí es donde se ejercita de
        manera privilegiada el sacerdocio bautismal del padre de familia,
        de la madre, de los hijos, de todos los miembros de la familia, "en
        la recepción de los sacramentos, en la oración y en la acción de
        gracias, con el testimonio de una vida santa, con la renuncia y el amor
        que se traduce en obras" (LG 10). El hogar es así la primera
        escuela de vida cristiana y "escuela del más rico humanismo"
        (GS 52,1). Aquí se aprende la paciencia y el gozo del trabajo, el amor
        fraterno, el perdón generoso, incluso reiterado, y sobre todo el culto
        divino por medio de la oración y la ofrenda de su vida.
        1658 Es preciso recordar asimismo
        a un gran número de personas que permanecen solteras a causa de
        las concretas condiciones en que deben vivir, a menudo sin haberlo
        querido ellas mismas. Estas personas se encuentran particularmente
        cercanas al corazón de Jesús; y, por ello, merecen afecto y solicitud
        diligentes de la Iglesia, particularmente de sus pastores. Muchas de
        ellas viven sin familia humana, con frecuencia a causa de
        condiciones de pobreza. Hay quienes viven su situación según el espíritu
        de las bienaventuranzas sirviendo a Dios y al prójimo de manera
        ejemplar. A todas ellas es preciso abrirles las puertas de los hogares,
        "iglesias domésticas" y las puertas de la gran familia que es
        la Iglesia. "Nadie se sienta sin familia en este mundo: la Iglesia
        es casa y familia de todos, especialmente para cuantos están `fatigados
        y agobiados' (Mt 11,28)" (FC 85).
        
        
        Resumen        
        
        1659 S. Pablo dice:
        "Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la
        Iglesia...Gran misterio es éste, lo digo con respecto a Cristo y la
        Iglesia" (Ef 5,25.32).
        1660 La alianza matrimonial,
        por la que un hombre y una mujer constituyen una íntima comunidad de
        vida y de amor, fue fundada y dotada de sus leyes propias por el
        Creador. Por su naturaleza está ordenada al bien de los cónyuges así
        como a la generación y educación de los hijos. Entre bautizados, el
        matrimonio ha sido elevado por Cristo Señor a la dignidad de sacramento
        (cf. GS 48,1; CIC, can. 1055,1).
        1661 El sacramento del
        matrimonio significa la unión de Cristo con la Iglesia. Da a los
        esposos la gracia de amarse con el amor con que Cristo amó a su
        Iglesia; la gracia del sacramento perfecciona así el amor humano de los
        esposos, reafirma su unidad indisoluble y los santifica en el camino de
        la vida eterna (cf. Cc. de Trento: DS 1799).
        1662 El matrimonio se funda en
        el consentimiento de los contrayentes, es decir, en la voluntad de darse
        mutua y definitivamente con el fin de vivir una alianza de amor fiel y
        fecundo.
        1663 Dado que el matrimonio
        establece a los cónyuges en un estado público de vida en la Iglesia,
        la celebración del mismo se hace ordinariamente de modo público, en el
        marco de una celebración litúrgica, ante el sacerdote (o el testigo
        cualificado de la Iglesia), los testigos y la asamblea de los fieles.
        1664 La unidad, la
        indisolubilidad, y la apertura a la fecundidad son esenciales al
        matrimonio. La poligamia es incompatible con la unidad del matrimonio;
        el divorcio separa lo que Dios ha unido; el rechazo de la fecundidad
        priva la vida conyugal de su "don más excelente", el hijo (GS
        50,1).
        1665 Contraer un nuevo
        matrimonio por parte de los divorciados mientras viven sus cónyuges legítimos
        contradice el plan y la ley de Dios enseñados por Cristo. Los que viven
        en esta situación no están separados de la Iglesia pero no pueden
        acceder a la comunión eucarística. Pueden vivir su vida cristiana
        sobre todo educando a sus hijos en la fe.
        1666 El hogar cristiano es el
        lugar en que los hijos reciben el primer anuncio de la fe. Por eso la
        casa familiar es llamada justamente "Iglesia doméstica",
        comunidad de gracia y de oración, escuela de virtudes humanas y de
        caridad cristiana.
        CAPÍTULO CUARTO
        OTRAS CELEBRACIONES LITÚRGICAS
        
        
        ARTÍCULO 1
        LOS SACRAMENTALES        
        
        1667 "La santa Madre Iglesia
        instituyó, además, los sacramentales. Estos son signos sagrados con
        los que, imitando de alguna manera a los sacramentos, se expresan
        efectos, sobre todo espirituales, obtenidos por la intercesión de la
        Iglesia. Por ellos, los hombres se disponen a recibir el efecto
        principal de los sacramentos y se santifican las diversas circunstancias
        de la vida" (SC 60; CIC can 1166; CO can 867).
        
        
        Características de los sacramentales        
        
        1668 Han sido instituidos por la
        Iglesia en orden a la santificación de ciertos ministerios eclesiales,
        de ciertos estados de vida, de circunstancias muy variadas de la vida
        cristiana, así como del uso de cosas útiles al hombre. Según las
        decisiones pastorales de los obispos pueden también responder a las
        necesidades, a la cultura, y a la historia propias del pueblo cristiano
        de una región o de una época. Comprenden siempre una oración, con
        frecuencia acompañada de un signo determinado, como la imposición de
        la mano, la señal de la cruz, la aspersión con agua bendita (que
        recuerda el Bautismo).
        1669 Los sacramentales proceden
        del sacerdocio bautismal: todo bautizado es llamado a ser una
        "bendición" (cf Gn 12,2) y a bendecir (cf Lc 6,28; Rm 12,14;
        1 P 3,9). Por eso los laicos pueden presidir ciertas bendiciones (cf SC
        79; CIC can. 1168); la presidencia de una bendición se reserva al
        ministerio ordenado (obispos, presbíteros o diáconos, cf. De
        benedictionibus, 16,18), en la medida en que dicha bendición afecte más
        a la vida eclesial y sacramental.
        1670 Los sacramentales no
        confieren la gracia del Espíritu Santo a la manera de los sacramentos,
        pero por la oración de la Iglesia preparan a recibirla y disponen a
        cooperar con a ella. "La liturgia de los sacramentos y de los
        sacramentales hace que, en los fieles bien dispuestos, casi todos los
        acontecimientos de la vida sean santificados por la gracia divina que
        emana del misterio pascual de la pasión, muerte y resurrección de
        Cristo, de quien reciben su poder todos los sacramentos y sacramentales,
        y que todo uso honesto de las cosas materiales pueda estar ordenado a la
        santificación del hombre y a la alabanza de Dios" (SC 61).
        
        
        Diversas formas de sacramentales        
        
        1671 Entre los sacramentales
        figuran en primer lugar las bendiciones (de personas, de la mesa,
        de objetos, de lugares). Toda bendición es alabanza de Dios y oración
        para obtener sus dones. En Cristo, los cristianos son bendecidos por
        Dios Padre "con toda clase de bendiciones espirituales" (Ef
        1,3). Por eso la Iglesia da la bendición invocando el nombre de Jesús
        y haciendo habitualmente la señal santa de la cruz de Cristo.
        1672 Ciertas bendiciones tienen un
        alcance permanente: su efecto es consagrar personas a Dios y
        reservar para el uso litúrgico objetos y lugares. Entre las que están
        destinadas a personas - que no se han de confundir con la ordenación
        sacramental -figuran la bendición del abad o de la abadesa de un
        monasterio, la consagración de vírgenes y de viudas, el rito de la
        profesión religiosa y las bendiciones para ciertos ministerios de la
        Iglesia (lectores, acólitos, catequistas, etc.). Como ejemplo de las
        que se refieren a objetos, se puede señalar la dedicación o bendición
        de una iglesia o de un altar, la bendición de los santos óleos, de los
        vasos y ornamentos sagrados, de las campanas, etc.
        1673 Cuando la Iglesia pide públicamente
        y con autoridad, en nombre de Jesucristo, que una persona o un objeto
        sea protegido contra las asechanzas del maligno y sustraída a su
        dominio, se habla de exorcismo. Jesús lo practicó (cf Mc 1,25s;
        etc.), de él tiene la Iglesia el poder y el oficio de exorcizar (cf Mc
        3,15; 6,7.13; 16,17). En forma simple, el exorcismo tiene lugar en la
        celebración del Bautismo. El exorcismo solemne sólo puede ser
        practicado por un sacerdote y con el permiso del obispo. En estos casos
        es preciso proceder con prudencia, observando estrictamente las reglas
        establecidas por la Iglesia. El exorcismo intenta expulsar a los
        demonios o liberar del dominio demoníaco gracias a la autoridad
        espiritual que Jesús ha confiado a su Iglesia. Muy distinto es el caso
        de las enfermedades, sobre todo síquicas, cuyo cuidado pertenece a la
        ciencia médica. Por tanto, es importante, asegurarse , antes de
        celebrar el exorcismo, de que se trata de un presencia del Maligno y no
        de una enfermedad (cf. CIC, can. 1172).
        
        
        La religiosidad popular        
        
        1674 Además de la liturgia
        sacramental y de los sacramentales, la catequesis debe tener en cuenta
        las formas de piedad de los fieles y de religiosidad popular. El sentido
        religioso del pueblo cristiano ha encontrado, en todo tiempo, su expresión
        en formas variadas de piedad en torno a la vida sacramental de la
        Iglesia: tales como la veneración de las reliquias, las visitas a
        santuarios, las peregrinaciones, las procesiones, el via crucis, las
        danzas religiosas, el rosario, las medallas, etc. (cf Cc. de Nicea II:
        DS 601;603; Cc. de Trento: DS 1822).
        1675 Estas expresiones prolongan
        la vida litúrgica de la Iglesia, pero no la sustituyen: "Pero
        conviene que estos ejercicios se organicen teniendo en cuenta los
        tiempos litúrgicos para que estén de acuerdo con la sagrada liturgia,
        deriven en cierto modo de ella y conduzcan al pueblo a ella, ya que la
        liturgia, por su naturaleza, está muy por encima de ellos" (SC
        13).
        1676 Se necesita un discernimiento
        pastoral para sostener y apoyar la religiosidad popular y, llegado el
        caso, para purificar y rectificar el sentido religioso que subyace en
        estas devociones y para hacerlas progresar en el conocimiento del
        Misterio de Cristo (cf CT 54). Su ejercicio está sometido al cuidado y
        al juicio de los obispos y a las normas generales de la Iglesia.
        
        
        La religiosidad del pueblo, en su núcleo, es un acervo de valores que
        responde con sabiduría cristiana a los grandes interrogantes de la
        existencia. La sapiencia popular católica tiene una capacidad de síntesis
        vital; así conlleva creadoramente lo divino y lo humano; Cristo y María,
        espíritu y cuerpo; comunión e institución; persona y comunidad; fe y
        patria, inteligencia y afecto. Esa sabiduría es un humanismo cristiano
        que afirma radicalmente la dignidad de toda persona como hijo de Dios,
        establece una fraternidad fundamental, enseña a encontrar la naturaleza
        y a comprender el trabajo y proporciona las razones para la alegría y
        el humor, aun en medio de una vida muy dura. Esa sabiduría es también
        para el pueblo un principio de discernimiento, un instinto evangélico
        por el que capta espontáneamente cuándo se sirve en la Iglesia al
        Evangelio y cuándo se lo vacía y asfixia con otros intereses
        (Documento de Puebla, 1979, nº 448; cf EN 48).        
        
        
        
        Resumen        
        
        1677 Se llaman sacramentales
        los signos sagrados instituidos por la Iglesia cuyo fin es preparar a
        los hombres para recibir el fruto de los sacramentos y santificar las
        diversas circunstancias de la vida.
        1678 Entre los sacramentales,
        las bendiciones ocupan un lugar importante. Comprenden a la vez la
        alabanza de Dios por sus obras y sus dones, y la intercesión de la
        Iglesia para que los hombres puedan hacer uso de los dones de Dios según
        el espíritu de los evangelios.
        1679 Además de la liturgia, la
        vida cristiana se nutre de formas variadas de piedad popular, enraizadas
        en las distintas culturas. Esclareciéndolas a la luz de la fe, la
        Iglesia favorece aquellas formas de religiosid ad popular que expresan
        mejor un sentido evangélico y una sabiduría humana, y que enriquecen
        la vida cristiana.
        
        
        ARTÍCULO 2
        LAS EXEQUIAS CRISTIANAS        
        
        1680 Todos los sacramentos,
        principalmente los de la iniciación cristiana, tienen como fin último
        la Pascua definitiva del cristiano, es decir, la que a través de la
        muerte hace entrar al creyente en la vida del Reino. Entonces se cumple
        en él lo que la fe y la esperanza han confesado: "Espero la
        resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro" (Símbolo
        de Nicea-Constantinopla).
        
        
        I La última Pascua del cristiano        
        
        1681 El sentido cristiano de la
        muerte es revelado a la luz del Misterio pascual de la muerte y
        de la resurrección de Cristo, en quien radica nuestra única esperanza.
        El cristiano que muere en Cristo Jesús "sale de este cuerpo para
        vivir con el Señor" (2 Co 5,8).
        1682 El día de la muerte inaugura
        para el cristiano, al término de su vida sacramental, la
        plenitud de su nuevo nacimiento comenzado en el Bautismo, la
        "semejanza" definitiva a "imagen del Hijo",
        conferida por la Unción del Espíritu Santo y la participación en el
        Banquete del Reino anticipado en la Eucaristía, aunque pueda todavía
        necesitar últimas purificaciones para revestirse de la túnica nupcial.
        1683 La Iglesia que, como Madre,
        ha llevado sacramentalmente en su seno al cristiano durante su
        peregrinación terrena, lo acompaña al término de su caminar para
        entregarlo "en las manos del Padre". La Iglesia ofrece al
        Padre, en Cristo, al hijo de su gracia, y deposita en la tierra, con
        esperanza, el germen del cuerpo que resucitará en la gloria (cf 1 Co
        15,42-44). Esta ofrenda es plenamente celebrada en el Sacrificio eucarístico;
        las bendiciones que preceden y que siguen son sacramentales.
        
        
        II La celebración de las exequias        
        
        1684 Las exequias cristianas son
        una celebración litúrgica de la Iglesia. El ministerio de la Iglesia
        pretende expresar también aquí la comunión eficaz con el difunto,
        hacer participar en esa comunión a la asamblea reunida para las
        exequias y anunciarle la vida eterna.
        1685 Los diferentes ritos de las
        exequias expresan el carácter pascual de la muerte cristiana y
        responden a las situaciones y a las tradiciones de cada región, aun en
        lo referente al color litúrgico (cf SC 81).
        1686 El Ordo exequiarum
        (OEx) o Ritual de los funerales de la liturgia romana propone tres tipos
        de celebración de las exequias, correspondientes a tres lugares de su
        desarrollo (la casa, la iglesia, el cementerio), y según la importancia
        que les presten la familia, las costumbres locales, la cultura y la
        piedad popular. Por otra parte, este desarrollo es común a todas las
        tradiciones litúrgicas y comprende cuatro momentos principales:
        1687 La acogida de la comunidad.
        El saludo de fe abre la celebración. Los familiares del difunto son
        acogidos con una palabra de "consolación" (en el sentido del
        Nuevo Testamento: la fuerza del Espíritu Santo en la esperanza; cf 1 Ts
        4,18). La comunidad orante que se reúne espera también "las
        palabras de vida eterna". La muerte de un miembro de la comunidad
        (o el aniversario, el séptimo o el trigésimo día) es un
        acontecimiento que debe hacer superar las perspectivas de "este
        mundo" y atraer a los fieles, a las verdaderas perspectivas de la
        fe en Cristo resucitado.
        1688 La Liturgia de la Palabra.
        La celebración de la Liturgia de la Palabra en las exequias exige una
        preparación, tanto más atenta cuanto que la asamblea allí presente
        puede incluir fieles poco asiduos a la liturgia y amigos del difunto que
        no son cristianos. La homilía, en particular, debe "evitar"
        el género literario de elogio fúnebre (OEx 41) y debe iluminar el
        misterio de la muerte cristiana a la luz de Cristo resucitado.
        1689 El Sacrificio eucarístico.
        Cuando la celebración tiene lugar en la Iglesia, la Eucaristía es el
        corazón de la realidad pascual de la muerte cristiana (cf OEx 1). La
        Iglesia expresa entonces su comunión eficaz con el difunto: ofreciendo
        al Padre, en el Espíritu Santo, el sacrificio de la muerte y resurrección
        de Cristo, pide que su hijo sea purificado de sus pecados y de sus
        consecuencias y que sea admitido a la plenitud pascual de la mesa del
        Reino (cf. OEx 57). Así celebrada la Eucaristía, la comunidad de
        fieles, especialmente la familia del difunto, aprende a vivir en comunión
        con quien "se durmió en el Señor" , comulgando con el Cuerpo
        de Cristo, de quien es miembro vivo, y orando luego por él y con él.
        1690 El adiós ("a
        Dios") al difunto es "su recomendación a Dios" por la
        Iglesia. Es el "último adiós por el que la comunidad cristiana
        despide a uno de sus miembros antes que su cuerpo sea llevado a su
        sepulcro" (OEx 10). La tradición bizantina lo expresa con el beso
        de adiós al difunto:
        
          
        
        Con este saludo final "se canta por su partida de esta vida y por
        su separación, pero también porque existe una comunión y una reunión.
        En efecto, una vez muertos no estamos en absoluto separados unos de
        otros, pues todos recorremos el mismo camino y nos volveremos a
        encontrar en un mismo lugar. No nos separaremos jamás, porque vivimos
        para Cristo y ahora estamos unidos a Cristo, yendo hacia él...estaremos
        todos juntos en Cristo" (S. Simeón de Tesalónica, De ordine sep).